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sábado, 2 de junio de 2012

LOS COMPADRES Juan López


Todos los seres vivientes tenemos el derecho de manifestar nuestra malquerencia personal contra otras criaturas de la especie, que nos sean antipáticas. El odio es un fenómeno que se genera en nuestra mente y sale a flote cuando el parto de la gresca lo hace inevitable. Nadie se espanta que los compadres Tenopala y Jorrín sean en estos momentos el escenario de un bochornoso pleito que arrasa con el bautismo, desconoce la fraternidad divina, rompe con los lazos católicos de la liturgia y por unos miserables pesos, exponen ante la opinión pública un delirio de vergüenza que asombra de tanta rudeza. Bárbaro es el rencor, primogénito del amor.
   Peléanse los compadres y dícense sus verdades. No hay otra explicación al trascendido de quienes, por décadas habiendo sido tan amigos, cuchara de un mismo plato, por todas esas cosas tan absurdas de la vida, hoy sean suplicio carnicero de una avenencia que terminó en injuria pública y trifulca de inserción pagada. Sicarios de sí mismos.
   Me robaste dinero, confianza y cariño, dice uno. Te serví y te pagué con creces tus mezquindades y flaquezas, contesta el otro. La amistad no se circunscribe al dinero, explica uno. Le contesta el agredido: tú también asististe al banquete del diablo. Tocaste la puerta de Sésamo, glotón.
   El par tienen lo suyo. Los dos se cuecen a fuego lento y en el hedor de su chamusca, despiden azufre con gases nauseabundos. Tanto peca el que mata la vaca como el que lo hace compadre. Y en medio de la gresca no queda sola, la madre como un sol, sino los hijos de ambos atropellados por la injuria de los dos. Cuando dos se pelean, los dos tienen la razón.
   Lo lamentable de estas circunstancias, es que uno de ellos ande en estos días tras la huella moral de los votos públicos de los ciudadanos del Distrito 4, solicitando que lo hagan diputado de la nación. ¡Cómo pues!, si lo primero que un legislador debe acreditar es su espíritu generoso, limpio y sano, y no ser depositario de las trácalas turbulentas, propias de las transas maquiavélicas con su compadre sin enmienda: idem parásitum est.
   Al Congreso federal deben asistir los hombres probos, honrados, íntegros. No la purulencia de la deuda incobrable. No el resentimiento por la estafa de un padrino arrabalero que no cubrió los pagarés a su debido tiempo.
   Los compadres ruines, procaces y asiduos a la barandilla, proscritos a la celda de castigo, deben mantenerse al margen de las decisiones políticas. La máxima tribuna de la Patria, el Congreso, hay que destinarlo al debate de quienes tienen la razón y son practicantes en lo personal de la justicia. Para los perdularios hay otros calabozos.

   PD: “Agredir a un compadre es ofender al Eterno”: Simón Blanco.