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lunes, 31 de marzo de 2014

DICEN QUE DIJERON QUE ANDAN DICIENDO QUE… Por Margarito López Ramírez

… de la noche a la mañana, después de superar ciertas dolencias que lo tuvieron al borde de la sepultura, a don Hermelando Damián Cortés le dio por corretear a cuanta mujer  pasaba vendiendo algo frente a su casa. Cuentan que “El santo señor” agarraba parejo. Sin importar edad, físico, condición social, parentesco; lo mismo le hablaba a la tamalera, como  a quien vendía empanadas, cacahuazintles, merengues, pipitoria, semillas doradas, tortillas, memelas de camagua, helados, pan, verduras y baratijas. Al verlas que se afanaban en su vendimia, empezaba a decirles en tono comedido al tiempo que con una de sus manos jugueteaba y palpaba un billete viejo y arrugado en el fondo de una de las bolsas delanteras de su pantalón: “¡0ye, niña!, ¿que a ti no te cumple tu novio, pareja o señor?, porque debes saber que yo te puedo cumplir”. Y he ahí que frecuentemente la aludida, al escucharlo y ver sus ademanes,    contestara en tono de conmiseración: “¡ay!, don usted, lo dice como si en verdad pudiera hacerlo”. 
Ante tal insinuación que no lo dejaba bien parado, don Melando, como lo llaman sus vecinos y familiares, retomaba su intento con más ahínco: “sí niña, así como me ves,… debes saber que todavía hago surcos”; propiciando que algunas se sonrojaran, otras sonrieran y las más de ellas montaran en enojos a la par que se alejaban murmurando: “viejo rabo verde”.  
Testigos presenciales de estos acosos amorosos, afirman que cuando ya no pudo carrerearlas por su reumatismo creciente, optó por aposentarse en el quicio de la puerta de su casa desde donde les musitaba sus viejos y obsoletos piropos: “Si como lo meneas lo bates, qué buen chocolate…”… “Prietas, hasta las mulas son buenas”… “Grandotas, y aunque me peguen”… “” “Adiós mamacita, aquí está tu querubín”… Y, si la ocasión le era propicia, las llamaba, y, a la par de manosear la mercancía y revolotear su mano derecha en el fondo de la bolsa, les endilgaba su acostumbrada perorata: “Oye niña, que a ti no te cumple tu…”. 
Este acontecer se repitió en el atardecer de cada día hasta que  una de tantas vendedoras, al escuchar que don Melando le decía: “¡ Ayyyy qué curvas,  y o sin frenos!”… “Me he de comer esa tuna aunque me ajuate las manos”, lo encaró, y al tiempo que levantaba sus enaguas hasta la cintura, le dijo: “… pero con qué dientes, mi querido señor, con qué dientes. Estas carnes, mas que para usted, están buenas  para algunos de sus parientes…”. Y entonces don Hermelando, con la mirada fija en las piernas robustas y hermosas de la joven, enmudeció, y le dio por recordar los versos de don Isaías Basilio Bautista, oriundo de la ciudad de Tixtla de Guerrero, hombre de trova y cantautor de música reservada a bailadores de Tarima; atrajo de él aquello que a la letra dice “Me encontré con una güera/ de esas de alto peinado, / le dije que me lo diera; /me dijo: ¡qué desgraciado!/ yo estoy buena pa´ tu nuera/ tú ya estás muy arrugado…” 

Desde ese día, acompañado de sus amigos le ha dado por acudir, aunque con mucha dificultad al caminar, a la plazuela asentada en el corazón de su barrio en donde observa el transitar de las vendedoras que emiten su cantaleta: “el pan…, la telera…, la empanada…, el queso…, la memelita…”; poniendo  más atención en la pizpireta de andar zarandeque, la misma que lo encaró; ante ella se muestra embobado cuando  dice: “compre  el merengue suavecito, calientito, esponjadiiiiito, dulce y sabroso. ¡Agárrelo!.. ¡Agárrelo!.. ¡Merengueeeeee!”; boquiabierto la ve alejarse con su coqueteo llevando  su canasto sobre la cabeza protegida por un yagual hecho de trapo; la escucha gritar una y más veces a la par que posa su mirada en ese su cuerpo erguido de hembra altiva y esbelta;  la observa detenidamente notando en ella bonituras que lo alborotan y lo inducen a evocar sus correrías amorosas: aquí, allá, acullá con mengana, zutana, perengana y más hermosuras que le prodigaron felicidad; la ve alejarse en la distancia al tiempo que masculla una tonadilla que le viene al pelo por eso de sus muchos años vividos, algo que a la letra dice: “Ay de mis tiempos pasados/ cuándo los volveré a ver,/ de lo pasado, pasado/ es imposible volver/ como el árbol que ha caído,/ no vuelve a reverdecer…” ; y cuando a lo largo de la calle no halla la figura femenina ni escucha la tonadilla que lo atraen y embelesan, regresa a su casa, avanza con tiento paso a paso como si temiese lastimar el suelo, se va pensando que mañana será otro día en el que habrá de volver a la plazuela para deleitarse con el transitar y pregón de las vendedoras, se aleja meditando en la muchacha del “…merengue suavecito, calientito, esponjadiiiiito…”