A Marcelo Ebrard lo conocí en aquellos días en que llevaba en su pecho las siglas del PRI. Marcelo tenía 29 años y era secretario General del tricolor en la Ciudad de México; para andar en campaña y visitar zonas rurales del Distrito Federal vestía caras chamarras de antílope, pantalones y camisas de marca. No se despeinaba y asistía a reuniones en lugares ad hoc, abiertos algunos pero con asistencia priista comprobada. No le apostaba a un desaguisado.
Y es que Marcelo se estrenaba en estos menesteres de hacer política a pie tierra. Por supuesto, su mentor lo orientaba desde la jefatura del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF), del que pasada la campaña intermedia de 1991 sería secretario General.
Sus biógrafos le endilgan la exitosa campaña que se alzó con carro completo en la capital del país y posibilitó que, sumado al triunfo en el resto del país, Carlos Salinas de Gortari legitimara su mandato y superara la cuestionada elección presidencial de 1988.
En realidad, los operadores de esa campaña que, incluso, dejó fuera de la diputación local plurinominal a Marcelo porque el tricolor arrasó en los 40 distritos electorales en el Distrito Federal, fueron el entonces regente Manuel Camacho Solís y el secretario General del DDF, Manuel Aguilera Gómez. Eran jefes de 16 delegados políticos que contaban con importante presupuesto para hacer obra pública y campaña a favor del PRI.
La alianza política y experiencia operativa entre Camacho y Aguilera tuvo sus raíces en la tragedia, porque ambos fueron responsables del proceso de reconstrucción de la devastación provocada por los sismos de septiembre de 1985. Ahí, Camacho creó a las organizaciones que servirían a su proyecto personalísimo de llegar a la Presidencia de la República y, en 1991, consideró que tenía los hilos de la sucesión en las manos.
A grupos populares, de damnificados o no, desempleados y sin casa propia, encabezados por líderes como René Bejarano, les daba casas y construía unidades habitacionales, regalaba terrenos y recursos públicos, facilitaba créditos blandos que prácticamente eran un regalo porque se iban a fondo perdido. A otros, como Andrés Manuel López Obrador soportaba con sus huestes en el Zócalo, en marchas y mítines frente a dependencias públicas, que sorprendentemente aceptaban negociar y se regresaban a Tabasco.
Y en todas esas tareas operativas favorables al PRI en el Distrito Federal, Camacho llevaba de la mano a su alumno destacado, a Marcelo Ebrard que avanzaba en su carrera política, entonces destacado y orgullos priista.
Camacho desdeñaba el trato preferencial que Carlos Salinas de Gortari brindaba a Luis Donaldo Colosio Murrieta, quien como presidente del CEN del PRI en el periodo 1988-1992, fue el operador del proceso nacional que legitimó la Presidencia salinista. Por eso, el entonces regente del Distrito Federal, echó la carne al asador para, vía su delfín Marcelo, demostrar que si controlaba a la capital de la República y solucionaba “graves problemas” –en realidad por él creados junto con la solución--, entonces estaría en la voluntad ciudadana como natural candidato presidencial.
Y de la mano jalaba a Marcelo. Se lo llevó a la Secretaría de Relaciones Exteriores cuando el fiel de la balanza decidió que el candidato del PRI a la Presidencia era Luis Donaldo; también se lo llevó a Chiapas en calidad de salvadores de la patria para negociar la paz y la reconciliación en Chiapas.
Luego, como muchacho chicho de la película gacha –Chava Flores dixit—lo hizo seguirle en la aventura fuera del PRI, designándolo candidato a la Jefatura de Gobierno por el Partido de Centro Democrático, pero casualmente luego aplaudió su decisión de renunciar a esa cruzada y sumarse a la de Andrés Manuel López Obrador. Entonces, Marcelo y su maestro se volvieron perredistas.
Marcelo fue jefe de Gobierno del Distrito Federal y, desde ese cargo, operó a imagen y semejanza de su maestro Manuel Camacho Solís, en la idea de construirse la plataforma ideal que lo llevara, primero, al Congreso de la Unión y, luego, a la candidatura del PRD a la Presidencia de la República.
Pero algo falló. Manuel Camacho no le entregó todo el know how para hacerse de la candidatura presidencial y cómo operar para hacerse de fondos para una larga campaña. Camacho, de acuerdo con versiones de esos días, junto con su equipo compacto hizo el cochinito con el desarrollo de primer mundo de Santa Fe; convirtió tiraderos y muladares en un espacio donde la plusvalía de la tierra se cotiza en dólares.
López Obrador hizo su cochinito con los segundos pisos y otros manejos en servicios públicos, operados por subalternos en jefaturas delegacionales y dependencias del GDF, como el transporte público.
Marcelo quiso hacerlo con la Línea 12 del Metro y erró; otros negocios con tráfico de influencias prosperaron pero están sujetos a verificación y no tarda en abrirse otra foja en el expediente judicial contra Ebrard. Por eso le urgía el fuero, para defenderse desde el Congreso de la Unión y ampararse con un grupo político que le debe favores.
El PRD lo desdeñó, igual Morena. No querían llevar en sus filas a un candidato cuestionado, considerado responsable de un multimillonario desvío de recursos públicos, es decir, un pillo de cuello blanco que no comulga con la limpieza invocada por el perredismo de Los Chuchos ni la honestidad valiente de López Obrador que, al menos en sus promocionales, dice despreciar a los corruptos.
Pero, bueno, Movimiento Ciudadano debe favores a Manuel Camacho Solís y a Marcelo. Por eso, en una apuesta para hacerlo crecer como candidato víctima del sistema, perseguido de Aurelio Nuño, jefe de la Oficina de la Presidencia, y por antonomasia del presidente Enrique Peña Nieto, le ha extendido una carta de impunidad con la diputación federal plurinominal.
Marcelo Ebrard, como lo enfatizó a grito abierto el mes pasado en la Cámara de Diputados, asegura que es inocente de los malos manejos técnicos y financieros de la L12, vaya, sostiene que no hay tal perjuicio y, por tanto, los ataques son dizque porque está desafiando al poder.
Hoy, una vez que renunció al PRD –aunque dice que el partido lo abandonó--es candidato ciudadano a diputado plurinominal del partido Movimiento Ciudadano. Para el efecto firmó un convenio y no es necesario afiliarse a Movimiento Ciudadano. Ser o no ser, da lo mismo, porque Marcelo debe recordar que el fuero ya no es manto de impunidad y, la mayoría legislativa puede desaforarlo. Total, ni el PRD ni Morena y mucho menos el PT meterían las manos al fuego por él.
Incluso le pueden hacer efectivo el compromiso que firmó con Dante Delgado, dirigente nacional de MC, en el que acepta enfrentar cualquier proceso legal que se inicie en su contra.
Dice no necesitar el fuero para enfrentar las investigaciones. Incluso prevé habrá más ataques en su contra y todo porque –como el muchacho chicho de la película gacha que tendrá un capítulo más en la elección del próximo 7 de junio—asegura estar desafiando al poder. Conste.
LUNES. Esa lista de candidatos plurinominales del PRI a la LXIII Legislatura federal de la Cámara de Diputados entraña la estrategia que desplegará Enrique Peña Nieto desde el Congreso de la Unión rumbo a su sucesión en 2018 y afianzar reformas y control político. Por cierto, ¿y Manlio Fabio Beltrones? Digo.
@msanchezlimon