Una de las preocupaciones de
Gilberto Rincón Gallardo fue la invasión de lo que él llamaba algo así como la
cultura de la corrupción.
En México hablar y escribir
sobre la corrupción no es novedad ni causa sorpresa. Es un mal endémico y
perenne. Y cuando se habla de ella se
piensa siempre en los políticos, los altos funcionarios públicos, los bajos
burócratas, los policías y también los grandes empresarios o personas que se
supone tienen alguna clase de poder. Pero nadie piensa, ya no digamos en sí
mismo, sino en muchos mexicanos que ya perdieron la conciencia de lo que
significa ser corruptos a fuerza de la costumbre.
En este mismo espacio, el
escribidor cree haber contado ya que en alguna entrevista periodística o en una
plática amistosa, don Gilberto Rincón Gallardo, mexicano de excepción, le hizo
saber una de sus mayores preocupaciones: la invasión de lo que él llamaba algo
así como la cultura de la corrupción o la costumbre de la corrupción. Por
supuesto que estaba muy preocupado por la gran corrupción de los poderosos,
pero sobre todo por su efecto en toda la sociedad mexicana; decía que no debía
ser posible que los niños creyeran que podían resolver sus calificaciones
escolares con un regalo para el profesor; que nadie tuviera sentimiento de
culpa o siquiera pudor al dar una “mordida” al policía para no ser
infraccionado, al burócrata para evitar o agilizar un trámite o al revés y todos
los etcéteras que se quieran agregar y en todos los ámbitos de la vida social.
Peor aún: los corruptos son los que reciben la “mordida”; yo no porque sólo se
las doy porque me la exigen.
Hace exactamente una semana
esta columna concluía con el siguiente párrafo: “CAMBIO DE VIAS.- Otros cinco
jóvenes mexicanos —casi apenas salidos de la infancia— y uno de sus profesores
de la Facultad de Economía de la UNAM murieron el jueves 12, en un accidente en
la carretera México-Toluca, cuando se dirigían a su viaje de prácticas
escolares. En medio de la tragedia, surgió un dato espeluznante e incómodo: el
tráiler que golpeó al autobús de los universitarios llevaba una sobrecarga de
24 toneladas de trigo, lo que provocó su descontrol, de acuerdo con la
Procuraduría de Justicia el Estado de México. ¿Quién decidió sobrecargar ese
transporte? ¿Quién le permitió circular? ¿Por qué? ¿Cuánto cuesta poder violar
un reglamento? ‘No pasa nada’, seguramente dijeron cuando llenaban los
contenedores del tráiler, ‘¿quién te va a agarrar?’ La corrupción (pública y privada) también
mata.”
Ocho días después, el
viernes 20 de abril, en la carretera Álamo-Potrero del Llano, en el norte del
estado de Veracruz, 43 personas murieron y otras 27 quedaron heridas en un
accidente prácticamente idéntico al ocurrido a los universitarios: la segunda
caja de un tráiler sobrecargado, y a exceso de velocidad, se desprendió y se
impactó contra un autobús que transportaba a veracruzanos que iban a diversas
ciudades del norte del país para trabajar principalmente como jornaleros. Como
se sabe, normalmente los autobuses tienen capacidad para 40-42 pasajeros; es
decir también iba sobrecargado: 70 viajantes.
Se dice que los accidentes,
las tragedias, son productos de las circunstancias. Pero de ellas siempre hay
responsables y son muchos. El escribidor no es de los extremistas que creen que
el Presidente de la República, el secretario de Comunicaciones y Transportes,
los gobernadores de los estados donde ocurrieron los hechos deban ir a la
cárcel; vamos, a lo mejor, ni los choferes. Sin duda la responsabilidad mayor
es de quienes sobrecargaron esos tráilers y el autotransporte de Veracruz. Las
autoridades directas que lo solaparon. Es muy terrible escribirlo, pero también
hay que decir que tienen alguna responsabilidad quienes aceptaron viajar en
esas condiciones. Sí, ya lo sé: la necesidad de tener un trabajo y un ingreso
para apenas mantener a la familia es tan grande y grave que obliga a cualquier
sacrificio: la muerte en este caso.
Ya ni modo, diremos algunos,
muchos o todos los mexicanos. Ya nos acostumbramos. No pasa nada: nada más es
tantito; todos lo hacen; qué quieren que haga; si ellos lo hacen, ¿por qué yo
no?; nadie se da cuenta; es una “lana” extra; tú éntrale… Tenía razón don
Gilberto Rincón Gallardo.