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sábado, 23 de febrero de 2013

PREPOTENTES, BORRACHOS Y REPRESORES Por Aurelio Ramos Méndez


Cuando de escándalos en el Legislativo se trata, suele desempolvarse la pregunta de Vicente Lombardo Toledano relativa al Senado, planteada en los drásticos términos de si cerrarlo, venderlo o regalarlo. Tal como cabe preguntar ahora, de cara a los irritantes signos de desenfreno y aun de estulticia por parte de legisladores –del más encumbrado al menos significativo— que le cuestan al país la bicoca de 27 millones de pesos al año, cada uno.
Cálculos derivados del reporte conjunto 2012 de la ONU y la Unión Interparlamentaria sobre el costo de los congresistas, indican que cada uno de los 628 diputados y senadores representan un importe de 10 dólares –unos 130 pesos— al año para cada uno de los 112 millones de mexicanos, desde los recién nacidos hasta quienes están al borde de la tumba.
El informe fue realizado con base en cifras de 2011, cuando el presupuesto del Legislativo fue de 1.1 mil de millones de dólares. El de México quedó como el séptimo más caro del mundo entre 110 parlamentos, precedido por el de Japón –con 722 parlamentarios y un presupuesto de 1.1 mil millones de dólares—, con la diferencia de un PIB seis veces más pequeño que el nipón.
Así las cosas, cada uno de nuestros legisladores implica un gasto de 650 pesos al año para una familia tipo, de cinco miembros, aun las integradas por los 7.4 millones de mexicanos incorporados con urgencia a la Cruzada Nacional contra el Hambre, aquellos que sobreviven con 20 pesos al día.
Sin negar la utilidad de la política y la actividad legislativa en una sociedad democrática, y sin desconocer que las opciones frente a los desafueros de diputados y senadores —disolver el Congreso a lo Fujimori, por ejemplo— pueden resultar más costosas, vale exigirles compostura a nuestros padres conscriptos. Y recordarles que la sociedad los sostiene con sus impuestos.
Unos cuantos de estos sedicentes representantes populares, entre quienes están Manlio Fabio Beltrones, el Nene Verde, Jorge Emilio González,  y José Rangel Espinosa, ofrecieron esta semana repulsivos espectáculos de arrogancia, prepotencia, talante pendenciero y hasta franca estupidez. Conductas, por desgracia, de ningún modo  excepcionales, sino comunes en quienes están enquistados en los engranes del poder del Estado.
Los enojosos comportamientos de aquellos veteranos legisladores dieron pie a otras muestras de tergiversación de la noción del servicio público, por cuenta entre muchos, de Ernesto Cordero y el junior Juan Pablo Adame, recién llegados al Legislativo pero ya convencidos de que el poder proviene de irrespetar, engañar y mentirles a los ciudadanos.
Sólo aconsejado por la tontería o por un calculado afán de figuración –el mismo por el cual algunas vedetes solían pedir que se hablara de ellas; aunque mal, pero que se hablara de ellas— el inefable nieto de Emilio González Manautou y vástago de Jorge González Torres se puso ebrio al volante de un auto. Ignora por lo visto que un borracho al volante es un asesino en potencia.
El Niño Verde, nacido entre pañales de seda, fue a dar –como era altamente probable— al Torito. Y —¡eureka!— allí conoció el hambre, la sed y el frío. El vodevil hizo sonrojar a algunos –pocos- legisladores; pero a otros les dio pie para exhibir su propensión a la mentira.
Este episodio lastima la imagen del Congreso, dijo escandalizado el perredista Miguel Barbosa. “¡Es un delito!”, exclamó Emilio Gamboa Patrón refiriéndose a conducir embriagado. “La lección de este incidente es que, actualmente, para la ley, todos los sujetos son iguales”, expresó sin pudor Cordero, frente a periodistas que omitieron preguntarle: “¿De verdad se cree usted semejante patraña, don Ernesto?”.
No nos dejemos engañar. Al grueso de los legisladores no les avergonzó el escándalo. De otro modo hubieran activado algún mecanismo disciplinario para sancionar a su irresponsable colega, a quien solo la idiotez o un muy rentable protagonismo pudieron llevar a colocarse al volante de su Mercedes negro con por lo menos cuatro tequilas entre pecho y espalda.
Por los rumbos del Verde nadie se puso rojo de ira ni de vergüenza por las andanzas del Nene cuarentón. Guardaron silencio cómplice Arturo Escobar, Jorge Legorreta, Diego Guerrero y otros secuaces del político cuya vida pública ha discurrido de escándalo en escándalo.
De cara al caso González Martínez da grima constatar la deplorable indiferencia de la sociedad frente a quienes la maltratan y exaccionan y amasan inmensas fortunas a base de abusar del poder político obtenido por la vía del voto. De no ser por el poder del dinero, no se explica cómo los ciudadanos de Quintana Roo pudieron darle su sufragio al muy verde Niño Verde.
Otro tanto sucede con el mexiquense dos veces alcalde de San José del Rincón y también dos veces diputado federal, José Rangel Espinosa. Antes de ser descubierto por un colega suyo llegado a la política gracias al nepotismo, paseaba su impunidad en un auto símbolo de la opulencia, desprovisto de placas y ostentando en la defensa una grotesca “charola” de la Cámara baja.
Mientras los ciudadanos no dejen de premiar con su voto la prepotencia y consientan el encubrimiento institucional de diputados y senadores –nadie en San Lázaro ni en el PRI pidió sancionar a Rangel Espinosa— de la calaña de este prepotente integrante del Grupo Atlacomulco, será imposible depurar el medio político.
Podría decirse, en aras de la reivindicación del Legislativo, que a Rangel Espinosa lo balconeó un colega suyo, el panista Juan Pablo Adame Alemán. Es cierto. Pero rascando por encimita la biografía de este jovencísimo legislador, uno se percata de que su curul por la vía plurinominal fue un regalo de papi, el ex gobernador  morelense Marco Antonio Adame.
Frente a tan desconsoladora realidad,  sólo cabe hacer votos para que demore lo más posible la inminente metamorfosis de este panista ultracatólico —por ahora con el Cristo de espaldas, debido a  la renuncia de su adorado Benedicto XVI—  en la versión azul del Niño Verde.
La exhibición de las miserias de los políticos tuvo un momento estelar esta semana. Manlio Fabio Beltrones llamó primero incompetente e irresponsable a Ángel Aguirre, quien a su vez le atribuyó vocación represora y le recordó sus tiempos de escuela política en la siniestra  Dirección Federal de Seguridad de Fernando Gutiérrez Barrios. Acusó el golpe el sonorense e insinuó que Aguirre sufre impulsos constantes e irrefrenables de empinar el codo.
En el colmo del cinismo, tras la sañuda toma y daca, el coordinador de diputados priistas y el gobernador dizque hicieron las paces, en un noticiario de radio. Este extendió una invitación para visitar Guerrero y aquel la aceptó como si nada. “Política”, le llaman al sainete, y hasta estiran arrogantes el pescuezo.
“¡Aplaquen su soberbia, viven de los contribuyentes!”, tendría que ser la recomendación para estos políticos cuya rutina discurre entre irresponsables, borrachos, prepotentes y represores.
aureramos@cronica.com.mx