Todos los
seres vivientes tenemos el derecho de manifestar nuestra malquerencia personal
contra otras criaturas de la especie, que nos sean antipáticas. El odio es un
fenómeno que se genera en nuestra mente y sale a flote cuando el parto de la
gresca lo hace inevitable. Nadie se espanta que los compadres Tenopala y Jorrín
sean en estos momentos el escenario de un bochornoso pleito que arrasa con el
bautismo, desconoce la fraternidad divina, rompe con los lazos católicos de la
liturgia y por unos miserables pesos, exponen ante la opinión pública un
delirio de vergüenza que asombra de tanta rudeza. Bárbaro es el rencor,
primogénito del amor.
Peléanse los
compadres y dícense sus verdades. No hay otra explicación al trascendido de
quienes, por décadas habiendo sido tan amigos, cuchara de un mismo plato, por
todas esas cosas tan absurdas de la vida, hoy sean suplicio carnicero de una
avenencia que terminó en injuria pública y trifulca de inserción pagada.
Sicarios de sí mismos.
Me robaste
dinero, confianza y cariño, dice uno. Te serví y te pagué con creces tus
mezquindades y flaquezas, contesta el otro. La amistad no se circunscribe al
dinero, explica uno. Le contesta el agredido: tú también asististe al banquete
del diablo. Tocaste la puerta de Sésamo, glotón.
El par tienen
lo suyo. Los dos se cuecen a fuego lento y en el hedor de su chamusca, despiden
azufre con gases nauseabundos. Tanto peca el que mata la vaca como el que lo
hace compadre. Y en medio de la gresca no queda sola, la madre como un sol,
sino los hijos de ambos atropellados por la injuria de los dos. Cuando dos se
pelean, los dos tienen la razón.
Lo lamentable
de estas circunstancias, es que uno de ellos ande en estos días tras la huella
moral de los votos públicos de los ciudadanos del Distrito 4, solicitando que
lo hagan diputado de la nación. ¡Cómo pues!, si lo primero que un legislador
debe acreditar es su espíritu generoso, limpio y sano, y no ser depositario de las
trácalas turbulentas, propias de las transas maquiavélicas con su compadre sin
enmienda: idem parásitum est.
Al Congreso
federal deben asistir los hombres probos, honrados, íntegros. No la purulencia
de la deuda incobrable. No el resentimiento por la estafa de un padrino
arrabalero que no cubrió los pagarés a su debido tiempo.
Los compadres
ruines, procaces y asiduos a la barandilla, proscritos a la celda de castigo,
deben mantenerse al margen de las decisiones políticas. La máxima tribuna de la
Patria, el Congreso, hay que destinarlo al debate de quienes tienen la razón y
son practicantes en lo personal de la justicia. Para los perdularios hay otros
calabozos.
PD: “Agredir
a un compadre es ofender al Eterno”: Simón Blanco.