A finales de los años noventa
fue una chispa que iluminó el oscuro camino de la democracia. Se le creyó.
Decía verdades que teníamos mucho tiempo sin escuchar. Nos hacía coincidir en
un proyecto social popular, donde la corrupción debía ser eliminada para que la
política se desarrollara en un ambiente de transparencia y luminosidad.
Y la gente lo seguía como a un
iluminado. Calles repletas, carreteras bloqueadas, mítines, plantones, lucha de
pobres con las manos vacías que sólo aportaban esperanza. Entonces andaba solo.
No se hacía rodear de pecadores ni filibusteros. Los ladrones le temían, no lo
lisonjeaban como ahora. Muñoz Ledo lo comparó con Juárez. (Hoy no sabemos si
con Benito o René, queda la duda). Afrontó dos derrotas consecutivas. El poder
se abstenía de darle la mayoría. Pero con las consejas de dos embusteros no
cejó su empeño por lograr la presidencia municipal de Acapulco.
Ahí fue cuando empezaron los
acuerdos, contratos, convenios, firmas, letra pequeña, y se empezaron a
complicar los asuntos sencillos. Llegó Sarmiento, un experto alquimista en el
diezmo, que comenzó a hacer atractivo el presupuesto cuando éste se desvía a
los bolsillos personales. La burocracia tomó su rumbo y estropeó las ilusiones
del pueblo que soñaba con una administración honrada y ejemplar.
Gradualmente las formas y el
estilo se fueron pareciendo y mucho a los desechos tricolores. La corrupción se
inflamó, con la agravante que ahora desde la misma oficina de Presidencia se
solicitaban pruebas para atender un cohecho o se negaba el crédito de cualquier
ciudadano que se atreviese a dudar de los honorables funcionarios.
El ánfora democrática se hizo
una caverna de Alí-Baba.
Es del dominio público que se
fueron perdiendo los principios, se acabaron los valores, se disolvió el
matrimonio, ni siquiera el amor se salvó del naufragio en el que el paladín
sumergió toda su investidura. Su hecatombe que no se pudo disimular. La
política de comunicación social que sus huestes programaron, fue la peor del
siglo. A la fecha quedan resabios de sus mentiras y confabulaciones.
Después fue gobernador. Con el
poder caciquil de las estructuras totalitarias del estado, pudo sostener sus
rencillas y fobias contra todas las instituciones sociales que le dirimieran
sus excesos. Todo cuanto hoy se está solventando de la acumulación de sus
abusos, es apenas la cúpula del témpano oculto de su corrupción ilimitada.
Cuando el profesor Pineda,
sonriente y atildado, le besa la mano en la bienvenida de su retorno, sabía que
si me dices con quien andas, te diremos quién eres pero, gramatical el ex
director del Conalep tiene en su defensa el verso de Díaz Mirón: hay plumajes
que cruzan el pantano y no se manchan, mi pantano es de esos.
Ayer hubo ausencias tracaleras:
Julio Ortega y Carlos Álvarez. Los parias están de luto.
Este ejemplo nos dice claramente
que las lágrimas derramadas por las acusaciones públicas a la deshonestidad del
sexenio, son más por estar fuera del presupuesto, que por una dignidad personal
de los quejosos.
Aquellos que, pese a haber sido
miembros distinguidos del saqueo sexenal recién pasado, pero que siguen actualmente cobrando en el erario, no
se revuelven con ellos, que sufren el frío de la banca, por haberles pasado su
oportunidad y porque como la hojarasca que el viento se lleva, deben responder
a sus triquiñuelas que fueron cometidas contra los raquíticos recursos del
pueblo.
PD: “Todos somos iguales pero,
hay algunos más iguales que otros”: George Orwell.