“¿Qué es un cínico? Es un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada”.
-Oscar Wilde-
El orate de Palacio Nacional
pilotea por tierras de Centroamérica y el Caribe. Se observa en su espejo
convexo, como el gran dador. El que ve y soluciona. El master de la
benevolencia con dinero ajeno. El malafacha se siente un conquistador con un
morral saturado de inmoralidad y un traje mal confeccionado antiético, pensando
que lleva la panacea en sus huecas palabras.
Lujuria del ego y gula de
popularidad son sus cargas. Un viaje al centro del continente americano aprobado
por ladrones y cleptómanos que igual que el viajante, están tan embarrados de
delitos, como el archivo personal del titular de la fiscalía general de la República.
Le acompañan bufones, robadores, borrachines e intérpretes de sus sueños de
grandeza.
Una travesía llena de simbolismos,
enajenaciones, lisonjas, falsedades y exaltaciones de un pecador rumbo al
patíbulo. Con una mano señalando a un inefable e impronunciable sucesor y con
la otra, pide su salida, su éxodo.
La esencia del mito de la
nave de los locos de Jerónimo Bosch y de Sebastián Brandt, comparable con la
del loco de Palacio; es botarlo a la inmensidad del infinito y no regrese. Que
se pierda en la profundidad de sus invenciones y el remolino de su desfase.
Un tipo sin patria, que
quede errante en el murmullo de sus torpes frases y en la siniestra figura de
su diabólico mundo.
La nave de los locos es
real, se llama “4T”, y en breve no se le permitirá pernoctar en ningún lado. Su
cargamento es de gente con peste política, lepra social, tuberculosis emotiva y
cáncer económico. Su esencia los delata, son perniciosos, nocivos y dañinos.
“En la Edad Media los
“insensatos” fueron quemados, golpeados y muchas veces tratados como animales.
Se creía que existía “la piedra de la locura” y que esta se hallaba en el
cerebro. Muchos fueron mutilados para extraer ese elemento del mal.”
No aportan, roban. No dan,
mienten y no apoyan, traicionan.
@GradoCero_Gro