Al camello si no le das de beber todos los días, no le importa; si no le das de comer, tampoco, si no le dices el camino, él lo sabe, él te llevará, él te traspasará hasta el otro lado del desierto, te pondrá sano y salvo en la otra orilla. En la India hay muchos camellos, se observan con frecuencia. Son bestias tranquilas que cuando se enojan pueden ser peligrosas. Tienen una fuerza enorme, con sus patas puede tumbar un coche y esa dentadura enorme puede causar más de un problema. Los camerelleros lo saben muy bien. El camerellero, a veces, tiene que frenarlo o estimularlo para que vaya más de prisa. Tiene que frenarlo ante un paso a nivel o no dejarle comer la paja del carro que les está delante, y los camellos obedecen con mucha paciencia y tranquilidad. Naturalmente el resentimiento se va acumulando en la joroba del camello. El camello quiere a su camerellero como la vaca lo hace con su dueño teniendo ese mismo resentimiento. Si el camello llega a enojarse, pobre camerellero. Pero éstos conocen muy bien a sus animales y antes de que lleguen al tope, les hacen descargar. Aparcan su carro, desatan al camello y lo dejan libre. Luego tomas su turbante, que es su símbolo, está incluso impregnado de sus olores de su personalidad y generosamente lo tiran a los pies del camello. El animal se tira en cuatro patas a pisotearlo, lo hace trizas y lo destroza todo con locura. El camarellero lo observa desde unos pasos atrás sin asombrarse. El camello finalmente se desahoga, liberado de esa tensión termina por cansarse dejando atrás el turbante destrozado y su dueño acepta que la crisis ha terminado. Volverá a comprarse otro turbante y atará al camello nuevamente al coche como si nada, absolutamente nada haya pasado.