MAESTRO RAÚL ISIDRO
BURGOS ALANÍS, FORJADOR DE DOCENTES.
*Margarito López
Ramírez
Cuando han transcurrido los años y me he apropiado del rol de
ex – alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, impulsado por un sentir
generacional, me pregunto: ¿Qué de sí guarda este santuario dedicado al saber y
al aprendizaje?, ¿qué es en esencia su egregia imagen de formadora de maestros
rurales?, ¿qué me ha dado que recuerdo y considero mi alma máter?
Algunas de las respuestas las encuentro en la canción
“AYOTZINAPA” que con fervor entona la rondalla de esta institución, una
composición poética de Aníbal R. Castro que
a la letra dice:
Que mi canto llegue ya
Hasta el último rincón
De esta tierra
que está llena de ilusión
La nostalgia llega a mí
Me dan ganas de llorar
Porque tú en mi corazón
Siempre, siempre estarás
Tienes un jardín de juventud
Que cultivas con mucho fervor
Aprenden de ti toda tu virtud
Tienes que luchar por ser mejor
Ayotzinapa, eres luz de un sol radiante
Y esperanza de un hogar
Nunca hacen falta cantos de aves
que no duermen, unas llegan, otras van
Ayotzinapa, tienes gran colorido
De belleza y tradición
Ayotzinapa, siempre tan sonriente
Pero sabes del dolor.
Hoy por siempre tú serás
La maestra del saber
Porque encierras
tantas cosas que aprender
Cantando quiero seguir
Mejor cantando me voy
Se despide ante ti
Este humilde trovador.
Tienes un jardín de juventud…
Amén de las connotaciones que pudiese encontrar o dar al pensamiento joven y actualizado de la persona
que construyó esa pieza literaria y le apropió un sitial en el pentagrama que
se deja sentir en quienes de manera magistral la interpretan, desde la visión
que me proporciona el haber ingresado a este recinto en el año 1956 al grado
complementario y egresado en l963 como profesor rural, considero que sin
menoscabo de la personalidad del maestro Rodolfo A. Bonilla fundador de la
Escuela Rural Conrado abundes, denominación que tuvo esta normal en sus inicios
acaecidos en Tixtla de Guerrero, es la presencia del maestro Raúl Isidro Burgos
quien a partir del año de 1930 le imprime a ella su mística y apostolado
magisteriales haciéndola florecer en su nuevo asiento dado en la ex hacienda de
Ayotzinapa situada en el suroeste del
valle que cobija a esta ciudad.
Porque amén de su actitud de ciudadano probo, el maestro Raúl
Isidro Burgos es el ejemplo del auténtico maestro impulsor de la escuela rural
mexicana producto de la revolución mexicana, considerando a ésta: la casa del
pueblo, el lugar de reunión de la comunidad en donde el maestro ponía sus
conocimientos al servicio del pueblo, de sus luchas, de sus esfuerzos por
resolver sus problemas ancestrales, porque en la escuela rural, se necesitaba
un maestro, un verdadero maestro identificado con la población más pobre y
apartada de la civilización.
De ahí que el maestro Raúl Isidro Burgos, se diera a la tarea
de cautivar y hermanar conciencias para hacer del ejercicio docente un
apostolado, forjar profesores rurales identificados con las clases más
desprotegidas; maestros que combinaran el trabajo áulico con las labores del
campo y el trabajo social y cultural en la población a la cual fuesen
asignados. Un maestro que no olvidara ni se avergonzara de sus orígenes
vinculados al campo y quienes lo cultivaban; un maestro que en ocasiones no sólo fuese el profesor de los niños y
adultos, sino también, gestor, consejero, médico, escribano, músico, inductor
de ocupaciones y artes, y, en ocasiones, hasta pedidor de casamenteras y
arreglador de entuertos familiares.
El maestro Raúl Isidro Burgos no se limitó a instruir y enseñar a enseñar, su visión fue más allá
de la formación académica
Bajo el timonel de su gestión como director, el muchacho o la
muchacha procedentes de hogares campesinos fueron inducidos a aprender haciendo, a perfeccionar sus
prácticas en el cultivo de la tierra, a apropiarse de oficios y
ocupaciones. No sólo se les estimuló a
tener amor a la docencia y se les ayudó a incrementar su apego a la tierra que
da sustento, se les propició un despertar cultural y dio herramientas para que
fueran entes sociales, activos, inductores, pensantes, constructivos…
Quienes conformamos la generación que egresó en el año 1963,
no convivimos en la comunidad estudiantil de los años l930-1935 periodo en el
cual el maestro Burgos fue constructor y director de esta escuela normal, pero
nuestros pies hollaron surcos y nuestras manos palparon la tierra para cultivar
simientes; nuestros maestros nos instruyeron en la cría de ganado y el
aprovechamiento de materias primas, nos equipararon con el abecedario y la forma de cómo llevarlo a los
rincones más apartados de la topografía nacional, nos enseñaron a palpar las manos de los
humildes sin sentir repugnancia, nos indujeron a ser de por vida, no sólo de
moda generacional, profesores vinculados con los anhelos y las luchas sociales
del pueblo a quien nos debemos. Y, algo muy importante, en la escuela Normal de
Ayotzinapa se nos enseñó a respetar a nuestros maestros porque con ello se
pretendía fuésemos reflejo de la manera de comportarse y poseedores de un
bagaje académico y cultural similar al de ellos.; también se nos indujo a ir en
pos de nuestros anhelos sin vender nuestra conciencia.
