Moisés Sánchez Limón |
No es, como pudiera imaginarse, un empleo cómodo y menos que
quien lo ejerce pueda ganar un concurso de popularidad; además, los
verificadores de la Profeco no tienen salarios de gerente. En la Profeco se
tiene la certidumbre de que éstos empleados federales están vacunados contra la
corrupción. Es posible, porque no se sabe, por lo menos en fechas recientes, de
un verificador que haya sido sorprendido in fraganti, es decir, extorsionando
comerciantes o prestadores de servicios.
Un verificador de la Profeco, cuya edad oscila entre los 25
y 40 años, tiene salario ponderado en alrededor de los 20 mil pesos mensuales.
Es posible que tengan bonos, pero carece de protección de la fuerza pública que
respalde su tarea. Y es que a nadie le gusta que inspeccionen su negocio y
menos que le apliquen una multa o lo convoquen a responder por denuncia de un
consumidor y, por tanto, los verificadores no son bien vistos. Menos ahora.
Mire usted, al amanecer de la actual administración federal,
todo indicaba que en la Profeco las cosas cambiarían. El debutante procurador
Federal del Consumidor, Humberto Benítez Treviño, llegaba antecedido de buena
fama en el sector público, lo mismo como legislador que secretario de Gobierno
que fue en el Estado de México y procurador general de Justicia de aquella
entidad, procurador General de la República y del Distrito Federal, en su
momento.
Con recorridos e inspecciones para sancionar por mal
servicio o violaciones a la Ley Federal de Protección al Consumidor, lo mismo
en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México que en la Central de
Abastos o en La Merced, Benítez Treviño arrancó con el pie derecho, incluso
superaba críticas en su contra por actuar como policía o con excesos de
protagonismo.
Pero algo le ocurrió, el mal del tabique lo mareó y el amor
de padre lo perdió. La historia es harto conocida.
Por supuesto, Benítez Treviño no era el primer procurador
Federal del Consumidor con perfil de policía, ya en su momento el influyente y
temido sub procurador General de la República, Javier Coello Trejo, había sido
inquilino de esa oficina sita en la colonia Condesa del Distrito Federal. Se
esperaba un cambio toral en la Profeco. Y todo indica que finalmente llega con
el sucesor del doctor Benítez Treviño, es decir, Alfredo Castillo Cervantes,
que igual tiene perfil de policía.
Empero, para operar como
debe ser ésta Profeco, no hay duda de que se requiere de ese perfil de
policía porque, como le contaba, los verificadores –no les dicen inspectores—son
apenas un puñado que se reparte en todo el país; incluso hay localidades con
apenas dos de ellos. Y, en entidades como Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Estado
de México, Chiapas y Tamaulipas, se enfrentan a amenazas de muerte y, por miedo,
abandonan zonas comerciales donde se esquilma al consumidor.
Unos han sido golpeados, aunque eso no trasciende y se diría
que son los riesgos de su trabajo, trabajo que sin embargo despertaba
suspicacias de diversa índole porque se consideraba al verificador como un
empleado corrupto, o por lo menos con esa tendencia. Sus jefes, no obstante,
hoy meten las manos al fuego por ellos. Me consta.
Y es que, desde que el procurador Alfredo Castillo Cervantes
comenzó con los operativos de verificación y se atrevió a clausurar y multar a
hoteles de cinco estrellas en el Paseo de la Reforma, y locales de empresas de
Telcel o aerolínea que no aclaraban si sus tarifas eran en pesos o en dólares,
como que los consumidores volvemos a creer en esa dependencia de la que el
michoacano Salvador Pliego Montes fue su primer procurador.
Así que, aquellos que critican esta nueva forma de operar de
la Profeco y censuran a Castillo Cervantes por haber llevado a colaborar con él
en la Profeco, a ex funcionarios de la procu del edomex y hasta de la PGR,
quizá sean de aquel sector privilegiado al que no le roban en la gasolinera ni
le cobran en dólares lo que se ofrece en pesos.
O, no lo dude usted, son los que atienden a “recomendaciones”
de empresarios y comerciantes susceptibles de ser sancionados o que ya lo
fueron. Porque el grueso de los consumidores, indudablemente estarán de acuerdo
en que ya era hora de que alguien pusiera orden y clausurar negocios que se
sentían intocables. Bienvenida, entonces, la temida Profeco.
Porque, no me diga usted que no conoce a, por lo menos, una persona
a la que un prestador de servicios comerciales y de servicios le ha pintado un
violín cuando lo amenazó con denunciarlo ante la Profeco. Conste.