En el
noticiario nocturno de CNN de ayer 12, la comentadora hizo una apretada
entrevista al licenciado Alberto López Rosas en torno al caso Ayotzinapa. El ex
procurador lució animoso y hasta sonriente. Y su postura, en los diez minutos
que duró la charla, no varió: “los policías guerrerenses no dispararon”. A
pesar de las preguntas de ella que pretendían desviarlo de esa posición -entre
las que figuró una sobre la responsabilidad que le adjudica el informe de la CNDH-, él se mantuvo firme.
Esa firmeza, cercana al éxtasis místico, ha sido la tabla que hasta el momento
ha mantenido a flote a López Rosas. Y -por lo que se ha podido ver-, aún
vigente en los medios. Fuera de ello lo acompaña la misma soledad que los porfiados
propician a su redor: el rechazo general.
Porque además López
Rosas no sólo continúa abogando por los policías que tuvo bajo su mando sino por
llegar a la verdad del caso. Y ese ejercicio de fiscal, para el que fue
entrenado antes y durante su cargo, desafortunadamente, no es del agrado de
muchos.
Cuando fue alcalde
de Acapulco, vivió rodeado de colegas, subalternos y amigos. Más tarde, como Procurador,
fue respetado y temido. Hoy, nadie se ha puesto de su lado ni le ha manifestado
pública e irrevocablemente ya no digamos una muestra de amistad sino cuando
menos de solidaridad. Aunque sea, profesional.
Lo más
sorprendente de su lamentable caso es que cuando fue alcalde de Acapulco una
rémora de cultureros lo seguía a todas partes. De esa folclórica pandilla, un
grupúsculo que aún intenta vivir sólo de la literatura engordó la hacienda y
creció y políticamente bajo su protección. Pero, a pesar de que entre ellos se
reconocen escritores, ninguno ha escrito nada a favor de su antiguo protector,
hoy caído en desgracia.
Así, el
teatrero José Dimayuga a quien nombró sustituto de Aída Espino en la Dirección de Cultura,
guarda un silencio ominoso. Citlali Guerrero a quien hizo crecer cuando
defenestró a Aída Espino, tampoco ha salido en su defensa. Jeremías Marquines,
quien cobró con él como “asesor cultural” sólo lo ha hundido más al escribir
–otra vez- contra Aguirre Rivero.
Federico Vite y Antonio Salinas, beneficiarios directos del poder político que
el grupúsculo de Citlali y Jeremías adquirió con López Rosas, con su silencio, también
le dan la espalda y con ello -así como los demás- lo señalan culpable de la
muerte de los dos normalistas. Silencio acusador. Silencio de rechazo. Silencio.
Lo que es
peor: todos ellos, probados jóvenesescritoresdelpacífico, tampoco han escrito que
demuestre su dolor o su respeto hacia los jóvenes normalistas abatidos. Ni Vite,
que ha vivido en carne propia la brutalidad policíaca. Para estos escritorcitos
enanos de conciencia, los jóvenes cuentan sólo si les sirven como carne de
cañón para adquirir más poder ante CONACULTA o el INBA. Burócratas cultureros,
fieles sólo a los recursos monetarios, su mordaza es del tamaño de la tajada que
esperan de los presupuestos.
En la
entrevista de anoche, López Rosas pidió al gobierno federal respeto para él y
su familia. Sabedor de los entresijos de la política en México no sólo se
siente amenazado, se sabe solo. Y –con Ramón Almonte-, cierto de que el caso
Ayotzinapa le arrebató peso y futuro político, militancia y tranquilidad. Peor
aún: les arrebató hasta los amigos.
Así es la
lucha por la verdad y la justicia en México. Un difícil camino en solitario.
No siempre: Alberto,
recibe mi reconocimiento y mi admiración en un abrazo.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com