Democracia, Represión y Justicia
DA PENA
Por
Rodrigo Huerta Pegueros*
Nuestra democracia muchas
veces cuestionada y otras vilipendiada y solo en ocasiones elevada a ejemplo se
hace trizas y desaparece en un santiamén al ocurrir sucesos que habíamos dado
como descontados o que ya nunca más iban a ocurrir.
¡Cuán equivocados estábamos!
Un acto de irreflexión o de
perversidad echó abajo todo el andamiaje construido para conformar otro marco
de legalidad que diera cauce a nuevos entendimientos entre la sociedad y el
Estado, entre las comunidades y sus diferentes niveles de gobierno. Se trataba
de hacer que la convivencia social entre los guerrerenses y los mexicanos todos
fuera diferente y por lo tanto civilizada.
Estábamos—y lo seguimos
estando—hartos de la impunidad, de la corrupción, de la insensibilidad, del
egoísmo, de la falta de solidaridad, de la ausencia de fraternidad, de la
violencia e inseguridad en todas sus manifestaciones. Años de lucha contra el
autoritarismo, la intolerancia, la represión, la censura, los secuestros, los
asesinatos extrajudiciales, las violaciones a los derechos humanos y la
ausencia de respeto a las garantías individuales dieron como resultado una
serie de cambios en la vida nacional con sus diferentes graduaciones a lo largo
y ancho de la República Mexicana. No todos los estados han evolucionado igual y
muchos han quedado anclados en el pasado.
La pobreza, la marginación,
la falta de oportunidades para jóvenes, la abismal desigualdad social son
figuras relevantes para las entidades del país que conforman la llamada
‘’cuenca de la miseria’’ y en donde el estado de Guerrero aparece entre los
primeros lugares disputándose el pódium con los estados de Oaxaca, Hidalgo,
Chiapas y Puebla. Aún y con todo en contra, los mexicanos logramos construir
nuevas instituciones que hicieran posible que el ejercicio de la democracia
fuera validado y con ello la decisión del individuo fuese respetado.
La democracia electoral ha
hecho ya su parte y se debe blindar para que no vayamos a caer en retrocesos,
que como se ve, se aspira a ello en los sectores que se han visto afectados.
Pero desgraciadamente la democracia no se puede agotar en lo meramente
electoral, pues si bien es cierto que la disputa por el poder político es algo
demasiado serio para agotarlo en la decisión de llevarlos al poder es menester
de todos construir otros andamiajes que frenen o contengan las ambiciones de
los elegidos y quienes sin ningún rubor se dedican a actuar como si en este
país no hubiese pasado nada y piensan que son dueños de vidas y haciendas.
En ocasiones nos atrevemos a
pensar que quizá en Guerrero todo ha pasado pero nada ha cambiado. Los usos y
costumbres del poder político siguen intactos.
No hay respeto a la ley, no
existen los instrumentos idóneos para que se haga una efectiva rendición de
cuentas que existan los instrumentos para que el ciudadano pueda ejercer su
derecho a la transparencia y que los funcionarios y gobernantes de cualquier
nivel de gobierno tenga que responder a sus actos y sean motivo de sanciones
ejemplares para que no se vuelvan a repetir los excesos y abusos de poder.
Y es que cuando volteamos a
ver a otras latitudes de nuestro entorno nacional o allende las fronteras, nos
damos cuenta de que las sociedades que tienen una mayor participación en la vida
política y social de su país son comunidades que progresan y que conviven sin
mayores sobresaltos. Y no precisamente son sociedades distintas a la nuestra,
ni al nivel proporcional de nuestros ingresos per cápita y que no están fuera
de nuestro territorio latinoamericano. Veamos las leyes existentes en otras
latitudes de nuestra América latina y nos daremos cuenta de cuál atrasado
estamos en nuestras legislaciones que defienden los derechos humanos, las garantías
fundamentales y son, sobre todo, modelos de apertura e innovación que promueven
y proyectan a sus comunidades a otros estadios de progreso y bienestar.
En Guerrero,
desgraciadamente no hemos logrado evolucionar como debiera ser y esto es así por
la simple y sencilla razón de que nuestros políticos, nuestros líderes sociales
han errado el camino y han puesto la vista en su propio beneficio y no para
generar mejores niveles de vida en nuestra sociedad. Todo lo contrario han
hecho, han caído en el despropósito de convertirse en amos y dueños del
territorio, aunque para lograr estos fines tengan que hacer pactos ‘hasta con
el diablo’.
Malos augurios tenemos en
estos últimos días del año que está por fenecer.
Las muertes de los dos
estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, es una muestra fehaciente de
lo que todavía no hemos podido extirpar. El abuso del poder, la corrupción y la
impunidad no pueden ser los condimentos para que esta entidad vuelva a vivir
los años álgidos, sangrientos y de confrontación que vivimos en los años
sesentas y ochentas.
La memoria histórica no
dejará que se repitan estos hechos deleznables. No lo debemos permitir y no
debemos bajar la guardia para exigir que quienes dieran la orden de reprimir a
los normalistas no solo queden fuera del gobierno sino que sean castigados y
sancionados con cárcel, pues no se podrá aceptar que la muerte de los dos
jóvenes quede sepultada por la impunidad reinante. La autoridad debe dar luz de
que quiere actuar apegado a la ley y que desea hacer justicia aún y contra
quienes fueron en su momento parte sustantiva del gobierno estatal.
Da pena lo que ocurre en
Guerrero, pero dará mas pena saber que la sociedad no hizo lo debido para
exigir mejor y más democracia, fin a la represión y justicia a secas.
Periodista
y Analista Político*