Como lo he desarrollado en otros trabajos,
escarbar y penetrar en la música de Guerrero y el origen de sus fuentes
primigenias es una labor titánica. Debido a esto es que me propuse escribir el
ensayo; El triangulo del son y una ínsula
extraña, Coahuayutla. Tierra Caliente Tixtla y Costa Chica son las aristas.
En este amplio texto, exploro las coordenadas más convincentes y de las cuales
existen fuentes para llegar al fondo de este atanor de sonoridades, que bien
por mar, a la vela o dentro de barcos negreros y tibores, sedas y olor a
caminata por los desfiladeros de la
Sierra Madre, se detuvo en Guerrero para continuar su travesía en coplas,
bordón, chilena y son, oajacado y gusto, minué y fox trot, marinera y cueca;
arpa, gusto y bambuco con cadencia de corrido, pobreza, lejanía del desarrollo
y una tenacidad febril para transmutar el sonido en voz, y el sonido de las
voces en un orfeón capaz de cifrar el mundo en una pieza musical, donde el ser de lo guerrerense se bifurca y
condena, se abre y cierra como el fuelle del acordeón que los afromestizos de
la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, tocan con una suavidad semejante al deslumbramiento
del mar cuando pare hijos.
Paralelo a este ensayo, escribo el tomo
dedicado a la Montaña para darle continuidad a la música de Guerrero, del surco a la guitarra conjuro y
memorial. Escrito hace siete ocho años. La montaña alta y baja. La Costa
Montaña y su murmullo en lengua amusga. Es el centro de perplejidades y asiento
de cuatro culturas originarias, que expanden sus brazos como nubes que cantan
al centro primordial de mixes del estado de Oaxaca; amusgos y Ñuu savi de
Guerrero. Cruce de culturas. Cruz calle de influencias donde la espada del
conquistador encontró notas y sonoridades en vez de pedernales y macanas,
hondas y dardos. En esa “unidad” de culturas la vastedad del sonido se congrega
y consume en el “son indiano”; son de sones qué, por encima de la palabra son y de las explicaciones, definiciones
y estudios, es de ellos. De nadie más. Nadie lo toca como ellos. Tienen manos
de nube y corazón incapaz de perder un compás. El chuchumbé que llegó entre toneles de escorbuto y ambición, punteado
por el oleaje del mar al chocar con la quilla de los barcos, es tan lejano como
lo es ahora un pedazo de pan, la mitad de la esperanza. El son no es de nadie
si no es de ellos. Los que tienen la voz. Voz de voces que traspasa el rencor y
se instala con severidad sobre las puntas del pie que rasga la tierra adentro
de semillas y cadenas pasando por encima del diapasón de la ternura.
Trabajo que ya tiene ojos y corazón, pero que
avanza sin pies por cañadas, vetas torcidas de oro, ríos contaminados y la
riqueza forestal de la Montaña que se extingue como las voces de la música. Por
eso la urgencia de registrar sus voces, de promover su forma de entender y
cambiar el mundo. “Son indiano”, chilena y son, bambuco y valsecillo, son
expresiones que están vivas, cimarronas y dóciles, a la espera de su
resurrección en discos y un registro formal en partitura, para que su voz no se
extravíe, y ande errando como loca en voces negras, entre penumbras donde el
corrido es una tragedia y la chilena nos redime como una amante:
Volaron las amarillas
calandrias de los rosales
ya no cantarán alegres
los pájaros cardenales…
Por estas y otras razones, es que a pesar de
todo, continuamos con este trabajo. No importa la lluvia, las malísimas
carreteras, el aire húmedo y seco. Lo que importa es la música. Registrar sus
voces. Y no acallar su dolor. La desventura de vivir lejos de dónde se dice
existe todo y al final, no existe nada. Esta espina, esta necesidad de bailar y
cantar mientras dure la fortaleza de las piernas y la garganta. Que la música
siga, por encima de la alegría y más allá de la tristeza. El poder de la música
es el poder de la comunidad, sin ella no hay petición de lluvias, fandango,
cabo de año: despedida de este mundo:
Negra donde están los lazos
con que tú amor me amarro…
Negra dónde están los lazos
conque tu amor me amarró…
Los trabajos van lento, pero van. Ya
germinan. Ya ascienden por encima de la frivolidad y la ignorancia. Son de
ellos, son de todos. Que no se muera el fandango ni la cuita del indiano triste
y alegre. La virilidad del negro y su cielo de cadenas. El impostergable
silencio del indígena que es voz, murmullo y centella. Es el universo sonoro de
Guerrero, que anda suelto en cañadas, valles, cumbres de cerros y quebradas,
caminos de terracería y ciudades urbanas. Es la voz de los que sí la tienen. Es
el universo donde durante siglos se ha moldeado una veta, un jirón del vasto e
insondable universo sonoro de los guerrerenses. Hay que soltar amarras, hacerse
a la mar de sus caminos y penetrar en él como en el cuerpo de la mujer amada,
finalmente la música es hembra. Y es todo y es más:
Tirananá vengo yo
a cantar y aunque no sé
que siga y que siga el gusto
y que viva Ometepec…