La tarde es
lluviosa, perfecta para la reflexión.
Doy vuelta a la última
página del libro entre mis manos y con este simple acto abandono de súbito el
territorio del súper estado de Oceanía, escenario de la novela 1984 de George Orwell, en la que puede degustarse una
severa critica a los gobiernos totalitarios y el uso que estos hacen del poder
mediático para controlar la mente de sus gobernados. El libro descansa en el
sofá ahora, inanimado y sin voz, pero la angustia en sus páginas aun se agita
en mi mente. Orwell fue un adelantado a su tiempo, sus paginas parecen
proféticas, hablan del rostro omnipresente de un líder estampado en carteles pegados por doquier,
que estafa a su pueblo con la promesa del bienestar y que usa los canales
oficiales para hacerles ver que están en la abundancia a pesar de que el
entorno social es miserable y nauseabundo; pero también los hostiga con el
amenazante slogan “El Gran Hermano te Vigila).
En su libro el
escritor ingles nacido en La India, habla
de una guerra sin fin, una guerra que tiene que pelearse para mantener a salvo
al pueblo y a la ideología que los sostiene, el Ingsoc (Socialismo Ingles), los
enemigos varían, a veces la guerra es contra Asia Oriental y su Adoración de la
Muerte, a veces es contra Eurasia y el Neobolchevismo. A fin de cuentas no importa quien sea el
adversario, la guerra es un medio de control más, un método para inflamar los
ánimos de la gente y dirigir la mirada de las iracundas masas lejos de los
verdaderos verdugos del proletariado, su propio gobierno asfixiante y tiránico.
De pronto
enciendo la televisión, la maldita telepantalla tantas veces descrita en las
páginas de la distópica novela que yace a mi lado. Vomita incontables simulaciones, que no buscan mas que
transmutar nuestra realidad en un escenario que solo subsiste en la retorcida
mente de la elite que ostenta el poder: nos regala héroes cuyas hazañas no van
mas alla de triviales logros deportivos, nos enseña a amar mediante plásticos
melodramas predecibles y planos y nos cuenta el parte de una guerra que según
los mandatarios era necesaria al costo que fuera. Miro hacia la ventana tratando
de ver el dorado mundo que me vende la burguesía política pero solo me topo con
un tapiz de innumerables pancartas adornadas con slogans hipócritas.
Estamos
atrapados en un claustrofóbico dilema, no se si la ficción a copiado a la
realidad o nuestra realidad ha terminado por imitar a la ficción.