"Nunca mandes a un
jodido a la fregada, lo más seguro es que no tenga para el pasaje"
Hay un proverbio -y los
proverbios son algo muy bueno-, hay uno, digo, que pretende que el apetito se
abre comiendo. Este proverbio, por grosero que sea, tiene, sin embargo, un
sentido muy amplio: quiere decir que a fuerza de cometer horrores se desean
otros nuevos, y que cuantos más se cometen más se desean. México, se despedaza
en la violencia, el desempleo y una sociedad corrompida por diversos agentes,
entre ellos los extranjeros.
Tenemos petróleo; pero no
refinerías. Tenemos Minas, pero no empresas mexicanas dedicadas a extraer los
preciados metales, que tanto les urge a los canadienses y estadounidenses, sin
descartar a los alemanes y japoneses. Tenemos reservas territoriales para la
siembra de frijol, arroz y otras semillas y andamos importando tras el artero
crimen del Tratado de Libre Comercio. Llegamos a los excesos de la importación;
y, con ello vemos el aumento económico a la canasta básica y a la disminución de
los escasos productos que de ella se anuncian; ya de medios kilos.
De hecho, la única verdadera
anarquía es la del poder, en todo este embrollo. El poder sin poder definir
políticas públicas de un país joven que se desvanece en la “progeria
corruptus”. Ese estigma de la raza humana, ni dios lo ha podido erradicar de
las almas perversas; de los espíritus malignos y carroñeros. Dios ha sido
vencido por el mismo hombre -hecho a su imagen y semejanza- por ánimos
impetuosos de soberbia y egolatría. Desde allí el mandato del poder. Se ha
viciado no tan solo el término, sino que ha sido coronario de personajes que
han perdido la razón de lo justo y equitativo. Luego entonces, nada tiene razón
de ser respetado, desde esa trinchera de la perversidad, de la envidia y la
execración.
En tanto, ocurren desgracias
criminales en el país; desde los grupos de poder se sigue manteniendo intacta
la dureza representativa, su arrollador “discurso moral”, su absoluta negación
de la felicidad en vida y sí su retrato muy alejado del ser humano. Se pretende, sí, hacer “entender” que la vida es un montón de insignificancias
e irónicas ruinas; a través de personas tan impúdicas que su modus operandi, es
entre sinvergüenzas, escabrosos y libidinosos.
Y retomo la frase de líneas
arriba: nunca mandes a un jodido a la fregada, lo más seguro es que no tenga
para el pasaje. Es por ello, que todos están aquí, amontonados, jodiendo,
fastidiando.
Los vinos y licores,
cigarros -y ahora el payaso de Vicente Fox, con su empresa -prestanombre- presto a entrarle al asunto de
legalizarse la mota- la tele basura, el
uso indiscriminado y sin respeto de la mujer no tan solo en comerciales, sino
en las violentas telenovelas de los dos “grandes” canales de televisión y la
literatura meliflua dominan nuestro mundillo. Cuando la realidad nos carcome la
espalda y nos da una patada donde termina el espinazo. Es decir masificar una
sociedad muy light en la apariencia, pero brutalmente iletrada en la escenario,
por remontar una mejor calidad de vida.
Los mismos políticos al
referirse a los cleptómanos nos restriegan las historias de sus colegas
ladrones; y, solo nos queda reír o escépticos comentar de saber que serán dados de baja de sus
partidos políticos, como si en ello se fuera la vida de estos ladronicidios,
dijera Roa Bastos.
Queda claro que no son
ningunos idiotas los que han convertido a México en inagotable vaca lechera que
nutre a una oligarquía sin ningún vínculo solidario con la patria y con el
pueblo mexicano. Somos nosotros, los incapaces de unirnos y contener la
voracidad de esa jauría insaciable mediante un programa que rescate para el Estado
el rol protector de la nación y los ciudadanos.
¿Puede considerarse idiotas
a quienes han convertido el país en colonia del capital extranjero y en capital
mundial de la desigualdad? ¿No será que los idiotas somos el rebaño de corderos
que en la Pascua electoral son inmolados en el ara de la demagogia?