
Cuando de escándalos en el Legislativo se trata, suele desempolvarse la pregunta de Vicente Lombardo Toledano relativa al Senado, planteada en los drásticos términos de si cerrarlo, venderlo o regalarlo. Tal como cabe preguntar ahora, de cara a los irritantes signos de desenfreno y aun de estulticia por parte de legisladores –del más encumbrado al menos significativo— que le cuestan al país la bicoca de 27 millones de pesos al año, cada uno.
Cálculos derivados del reporte conjunto 
2012 de la ONU y la Unión Interparlamentaria sobre el costo de los 
congresistas, indican que cada uno de los 628 diputados y senadores 
representan un importe de 10 dólares –unos 130 pesos— al año para cada 
uno de los 112 millones de mexicanos, desde los recién nacidos hasta 
quienes están al borde de la tumba.
El informe fue realizado con base en 
cifras de 2011, cuando el presupuesto del Legislativo fue de 1.1 mil de 
millones de dólares. El de México quedó como el séptimo más caro del 
mundo entre 110 parlamentos, precedido por el de Japón –con 722 
parlamentarios y un presupuesto de 1.1 mil millones de dólares—, con la 
diferencia de un PIB seis veces más pequeño que el nipón.
Así las cosas, cada uno de nuestros 
legisladores implica un gasto de 650 pesos al año para una familia tipo,
 de cinco miembros, aun las integradas por los 7.4 millones de mexicanos
 incorporados con urgencia a la Cruzada Nacional contra el Hambre, 
aquellos que sobreviven con 20 pesos al día.
Sin negar la utilidad de la política y 
la actividad legislativa en una sociedad democrática, y sin desconocer 
que las opciones frente a los desafueros de diputados y senadores 
—disolver el Congreso a lo Fujimori, por ejemplo— pueden resultar más 
costosas, vale exigirles compostura a nuestros padres conscriptos. Y 
recordarles que la sociedad los sostiene con sus impuestos.
Unos cuantos de estos sedicentes 
representantes populares, entre quienes están Manlio Fabio Beltrones, el
 Nene Verde, Jorge Emilio González,  y José Rangel Espinosa, ofrecieron 
esta semana repulsivos espectáculos de arrogancia, prepotencia, talante 
pendenciero y hasta franca estupidez. Conductas, por desgracia, de 
ningún modo  excepcionales, sino comunes en quienes están enquistados en
 los engranes del poder del Estado.
Los enojosos comportamientos de aquellos
 veteranos legisladores dieron pie a otras muestras de tergiversación de
 la noción del servicio público, por cuenta entre muchos, de Ernesto 
Cordero y el junior Juan Pablo Adame, recién llegados al Legislativo 
pero ya convencidos de que el poder proviene de irrespetar, engañar y 
mentirles a los ciudadanos.
Sólo aconsejado por la tontería o por un
 calculado afán de figuración –el mismo por el cual algunas vedetes 
solían pedir que se hablara de ellas; aunque mal, pero que se hablara de
 ellas— el inefable nieto de Emilio González Manautou y vástago de Jorge
 González Torres se puso ebrio al volante de un auto. Ignora por lo 
visto que un borracho al volante es un asesino en potencia.
El Niño Verde, nacido entre pañales de 
seda, fue a dar –como era altamente probable— al Torito. Y —¡eureka!— 
allí conoció el hambre, la sed y el frío. El vodevil hizo sonrojar a 
algunos –pocos- legisladores; pero a otros les dio pie para exhibir su 
propensión a la mentira.
Este episodio lastima la imagen del 
Congreso, dijo escandalizado el perredista Miguel Barbosa. “¡Es un 
delito!”, exclamó Emilio Gamboa Patrón refiriéndose a conducir 
embriagado. “La lección de este incidente es que, actualmente, para la 
ley, todos los sujetos son iguales”, expresó sin pudor Cordero, frente a
 periodistas que omitieron preguntarle: “¿De verdad se cree usted 
semejante patraña, don Ernesto?”.
No nos dejemos engañar. Al grueso de los
 legisladores no les avergonzó el escándalo. De otro modo hubieran 
activado algún mecanismo disciplinario para sancionar a su irresponsable
 colega, a quien solo la idiotez o un muy rentable protagonismo pudieron
 llevar a colocarse al volante de su Mercedes negro con por lo menos 
cuatro tequilas entre pecho y espalda.
Por los rumbos del Verde nadie se puso 
rojo de ira ni de vergüenza por las andanzas del Nene cuarentón. 
Guardaron silencio cómplice Arturo Escobar, Jorge Legorreta, Diego 
Guerrero y otros secuaces del político cuya vida pública ha discurrido 
de escándalo en escándalo.
De cara al caso González Martínez da 
grima constatar la deplorable indiferencia de la sociedad frente a 
quienes la maltratan y exaccionan y amasan inmensas fortunas a base de 
abusar del poder político obtenido por la vía del voto. De no ser por el
 poder del dinero, no se explica cómo los ciudadanos de Quintana Roo 
pudieron darle su sufragio al muy verde Niño Verde.
Otro tanto sucede con el mexiquense dos 
veces alcalde de San José del Rincón y también dos veces diputado 
federal, José Rangel Espinosa. Antes de ser descubierto por un colega 
suyo llegado a la política gracias al nepotismo, paseaba su impunidad en
 un auto símbolo de la opulencia, desprovisto de placas y ostentando en 
la defensa una grotesca “charola” de la Cámara baja.
Mientras los ciudadanos no dejen de 
premiar con su voto la prepotencia y consientan el encubrimiento 
institucional de diputados y senadores –nadie en San Lázaro ni en el PRI
 pidió sancionar a Rangel Espinosa— de la calaña de este prepotente 
integrante del Grupo Atlacomulco, será imposible depurar el medio 
político.
Podría decirse, en aras de la 
reivindicación del Legislativo, que a Rangel Espinosa lo balconeó un 
colega suyo, el panista Juan Pablo Adame Alemán. Es cierto. Pero 
rascando por encimita la biografía de este jovencísimo legislador, uno 
se percata de que su curul por la vía plurinominal fue un regalo de 
papi, el ex gobernador  morelense Marco Antonio Adame.
Frente a tan desconsoladora realidad,  
sólo cabe hacer votos para que demore lo más posible la inminente 
metamorfosis de este panista ultracatólico —por ahora con el Cristo de 
espaldas, debido a  la renuncia de su adorado Benedicto XVI—  en la 
versión azul del Niño Verde.
La exhibición de las miserias de los 
políticos tuvo un momento estelar esta semana. Manlio Fabio Beltrones 
llamó primero incompetente e irresponsable a Ángel Aguirre, quien a su 
vez le atribuyó vocación represora y le recordó sus tiempos de escuela 
política en la siniestra  Dirección Federal de Seguridad de Fernando 
Gutiérrez Barrios. Acusó el golpe el sonorense e insinuó que Aguirre 
sufre impulsos constantes e irrefrenables de empinar el codo.
En el colmo del cinismo, tras la sañuda 
toma y daca, el coordinador de diputados priistas y el gobernador dizque
 hicieron las paces, en un noticiario de radio. Este extendió una 
invitación para visitar Guerrero y aquel la aceptó como si nada. 
“Política”, le llaman al sainete, y hasta estiran arrogantes el 
pescuezo.
“¡Aplaquen su soberbia, viven de los 
contribuyentes!”, tendría que ser la recomendación para estos políticos 
cuya rutina discurre entre irresponsables, borrachos, prepotentes y 
represores.
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