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sábado, 30 de noviembre de 2013

Médula Los “hacedores de lluvias” Por Jesús Lépez Ochoa


“La autoridad principal de los jefes deriva de su arte como “hacedores de lluvias”. Si algún jefe no puede hacer llover por sí mismo, acudirá otro que pueda hacerlo”.
Sir James George Frazer.

Dos siglos han transcurrido desde que en el ocaso del XIX Sir James George Frazer  publicó su obra La Rama Dorada y la principal demanda de los gobernados hacia sus gobernantes es la misma, ya sea en tribus o naciones del primer, segundo y tercer mundo por igual: la satisfacción de sus necesidades más elementales para la sobrevivencia.
Sencilla y concreta, pero más difícil de complacer conforme el desarrollo avanza, las poblaciones crecen, las capacidades de respuesta disminuyen  y lo único que los “jefes” actuales conservan de los magos que encabezaban las tribus del África Oriental que Frazer describe en su libro, es la capacidad de engaño.
Relata la obra que usando la magia simpatética o imititativa, los antiguos magos a quienes debemos la herbolaria y las bases sobre la medicina lograban hacer creer a la gente que tenían poderes sobre la naturaleza.
Con palos y piedras mojados en agua llamaban a la lluvia y ésta parecía responder al clamor de un pueblo atemorizado por la sequía para bendecir sus cultivos y la cosecha que mitigaría su hambre. La gente agradecida les daba riquezas y los hacía jefes.
Los magos se volvían gobernantes y procuraban situar sus aldeas en la cima de las colinas, pues sabían que eran éstas y no sus rituales, las que atraían a las nubes.
Cualquier parecido con nuestros actuales políticos mexicanos es mera coincidencia, ya que estos charlatanes –los jefes de los Wagogos africanos- tenían un corto periodo de mando, pues cuando no conseguían que lloviera, no sólo se les acusaba de negligentes e incapaces, sino que eran golpeados, exiliados o incluso asesinados para que otro mago ocupara su lugar.
Aunque algunas de las medidas son salvajes e impensables en la actualidad, lo sorprendente es que hace dos siglos en África, las tribus sabían qué hacer ante la ineficacia de sus gobernantes y lo hacían.
Hoy en el México del siglo XXI que le apuesta desde hace 30 años a la “modernización” y a la “transformación” con un saldo de más de 60 millones de pobres, bajos niveles de empleo, salarios raquíticos, precios altos al consumidor y miles de familias que subsisten con créditos de la usura apoyada desde el gobierno, no hemos sido capaces de lograr algo tan simple como la revocación del mandato.
El artículo 39 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece desde 1917: “El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de gobierno”, pero el 40 indica que el pueblo ejerce su soberanía a través de los poderes de la unión.
Es decir, la democracia mexicana es representativa y no directa, aunque por la salud del país y de esos 60 millones que viven en la precariedad, debiera incluirse en el derecho a la consulta popular establecido en el artículo 35 que a petición de los ciudadanos el Congreso de la Unión someta a este mecanismo la revocación del mandato de los malos gobernantes.
La propuesta está en el Senado de la República y muy poco se ha conocido de ella y su discusión, pues en una sociedad más compleja que la de las tribus de hace dos siglos, los “hacedores de leyes” protegen a los malos “hacedores de lluvias”, mientras los mexicanos tenemos que esperar sexenios enteros a que otro mago igual de bueno para prometer pero malo para cumplir llegue a suplir al que se va, sin importarles nuestra sequía. ¡Quién como los Wagogos!