Una cueva subterránea de 60
metros de diámetro y 20 de profundidad llena de gas natural, que colapsó
tragándose la plataforma de perforación y el campamento de los científicos petroquímicos.
Ante el temor de una
explosión y una liberación de gases tóxicos, los soviéticos decidieron como
método más seguro y menos costoso prenderle fuego. En ese momento, las expectativas
eran que el gas se consumiría en unas pocas semanas, pero desde entonces hace
más de 40 años, el agujero sigue ardiendo y aún no se sabe cuándo se apagará.
Georges Kourounis con un
traje de kevlar a punto de descender a los 'infiernos'. Foto NatGeo Australia
Pues a este lugar donde el
olor a azufre quemado lo impregna todo, en noviembre del año pasado, National
Geographic envió una expedición comandada por el aventurero George Kourounis.
Un viaje con un año de
preparación con el propósito de que una persona sondeara las profundidades del
cráter. Descender al fondo del agujero en llamas pare recoger muestras del
suelo, "con la esperanza de poder encontrar formas de vida extremófila capaces
de sobrevivir a tales condiciones- y quizás arrojar luz sobre si la vida puede
sobrevivir en condiciones similares en otras partes del universo".