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miércoles, 14 de diciembre de 2011

BRUTALIDAD EN GUERRERO

BRUTALIDAD EN GUERRERO
Editorial EL UNIVERSAL
 
De nuevo una manifestación termina con fallecidos en el estado de Guerrero, como sucedió en los años 60, en épocas previas a las guerrillas de los profesores Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, y en los 80, en el vado de Aguas Blancas. Esta vez las víctimas fueron dos estudiantes de la Normal de Ayotzinapa que bloqueaban la autopista México-Acapulco. Son hechos que urge aclarar.
 
En las primeras horas posteriores a los asesinatos, el gobierno de Guerrero evidenció su falta de profesionalismo al asegurar que sus agentes habían acudido sin armas a desalojar a los manifestantes. El procurador se apresuró incluso a deslindar a las autoridades estatales al decir que las víctimas presentaban impactos de armas diferentes a las usadas por las corporaciones locales. Justificó los hechos al decir que la protesta era “atípica” por ser día inhábil y que en el lugar hubo presencia de “grupos” que buscaban desestabilizar Guerrero. Exactamente los mismos argumentos de quienes agredieron a los manifestantes de décadas anteriores.
 
Al saberse que los elementos sí portaban armas, el gobernador Ángel Aguirre separó de sus cargos al secretario de Seguridad Pública estatal y al procurador. Los cambios, si bien lógicos, no deberán ser las únicas medidas a tomar. Urge determinar quiénes fueron los responsables materiales e intelectuales de la muerte de los normalistas. Si todo fue producto de la torpeza de los agentes o un hecho premeditado y con dolo ordenado por alguna autoridad, estatal o federal, para detener “como fuera” a los inconformes.
 
Los disparos en cabeza y cuello a los normalistas revela que el objetivo no era siquiera dispersar a los protestantes, como se dijo, sino atacarlos.
 
La brutalidad de eventos como éste mancha la credibilidad del uso legítimo de la fuerza por parte del Estado, tan necesario en estos tiempos de violencia y crimen, en el que los enemigos no son quienes protestan por sus condiciones sociales.
 
Si todo se reduce a un pésimo manejo de crisis antimotín —lo que no excluye de responsabilidad a los que dispararon— estaríamos ante la prueba de la falta de capacitación de corporaciones, estatales o federales, incapaces de tener protocolos de actuación apegados a los derechos humanos.
 
Tanto el gobierno federal como el de Guerrero le deben a los guerrerenses y al país una explicación creíble y contundente de lo que pasó el lunes en Chilpancingo, para que haya un deslinde justo de responsabilidades, sin “chivos expiatorios” ni culpables inventados. También tendrán que explicar lo que harán para que el lamentable episodio del lunes no se vuelva a repetir en ninguna parte del país, por muy agresivos que sean los manifestantes.