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martes, 24 de junio de 2014

Con Buena Intención EJERCICIO PERIODÍSTICO EN RIESGO Por Juan Manuel Millán

JUAN MANUEL MILLÁN
Resulta poco extraño enterarse que un gobierno arremete contra periodistas en el ejercicio de su actividad, como ocurrió recientemente en Egipto, en donde el gobierno de ese país condenó a 7 años de cárcel a 3 periodistas de la empresa televisiva Al-Jazeera, supuestamente por estar relacionados con un grupo terrorista, hechos que fueron reprobados por la jefa del Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Navi Pillay y el secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry.
Por décadas, las protestas de periodistas casi siempre son enfocadas en contra de los gobiernos represivos o de funcionarios intolerantes a la crítica objetiva. Sin embargo, en México, cada vez son más los casos en los que la ciudadanía arremete contra reporteros durante eventos públicos y protestas callejeras.
El asunto podría tornarse cada vez más grave, cuando la agresión proviene de una ciudadanía enardecida e intolerante, como recientemente ocurrió en Guerrero en eventos en donde personajes de la sociedad civil han descalificado el trabajo periodístico de algunos compañeros periodistas.
Durante la marcha de protesta de las organizaciones civiles y religiosas que se manifestaron a favor de la vida y en contra del aborto en Chilpancingo, desde el templete se acusó públicamente a la reportera del periódico La Jornada, Citlal Giles de publicar en su nota que el evento programado para el domingo 15 de junio se había cancelado.
A los siguientes días, la reportera Mariana Labastida, del periódico El Sur, fue señalada en una de las cartulinas de las personas que festejaron en el Ayuntamiento de Acapulco, la detención del líder del CECOP, Marco Antonio Suastegui, argumentando que: “los reporteros de El Sur defienden a Marco Antonio Suastegui (Mariana Labastida) no está con el pueblo”.
Es común que el lector desconoce muchas veces que el reportero es el portavoz ciudadano que solamente recoge o alimenta de información al medio en el que labora, y que la línea editorial o los intereses extra periodísticos de algunos dueños, son ajenos a los dilemas propios del ejercicio de la profesión periodística.
Incluso, es importante decirlo, en algunas redacciones de los medios impresos, “hay chaneques nocturnos” que modifican las notas en contra de la voluntad del reportero.
Para evitar esos enconos y darle su lugar al lector cuando no está de acuerdo con alguna publicación, en varios países, incluso en México, se ha adoptado la figura del defensor del lector; tema que es tocado año tras año en distintos foros de periodistas, pero ningún medio en la entidad ha dado el paso para tenerlo entre sus filas, como una especie de ombudsman.
 La intolerancia mostrada por algunos ciudadanos, específicamente en eventos multitudinarios como los anteriormente mencionados, se podrían convertir en excesos si los propios medios no toman las medidas, estableciendo códigos de ética o atendiendo directamente la inquietud ciudadana.
Ante ese tipo de expresiones, no es pidiéndole su intervención  a la autoridad, de los tres órdenes de gobierno, como se podrá garantizar la seguridad de los periodistas; aunque sí, ante la amenaza de una posible agresión física.
A quién se le podría ocurrir que la autoridad arrebate la cartulina que cuestiona a Mariana Labastida, ni mucho menos tapándole la boca a la persona que a micrófono abierto señaló a Citlal Giles. Ambas compañeras merecen nuestra solidaridad, pero la autoridad no está para reprimir este tipo de expresiones ni para normar los códigos de conducta de las redacciones.