¿Cómo
empezar a hablar del doctor Saavedra? es una interrogante que no soy capaz de
medir en su dimensión real. Podría escribir que es el tronco de un inmenso
árbol cuyas raíces inagotables se encuentran arraigadas a Guerrero. De un ser
humano indiscutible y un mejor amigo. De un hombre que ha visto en sus noventa
años las mutaciones del poder sin marearse, y un boxeador que se ha subido al
ring con la certeza de noquear a su adversario y perdonarle los golpes
recibidos.
De
un hombre cuya infancia podría ser narrada por Agustín Yáñez en alguna de sus
novelas, pletórica de anécdotas, cuadros costumbristas y un gran calor humano,
sencillo y de equilibrio.
De
un hombre y su inmensa estatura de guerrero que a los diez años estudiaba el
silabario de la vida y miraba pasar los autos por la vieja carretera a
Acapulco, en el Chilpancingo rural, mitológico y festivo de esos años.
Lo
conocí, primero entre giros y recovecos memoriosos en las palabras humeantes de
don Alejandro Cervantes Delgado, posteriormente, nos encontramos en la silla de
su comedor saboreando un coñac dulzón frente a un túmulo de fotografías del
maestro Cervantes Delgado.
Apasionado
de la fotografía y de su profesión, medico cirujano, Alberto Saavedra Ramos, es
un cronista vivo, no sólo del desarrollo de Chilpancingo, sino del estado.
Su
estancia en la Ciudad de México, cuando estudiante, sus viajes con miembros
distinguidos de la ciencia y la medicina nacional, las charadas versátiles que
narra en su auto biografía, la relación respetuosa con el poder que le permitió
no aceptar nada del gobierno de Rubén Figueroa Figueroa, y la amistad con casi
todos los gobernadores del estado hasta la fecha; y con algunos, ser su medico
de cabecera, le permitieron tener claridad en cuanto a las pesas y medidas del
ejercicio del poder.
Alberto
Saavedra, fue el creador del Hospital Militar, d Cruz Roja, y clubes de
servicio, de la mejor clínica de Chilpancingo, y el que trajo al mundo a muchos
hombres que ahora ocupan cargos importantes en el gobierno de Guerrero.
Amigo
del Dr. Kumate, de Moreno Valle y del labriego más modesto de Amojileca, le han
permitido vivir los noventa años que hoy celebra con su familia y sus amigos
cercanos.
No
me alcanzan las palabras para narrar las vivencias tenidas al editar la
biografía de Saavedra Ramos, ya terminada en un noventa y ocho por ciento.
A
lo largo de este periodo de cinco años o más, me he introducido respetuosamente
en la vida recta del Dr. Saavedra. Su enorme capacidad narrativa y el estilo de
su prosa virgen, libre y cadenciosa, me obligan a señalar que sin tantas
ínfulas, Alberto Saavedra es un narrador nato, experto en medir el pulso
preciso de las palabras y darles un valor en el texto.
Me
asombraron sus crónicas de viajes cuando fue miembro del Colegio Militar. Esa
gracia para describir la naturaleza humana sin tantos recovecos ni metáforas
complicadas.
Espero
que muy pronto, los chilpancinguenses, puedan verse en el espejo de los
recuerdos de Saavedra Ramos, y para los que no fueron actores de lo narrado en
su autobiografía, conocer de viva voz cómo y cuándo se desarrolla la capital
del estado, y cuáles fueron sus avatares hasta ser lo que es hoy.
La
autobiografía de don Alberto, es de doble lectura, la de la vida del doctor y
paralelo, la del crecimiento y desarrollo del estado y especialmente de
Chilpancingo. Lo paradójico es que el doctor Saavedra, al egresar como médico
del Colegio Militar, pensaba sentar sus reales en Acapulco, pero una decisión
oficial, cambio el rumbo de su vida y lo trajo a la capital, en donde ya es y
será un símbolo de Guerrero.
Los
cargos que ha ocupado son muchos, y no los voy a mencionar; nos quedamos con el
que ya ocupa en el corazón de los chilpancinguenses, de su familia, hijos,
nietos y bisnietos, amigos, familiares y colados.
Hoy
brilla aun más su capacidad humana y sentido ético de la profesión de médico,
hoy en día en banca rota. Y para prueba un ejemplo: cuando dejó la alcaldía de
Chilpancingo, tuvo que vender su auto para sobrevivir. Eso, se lo podríamos
preguntar a cualquiera que deja un cargo público, haber si es cierto.
Felicidades
doctor Saavedra, por haber vivido la vida de todos y de todas en noventa juveniles
años de vida.