Eran días del
año 2006. Entonces el poder en Guerrero se enfermaba con Zeferino. López
Obrador había sido noqueado por el sistema político. Justificar entonces el
triunfo de Calderón era una prioridad de sus afectuosos. En los fastos a
Vicente Guerrero por su natalicio, el gobernador hizo que la proclama oficial
la expresara el entonces secretario de Finanzas Carlos Álvarez. A quien le
pareció útil aprovechar la oportunidad para asestar al perdedor (AMLO), su
merecido coscorrón. Dijo entonces don Carlos que los saldos electorales no
habían beneficiado al torpe tabasqueño y que sus rabietas sólo expresaban su
incapacidad y delirio para digerir su derrota a todas luces obvia.
Sin ser
necesario Álvarez Reyes repujó contra el desesperado candidato presidencial
perredista. Lo tachó de infantil, pesaroso, inane, bruto y melancólico. Lo
exhortó a que depusiera su ánimo y reconociera su capitulación. Loco,
desequilibrado, delirante, le espetó cuantas veces fue necesario repetir en su
discurso.López Obrador pasó seis años a la intemperie, caminando por el México asolado. Entero, soportó la cizaña y el desprecio de los finos que desde la nómina infamaban su insolencia de no rajarse.
Las vueltas que da la vida. Hoy, AMLO es, como precandidato a presidente de la república, la firma fuerte del PRD y la voluntad suprema de aprobar o desechar a cualquier candidato del país que suspire por una senaduría, diputación local o federal, exactamente cuando don Carlos Álvarez, el descalificador de ayer, hoy clame, en el desierto, por una legislatura que tendría que ser revisada por López Obrador. El embuste de Tixtla -otrora discurso de Reyes-, está vigente en la conciencia de los perredistas que, harán llegar al CEN del PRD los antecedentes orales del arrepentido don Carlos.