miércoles, 25 de abril de 2012

MIRADA INTERIOR EL UNIVERSO SONORO DE GUERRERO Por: Isaías Alanís A Ángel Aguirre: por su onomástico…




Como lo he desarrollado en otros trabajos, escarbar y penetrar en la música de Guerrero y el origen de sus fuentes primigenias es una labor titánica. Debido a esto es que me propuse escribir el ensayo; El triangulo del son y una ínsula extraña, Coahuayutla. Tierra Caliente Tixtla y Costa Chica son las aristas. En este amplio texto, exploro las coordenadas más convincentes y de las cuales existen fuentes para llegar al fondo de este atanor de sonoridades, que bien por mar, a la vela o dentro de barcos negreros y tibores, sedas y olor a caminata por los desfiladeros de  la Sierra Madre, se detuvo en Guerrero para continuar su travesía en coplas, bordón, chilena y son, oajacado y gusto, minué y fox trot, marinera y cueca; arpa, gusto y bambuco con cadencia de corrido, pobreza, lejanía del desarrollo y una tenacidad febril para transmutar el sonido en voz, y el sonido de las voces en un orfeón capaz de cifrar el mundo en una pieza musical, donde el ser de lo guerrerense se bifurca y condena, se abre y cierra como el fuelle del acordeón que los afromestizos de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, tocan con una suavidad semejante al deslumbramiento del mar cuando pare hijos.

Paralelo a este ensayo, escribo el tomo dedicado a la Montaña para darle continuidad a la música de Guerrero, del surco a la guitarra conjuro y memorial. Escrito hace siete ocho años. La montaña alta y baja. La Costa Montaña y su murmullo en lengua amusga. Es el centro de perplejidades y asiento de cuatro culturas originarias, que expanden sus brazos como nubes que cantan al centro primordial de mixes del estado de Oaxaca; amusgos y Ñuu savi de Guerrero. Cruce de culturas. Cruz calle de influencias donde la espada del conquistador encontró notas y sonoridades en vez de pedernales y macanas, hondas y dardos. En esa “unidad” de culturas la vastedad del sonido se congrega y consume en el “son indiano”; son de sones qué, por encima de la palabra son y de las explicaciones, definiciones y estudios, es de ellos. De nadie más. Nadie lo toca como ellos. Tienen manos de nube y corazón incapaz de perder un compás. El chuchumbé que llegó entre toneles de escorbuto y ambición, punteado por el oleaje del mar al chocar con la quilla de los barcos, es tan lejano como lo es ahora un pedazo de pan, la mitad de la esperanza. El son no es de nadie si no es de ellos. Los que tienen la voz. Voz de voces que traspasa el rencor y se instala con severidad sobre las puntas del pie que rasga la tierra adentro de semillas y cadenas pasando por encima del diapasón de la ternura.
 
Trabajo que ya tiene ojos y corazón, pero que avanza sin pies por cañadas, vetas torcidas de oro, ríos contaminados y la riqueza forestal de la Montaña que se extingue como las voces de la música. Por eso la urgencia de registrar sus voces, de promover su forma de entender y cambiar el mundo. “Son indiano”, chilena y son, bambuco y valsecillo, son expresiones que están vivas, cimarronas y dóciles, a la espera de su resurrección en discos y un registro formal en partitura, para que su voz no se extravíe, y ande errando como loca en voces negras, entre penumbras donde el corrido es una tragedia y la chilena nos redime como una amante:
Volaron las amarillas
calandrias de los rosales
ya no cantarán alegres
los pájaros cardenales…

Por estas y otras razones, es que a pesar de todo, continuamos con este trabajo. No importa la lluvia, las malísimas carreteras, el aire húmedo y seco. Lo que importa es la música. Registrar sus voces. Y no acallar su dolor. La desventura de vivir lejos de dónde se dice existe todo y al final, no existe nada. Esta espina, esta necesidad de bailar y cantar mientras dure la fortaleza de las piernas y la garganta. Que la música siga, por encima de la alegría y más allá de la tristeza. El poder de la música es el poder de la comunidad, sin ella no hay petición de lluvias, fandango, cabo de año: despedida de este mundo:

Negra donde están los lazos
con que tú amor me amarro…
Negra dónde están los lazos
conque tu amor me amarró…

Los trabajos van lento, pero van. Ya germinan. Ya ascienden por encima de la frivolidad y la ignorancia. Son de ellos, son de todos. Que no se muera el fandango ni la cuita del indiano triste y alegre. La virilidad del negro y su cielo de cadenas. El impostergable silencio del indígena que es voz, murmullo y centella. Es el universo sonoro de Guerrero, que anda suelto en cañadas, valles, cumbres de cerros y quebradas, caminos de terracería y ciudades urbanas. Es la voz de los que sí la tienen. Es el universo donde durante siglos se ha moldeado una veta, un jirón del vasto e insondable universo sonoro de los guerrerenses. Hay que soltar amarras, hacerse a la mar de sus caminos y penetrar en él como en el cuerpo de la mujer amada, finalmente la música es hembra. Y es todo y es más:

Tirananá vengo yo
a cantar y aunque no sé
que siga y que siga el gusto
y que viva Ometepec…