Peña Nieto
Juan López
El frenesí que
levanta la presencia de Enrique Peña Nieto en sus apariciones electorales,
tiene dos explicaciones. La primera es su experiencia como modelo de la
pasarela política, su fama pública que tan bien maneja en televisión y, el
aparato inmanente, sin protocolos, del buró de estado con el cual se mueve por
todo el territorio nacional.
Peña Nieto es
noticia, material de ocho columnas. Merece que se le acuse, adule o se le
critique. Si habla, si calla, es sujeto de discusión. Lo que declare o haga
propicia el análisis y la calumnia. Da comezón todo lo que sustente.
El viernes estuvo
en Guerrero. Mostró aquí sus controles multitudinarios. Sabe que la muchedumbre
lo aclama como a una estrella del vodevil electoral. La gente costeña está con
Peña. Y él se ríe, sabiéndose dueño del escenario.
La otra razón
por la que México lo adora, es por los tristes y desdichados resultados del mal
gobierno. Si el pueblo de México estuviera agradecido con el régimen de Felipe
Calderón, Peña Nieto no sería más que un pequeño vociferante de los aspirantes
que imploran el voto. Pero…
El verdadero
éxito proselitista de Enrique Peña estriba, en los resultados tan desventurados
de Calderón, quien desaprovechó la oportunidad de servir a México y tuvo tan
mala suerte en sus diagnósticos que ahora, hasta Vicente Fox, está
descalificando a su candidata Josefina.
PD: “Cuando
la perra es brava, hasta a los de casa
muerde”. Refrán.