|
Moisé Sánchez Limón |
Quizá
porque se trata de la administración local y es más relevante seguir de cerca
el frenesí presidencial de la despedida, se ha dejado en segundo plano el hecho
de que en la ciudad de México Marcelo Ebrard acusa similar hiperactividad; e
igual que Felipe Calderón ha pretendido esconder el tiradero bajo la alfombra.
Obras
de relumbrón y las más inconclusas o con problemas de operatividad, han sido
inauguradas por Calderón Hinojosa en el ocaso de su administración, cuyo nadir
se agota en el último minuto de este viernes 30 de noviembre de 2012.
Lo
mismo ha ocurrido en el caso del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo
Ebrard. Obras con el cemento sin fraguar y que, júrelo, mañana será removido
porque algo se olvidó instalar con tal de dar gusto al jefe que tiene el mando
hasta la medianoche del próximo 5 de diciembre.
Veamos
el caso de Marcelo, quien adelantó que una vez entregados los bártulos a Miguel
Ángel Mancera Espinosa, emprenderá la carrera en busca de la Presidencia de la
República; claro, primero deberá conseguir la nominación del Partido de la
Revolución Democrática. Aunque como se ha visto, eso no es problema si hay
connivencia con las huestes radicales que, finalmente, se irán al partidazo de
Andrés Manuel López Obrador.
Por
eso, Marcelo apisonó su camino como un gobernante modelo, con la praxis de su
guía y jefe Manuel Camacho Solís que de cómo forjarse fama de político moderno,
negociador, con visión de estadista, sabe un rato pero la treta no le funcionó
en aquellos años del salinismo cuando pretendió convertirse en el delfín
presidencial y le hizo la vida difícil a Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Marcelo
procedió en similar esquema al desplegado por Camacho Solís cuando jefe del
entonces Departamento del Distrito Federal. Durante seis años abonó a su causa,
se alzó como negociador y privilegió a ciertos sectores, utilizó la fuerza
pública para reprimir selectivamente y persiguió y apaleó y encarceló a quienes
no causarían mayor problema porque ya habían afectado a terceros.
En
efecto, a los grupos que protestaron y cerraron calles y pintarrajearon
inmuebles públicos y privados, por ser afines a la causa perredista o de esa
izquierda a la que Marcelo se convirtió cuando renunció a su priismo, los dejó
cabalgar en la impunidad. A los otros, por ejemplo, como los pilotos aviadores
que resienten la crisis de la quiebra de Mexicana de Aviación, los jenízaros
del demócrata doctor Mondragón y Kalb los reprimieron y detuvieron.
El
aún jefe de Gobierno del Distrito Federal suele tratar las críticas con desdén,
las minimiza o replica con argumentos simplistas. Bueno, cuestión de recordar
que así era Camacho Solís en aquellos días cuando su estrella política brillaba
en lo más alto y, con su cerradísimo equipo, desplegaba un activismo tal que lo
llevó, sólo por poner un ejemplo, al desarrollo urbano que es Santa Fe, encima
de los tiraderos de basura que durante décadas estuvieron en las goteras de la
capital del país.
Obras,
obras, que los mexicanos vieran obras, se beneficiaran de obras y, además, supieran
que estaban gobernados –suena medio raro decir: regenteados—por un político
visionario y con dotes de tolerancia, dispuesto siempre al diálogo y a resolver
los problemas sociales, por más complicados que parecieran.
¡Ese
era Manuel Camacho Solís!, en cuya administración se maiceaba al maestro René
Bejarano, quien junto con otros personajes que lideraban a vecinos de colonias
populares, crearon organizaciones que servían a la causa del entonces regente y
amigo del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Y
junto a Camacho Solís crecía, se fogueaba el joven Marcelo, quien incluso
llegaría a ser secretario general del PRI en la ciudad de México. Sin duda,
usted dirá que nada hay de malo en ese ejercicio de parecerse a Batman y Robin;
total, cada quien sus tareas y aspiraciones con los métodos menos o más
ortodoxos.
Marcelo
ha procedido con el mismo hiperactivismo político pésele a quien le pese y
pague quien pague las consecuencias de un trabajo que tiene todos los tintes
del oropel y de beneficios selectivos en lo político y económico.
Marcelo
quiere ser Presidente, pero en seis años muchas cosas pueden ocurrir, tantas
como que Mancera levante la alfombra y encuentre el tiradero que derive en
acciones incluso penales. Hay asuntos poco claros como el gasto en la línea 12
del Metro y el olvido en el resto del Sistema de Transporte Colectivo cuyo
servicio se asemeja al prestado por Los Chimecos de Neza en sus mejores épocas
de primero muertos que llegar tarde.
Y el
Metrobús excedido y las ciclopistas que un símil tienen con las avenidas
pavimentadas con corrupción, los bomberos con salarios miserables y el festín
de los ambulantes afines y… Marcelo quiere ser Presidente. Sí, es el alumno
aventajado de Manuel Camacho Solís y nada lo aleja del riesgo de transitar el
mismo camino de su maestro que se quedó con las ganas de ser Presidente y luego
le apareció el tiradero bajo la alfombra. Conste.