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viernes, 24 de abril de 2015

El Escuadrón de la Muerte, fase tercera, DICEN QUE DIJERON QUE ANDAN DICIENDO QUE… Por Margarito López Ramírez

A Virgilio Apreza Espíritu: personaje silencioso y en veces iracundo e introvertido, ex colaborador de don Antonio Hernández y su esposa  Margarita Vega Xantzin, propietarios de lo que fue el exitoso expendio de especias, frutas y semillas asentado bajo un enorme dátil que se erguía portentoso en el interior del viejo mercado de Tixtla de Guerrero, Guerrero;  hombre de diminuta figura que ahora deambula en las cercanías del Camposanto en cuya arcada posa la sentencia: “Aquí terminan las ambiciones”; individuo de aparente insignificancia que en veces está parapetado en una esquinas visualizando aquí, allá, acullá como si esperara a alguien, se le atribuye la jerarquía de Jefe nato y a la vez dueño de la casa, sede de El ESCUADRÓN DE LA MUERTE, asentada en la calle de Los Huajes, hoy, más conocida como avenida Copil debido a la ocurrencia de algún conciudadano o mero capricho de un despistado aprendiz o remedo de político  deseoso de hacerse notar y alcanzar niveles de popularidad.

A este personaje, llámesele así, no porque haya hecho grandes obras, destacado intelectualmente en una trayectoria profesionista o  goce de popularidad por su ingenio y grandilocuente decir, sino porque aún en su sencillez y pobreza es ejemplo de honradez y apego a la tierra que lo vio nacer. A él, a Virgilio, sin ser güero, colorado o pinto, sus amigos del citado escuadrón le enjaretaron, el mote de El Enchilado porque cuando algo o alguien provoca sus enojos le da en decir a grito abierto: “¡Estoy enchilado...! ¡Muy, pero muy enchilado!... ¡hijos de su jijurria!”, propiciando que algunos de sus acompañantes salgan huyendo temerosos de sus desatinos, y otros, entumecidos o atolondrados por el alcohol consumido, queden agazapados, silenciosos, sometidos en apariencia, allí se quedan, y sólo se limitan a decir para sus adentros: “está enchilado, El Enchilado”; mas éste, como si fuera destacado actor del “teatro de la vida”, muestra repentinamente otra faceta de su ser: su coraje se transforma y sorprende; brota de su garganta una expresión animosa: “¡Muévanse güevones!”. Y he ahí que las copas se llenen de mezcal y las eleven al tiempo que gritan al unísonos frases acostumbradas que revelan propósitos de su asociación; atraen ocurrencias, expresiones chuscas producto de su constante insistir en eso de “dar, cuartazos al macho”, “levantar el codo” o ”consumir chiquitirrines, como bien lo dijera don Raymundo López, “El Bañado”, cuando en busca de “aguajes”, arribaba y se aposentaba en el tendajón de don Sinfo y su esposa Rosita ubicado en el barrio de El Santuario.
Sabido es que en el seno de El Escuadrón de la Muerte, sus personajes beben, cantan y bailotean, pero cuando el caso lo amerita, guardan respeto a los muertos que son transportados en hombros a lo largo de la Calle de la Igualdad.

En este tenor, dado que nunca falta un “yo lo vi”, por boca de éste se sabe que, a la par de que oyen el acompasado caminar de quienes conforman el cortejo fúnebre, brindan, y dicen en tono ceremonioso: “por el que se nos adelantó, por el que descansa en paz  o se está cocinándose a fuego lento”, expresan lamentos como si hubiesen sido familiares o íntimos amigos del fallecido, y de sus gargantas surgen voces aguardentosas que, a la par de resonancias y acordes de una guitarra, canturreando el vals “DIOS NUNCA MUERE” del oaxaqueño Macedonio Alcalá, música y letra emblemática de un pueblo que sufre o muere sin perder la esperanza:
Muere el sol en los montes/ con la luz que agoniza. /Pues la vida en su prisa,/ nos conduce a morir. Pero que importa saber que voy a tener el mismo final,
porque me queda el consuelo Que Dios nunca morirá. Voy a dejar las cosas que amé La tierra ideal que me vio nacer, sé que después habré de alcanzar,
La dicha y la paz, Que en Dios hallaré…”
“Eso dice que dicen…”