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viernes, 22 de marzo de 2013

PERSONAJE PUEBLERINO MELESIO BARBARITA (Fragmento) Por Margarito López Ramírez


No se sabe a ciencia cierta de dónde provino. Común era verlo vestido con pantalón de peto y camisa hechos de mezclilla que denotaba los rigores que trae consigo el uso prolongado. Era su indumentaria semejante a la utilizada por los obreros o ferrocarrileros de aquellos tiempos. Se desconoce quién fue la persona que le daba vestimentas, lo cierto es que siempre estaba equipado con ropas que, aunque no eran de su talla, lo hacían lucir limpio.

Su complexión denotaba cierta fragilidad. Era de piel blanca, y su pelo ensortijado de apariencia sedosa se desparramaba sobre los hombros cubriendo parte de sus facciones finas y diminutas. Su rostro que remataba en saliente y delgada barba, semejaba mascarilla de rasgos femeninos. Por ello se cree que el vulgo le endosó el mote de Melesio Barbarita.

… Melesio era persona pobre. Se ganaba el sustento desempeñando distintas labores. Su principal ocupación era el acarreo de leña seca que recolectaba en las faldas de Xomislo, cerro situado al oriente de la población. Común era verlo transitar por ese camino encaramado que conduce a la cima de esa elevación montañosa: en el ascenso llevaba un pedazo de reata y un machete mocho, comúnmente denominado tetepón, y a su regreso cargaba sobre su espalda un manojo de troncos o varas secos,… y frutas silvestres que obsequiaba a los chavales..

…Pero sucedió que un día domingo Melesio no regresó del cerro Xomislo. Su ausencia originó rumores y dio lugar a una espera que atrajo preocupación; primero en los niños, después en los adultos. Cuando las sombras de la noche se tendieron como manto sobre el paisaje, la población se volcó en busca de él.

A lo lejos sobre el cerro y lomeríos circundantes se observaban destellos de lámparas, teas y hachones que semejaban luciérnagas alucinando al tiempo que se escuchaban gritos prolongados: “Melesio,… Melesio… Melesio,” pero Melesio Barbarita no contestó. Fue hasta el amanecer del siguiente día cuando alguien exclamó: “aquí está Melesio… vengan, vengan,… vean, ¡aquí está!”
Yacía con el cuerpo enroscado bajo la fronda de un zapote blanco, y junto a él cuatro montoncillos de frutos en proporción a lo que posiblemente consideró que cabrían en las bolsas de su pantalón de peto. Los hombres se dieron a la tarea de improvisar con maderos, varas y sollate un canapé al tiempo que las mujeres oraban a dios y le hablaban a Melesio como si hubiese estado vivo: le pedían que aflojara las coyunturas, que estirara sus corvas y osamenta contraídas por el frío que trae consigo la muerte, le suplicaban que se ablandara para que lo pudieran acomodar en posición de muerto que descansa en paz. Sorpresivamente, después de mucho orar, hablarle y reconfortarlo  transmitiéndole tibiezas habidas en las manos femeninas, sucedió lo deseado. Cuando  unos y otros lograron sus propósitos, cuatro hombres cargaron sobre sus hombros la parihuela que contenía el cuerpo alargado de Melesio, y empezaron a descender del cerro seguidos por la muchedumbre que semejaba cinta serpenteante y multicolor en movimiento.
Un rumor mortuorio se aposentó en el pueblo, las campanas tañían,…