Hasta nosotros llegó la pasión magisterial del maestro Raúl
Isidro Burgos, por eso aún con muchos años sobre nuestras espaldas, guardo, y
creo que también mis compañeros, la imagen del maestro por antonomasia, el
forjador de generaciones de profesores rurales, el incansable hombre de
cultural, el constructor de esta escuela que es fuente de docentes; también
está presente el momento en que por la puerta principal vimos acercarse al
varón cual profeta que caminaba lento pero seguro, al hombre maduro quien con
voz afable pero franca y sonora respondía los saludos y manifestaciones de
afecto proveniente de la comunidad que conformaba la escuela Normal Rural de
Ayotzinapa: directivos, maestros, hombres y mujeres responsables de las labores
en campos de cultivo, la cocina, de lavandería, el consultorio médico, las
oficinas y alumnos lo aclamábamos. Era el maestro Raúl Isidro Burgos cubierto
por indumentaria blanca, hombre de ojos azules, piel cabellera y barba blancas;
era el hombre que hasta su muerte amó esta escuela normal que lleva su nombre
El maestro Raúl Isidro Burgos es el mexicano a quien debemos
honrar no sólo con el trabajo áulico, sino con la actitud de quien, llámese
licenciado en educación, profesor o maestro, sabe que es principal responsable
de la formación y desarrollo de niños y jóvenes.
Como ayer, hoy es vigente afirmar que en la escuela rural
asentada en los rincones más apartados del suelo nacional, se necesitan
maestros dotados de un andamiaje que les permita llegar más allá del espacio
áulico; se requieren mujeres y hombres que se involucren en los problemas de la
comunidad; se demanda la presencia de docentes que, además de poseer y manejar
técnicas y conocimiento académicos, sean poseedores de un bagaje cultural al
servicio de la población; maestros que sientan y estén conscientes de su
misión, dicho sea esto por aquello que a voces se afirma: nadie da lo que no
tiene, y porque tampoco se puede enseñar lo que no se ha aprendido.
De ahí que los jóvenes que se forman en este santuario de
educación rural deben honrar la memoria del Maestro Raúl Isidro Burgos,
enaltecer su imagen de apóstol de la docencia con el estudio diario que los
apropie de las herramientas necesaria para ser
docentes que, a semejanza de lo que fue el maestro rural de antaño, impulse una escuela que sea:
parafraseando la descripción expresada en torno a la escuela rural de antaño:
“casa del pueblo, lugar de reunión de la comunidad en donde abreven los anhelos
de los desposeídos, dinamo que impulse los esfuerzos para resolver problemas
ancestrales.
*Egresado de la Escuela
Normal Rural “Raúl Isisdro Burgos” De Ayotzinapa, Gro. Generación 1963
Gracias, maestro E. Ortiz Diego:
Su pieza periodística me hace volver la mirada hacia aquellos
días en que, mis compañeros y yo, siendo alumnos de la escuela normal rural
"Raúl Isidro Burgos", generación: 1956-1963, vimos el surgimiento de
Lucio Cabañas Barrientos como líder cuando
los miembros del comité estudiantil de nuestra madre escuela habían sido
avasallados; evoco aquel momento en el
que Lucio dirigió, desde el basamento
que sostiene la estatua del General Vicente Guerrero Saldaña en Tixtla, su arenga
a la multitud que se había reunido para mostrar su solidaridad con quienes encabezaban
el movimiento contra Raúl Caballero Aburto; rememoro cómo allí el pueblo lo
defendió y protegió cuando miembros del ejército intentaron silenciarlo y
tomarlo prisionero; atraigo momentos cuando, dentro de las redilas del camión "El tortugo" o caminando,
nos trasladábamos a la ciudad de Chilpancingo para participar en mítines,
marchas, plantones,...,; atraigo las peripecias sufridas para evadir los
retenes militares establecidos en las cercanías de la Escuela Normal de
Ayotzinapa, los caminos hacia la Capital del Estado, y calles de esa ciudad
para impedir que los simpatizantes del movimiento llegáramos a la Plaza
Granados Maldonado en donde se había establecido la "parada cívica y la
población de Chilpancingo mostró solidaridad y dio fortaleza; recuerdo aquella
pléyade de pujantes oradores, de entre éstos a mi amigo Bernardino Vielma,
exhortando y dando destino al movimiento, y revivo con estremecimiento los
sucesos cruciales en los que se masacró a quienes pedían la destitución de un
mal gobernante. En fin, mucho se puede decir, más cuando de ello se ha vivido,
en lo personal de entre las neblinas del tiempo que se aposentan sobre mi
memoria, rescato aconteceres del movimiento que alude, y matices de la
convivencia que tuvimos durante muchos años con Lucio Cabañas Barrientos a quien la historia escrita por el
pueblo coloca en el sitial que le corresponde.
Le deseo un fructífero año 2012.
Margarito López Ramírez.