Moisés Sánchez Limón |
Cuando al inicio de la última década del siglo pasado se conoció el término “maestro taxi”, acuñado incluso en ámbitos de la UNESCO, acababa la era en la que ser maestro era sinónimo de estabilidad económica con una profesión de siempre reconocida. Los docentes ingresaban a un espacio de la informalidad y debían desempeñar una actividad secundaria, que incluía manejar taxi, para completar la economía familiar.
El desempleo que comenzó a galopar en el México contemporáneo rumbo a la informalidad, fue producto de la abundancia petrolera anunciado por José López Portillo como el pretexto para que nos preparáramos para administrar la riqueza, cuando, apenas iniciada su gestión, se comenzó a explotar el riquísimo yacimiento petrolero Cantarell en la Sonda de Campeche, descubierto en 1971.
La crisis económica heredada por Luis Echeverría, con la devaluación del peso a niveles de empobrecimiento explicable, que luego López Portillo entregó corregida y aumentada a Miguel de la Madrid, fue pauta para el creciente desempleo que a la clase media la dejó en vías de extinción y entregada al doble y triple empleo para sobrevivir, pero en ese requerimiento de suma y resta de las finanzas familiares irrumpió la informalidad.
En las oficinas de gobierno, en las escuelas y la inmensa mayoría de los centros de trabajo, profesionistas o no, burócratas de medio tiempo y maestros de medio turno, salieron en busca del complemento y se dedicaron a vender baratijas, manejar taxis, ofertar productos de belleza y artículos de manufactura casera para ayudarse.
Los salarios, desde el momento en que las alianzas en época de Miguel de la Madrid dotaron de un límite al famoso tope salarial que no fue más allá de un miserable porcentaje que hoy ofende con aumentos de pesos y centavos, no mayores al 4 ó 5 por ciento del salario mínimo, se volvieron tabla de referencia no manera de vivir o sostén de una familia promedio.
El número de pobres se disparó y el de miserables fue de la mano. En las principales ciudades se extendió, entonces, la informalidad con los mercados sobre ruedas que devinieron en una especie de tianguis en donde se consigue lo mismo legumbres y hasta pasadores para el pelo, pollo fresco y relojes de a 25 pesos Made in China.
Y cada gobierno, desde que don Pepe López Portillo entregó las arcas federales saqueadas y secas, se empeño en invocar de diferente manera a la solidaridad, la unidad de obreros, campesinos, empresarios y sector público para, ahora sí, combatir al desempleo y, por tanto, a la informalidad, ésta que se convirtió en un sistema financiero de suyo evasor de impuestos y competidor del comercio establecido que nada puede hacer contra esas políticas locales y federales que cierran los ojos ante el contrabando, el robo y la necesidad de millones de mexicanos que perdieron el empleo y se volcaron a la informalidad que, luego, se consintió como praxis familiar.
Carlos Salinas de Gortari emprendió una política de corte paternalista con pretensiones de enseñanza y capacitación para el trabajo, pero cuando el PRI la asoció con la lealtad en el voto, entonces se volvió negocio político que prohijó el crecimiento de informales y la planta productiva se desvinculó de las instituciones de educación superior, tanto que llegó el día en que ser egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México fue estigma y se los anuncios de oferta de empleos de nivel acotaban el mensaje: “no egresados de la UNAM”.
Abogados vendedores de seguros, doctores en calidad de visitadores médicos, maestros dobleteando en escuelas particulares, reporteros metidos a meseros. En fin. De qué sirven tantos años de desvelos y esfuerzos para lograr una licenciatura, una maestría, un doctorado, si al final ser vendedor de productos de belleza o artículos de lencería, zapatos y otros etcéteras no requiere de títulos profesionales.
¿Ahora sí se combatirá a esa fábrica de la informalidad que es la demagogia gubernamental? El presidente Enrique Peña Nieto convoca a ello, a acabar con la informalidad y se traza la meta de regularizar 200 mil empleos entre este mes de julio y diciembre próximo. Sí, pero hay 28 millones de trabajadores que transitan en la economía informal, esa que no paga impuestos pero que tiene en el desamparo de la seguridad social a por lo menos el doble de esos mexicanos que cabalgan entre el subempleo y la informalidad.
¿Qué fue del “Presidente del empleo”? Puro rollo. Ojala y este Programa para la Formalización del Empleo no tenga el mismo destino de otros enderezados para generar fuentes de trabajo en el país, que forman parte del archivo muerto de las buenas intenciones. Conste.