Se
necesitaron veintitrés puñaladas para
terminar con el genio militar, con la ambición desmedida, con la astucia, pero
sobretodo con el liderazgo que Julio Cesar, en aras de acceder al poder
absoluto, ejerció sobre Roma. Aquellos trágicos idus de marzo de los que, según
la leyenda se le dijo que tuviera cuidado, la ciudad eterna perdió al que la
posteridad nombraría como su mejor general y su político mas hábil, pero
irónicamente aquellos que vieron en el acto del magnicidio la posibilidad de
prevenir una monarquía, dejaron el escenario puesto para la llegada de un poder
mayor, con la muerte de Cesar, con su sangre como ofrenda, llegaría la era del
imperio, aun en la muerte el dictador romano por excelencia logro la
transformación de su mundo. Mil novecientos sesenta y ocho años después del
asesinato, en el lugar donde su cuerpo fue inmolado, la gente aun deposita una
ofrenda de rosas en su honor, muestra innegable de la dimensión de líder que
fue en vida.
Con
el telon épico de fondo, nos damos cuenta de que Cesar es irrepetible, al
observar los discursos vacios, los argumentos simplistas y la carencia brutal
de ideas, no queda mas que darnos cuenta de que el rasgo particular que
monstruos megalómanos muchas veces despreciados por los juicios de la historia,
esa “madera de líder” ha muerto con ellos, hoy en dia, tal pareciera que
nuestro destino yace a merced de lobos codiciosos e ignorantes, cuya lugar en
la historia, no les interesa y para los cuales la grandeza de su civilización es
insignificante. De cara a la contienda por el alma y el trono del pais,
navegamos sin rumbo, entre personajes a los que notamos hambrientos de riquezas
pero sin la mas minima ambicion de grandeza.