viernes, 30 de agosto de 2013

I HAVE A DREAM* Por. Isaías Alanís

Isaias Alanís
No estoy orgullo de escribir estas palabras, son el preludio de la alta traición a la patria que profetizara José Emilio Pacheco.

Debería darme rabia, ganas de volverme marciano, piedra de sol, hormiga trabajadora.
Hace 75 años, un mexicano que anduvo en la revolución y contribuyó a la construcción de este país que se deshace en hilos y coágulos de sangre, hambre, desempleo y abismo republicano, firmó ante la exasperación de los sectores industriales del mundo, esquilmadores de la riqueza de los pueblos en vías en desarrollo, la expropiación petrolera.

La riqueza de la nación es para los mexicanos, para nadie más.
El petróleo trajo bonanza, desarrollo, productividad y corrupción.
Los mexicanos abrieron su corazón a la rosa blanca de sus sueños para salvar la economía mexicana, y contribuyeron con otro sueño que se convirtió en pesadilla y podría terminar en tragedia.

A setenta y cinco años de ese acto de valentía, de nacionalismo de gran calado, la riqueza de la nación se haya repartida en veinte familias.
Pese a que el petróleo le dio un levantón a la nación, la pobreza se ha magnificado.
La corrupción se ha robado siglos de sangre, siglos de impunidad cubre con su capa oscura a la nación mexicana.
Es una herencia como red de agujeros, como agua salobre, como voz de los quemados, como estertor de los degollados.
A siete décadas y media de ese suceso extraordinario, el mexicano no tiene pan, las paredes de la patria se han agrietado. No hay escuelas, agujerados tienen sus muros.
No hay caminos planos. Se ha torcido la ruta. El tiempo se ha volcado sobre nosotros con su corazón de sangre y lamentaciones.

Hay lloro en medio de la patria y la primera generación de extranjeros nacidos en México, lo quieren todo.
En la geografía geológica de México, se roban la sal, estrangulan sus venas, amasan maíz podrido, agua estancada: cortan los ríos y envenenan su cauce. Abren las venas de la tierra  y nada de esto le queda a sus verdaderos dueños.
Los políticos de hoy, a diferencia de los que firmaron el decreto expropiatorio, legítimos formadores y nacionalistas consumados. Sólo sirven para levantar el dedo.
Los firmantes lo hicieron con el corazón en la punta de los cinco dedos.
Los que esperan hacerlo y asestarle un golpe de muerte a la soberanía  nacional, setenta y cinco años después lo hacen para vender la riqueza de la patria, con las veinte uñas clavadas en su chequera personal.

Y hoy le corresponde a la gente de a pie, a Juan y Pablo, a María y Elena levantar la voz. Salir a la calle con sus cantos de guerra florida. Caminar sobre la tierra franca de la libertad, la democracia y la justicia para que los cantos se escuchen.
Que las voces atruenen el espacio de sur a norte y de oriente a poniente. Que no haya muro, astro, piedra rodante que no lo escuche.
Y preguntarle a los sabios, a los especialistas, a los economistas que defienden la riqueza de la nación, cual es el camino, y consultar el oráculo popular con los ojos en las manos y la libertad que sólo da saber que somos los dueños de lo que vuela, se arrastra; cruza vetas de oro y plata. Lo que se embosca en glóbulos de salitre, en las profundidades marinas donde un cielo de esperanza danza y canta.

Los políticos sólo buscan hinchar su panza con las sobras de los hombres del imperio.
Carroñeros sin voz, oscuros personajes que la historia habrá de castigar con el olvido.

Por eso me escribo estas palabras, ha llegado el momento, ya es hora, somos mucho más que veinte mil, que cuatro, que cinco, que tres sombras con garras afiladas que sobrevuelan el horizonte de México.
Hoy es el momento de salir a la calle con un canto de libertad en cada mano e impedir este acto de suprema crueldad, injusticia y alta traición a la patria.

Sería imperdonable  no actuar y pasar por alto este momento crucial de México.
Que no decida nadie, ningún partido, ninguna minoría privilegiada el porvenir de millones de mexicanos.
Que lo decidamos todos, como una hermandad donde no caben las diferencias ni las clases, ni las etnias, ni las enormes diferencias que nos separan.

Que la reforma energética amañada no pase. No habrá de pasar.
Que lo escuchen bien en todos los rincones planetarios de México.

La reforma energética no pasará si va en contra del futuro de los mexicanos.

Los mismos enemigos de México, están creando los cimientos de una nueva nación.
Hoy, nosotros, los de entonces y los de ahora, ya no somos los mismos.
Ellos quieren ver rojas las calles, enrojecidos los muros, que brote sangre del manantial de la nación mexicana.
Pero no van a lograrlo. Porque nos honra el amor a México, a su cultura historia y riqueza natural y su gente.
Una nueva raza de mexicanos está naciendo. La escucho en cada poro del universo, en el mercado, en la plaza de armas, en el estallido de los cuetes en las ferias y en el rumor cadencioso de sus mujeres que entonan cantos de libertad.

En la voz de los jóvenes que haces uso de las nuevas tecnologías con sabiduría y espíritu libertario y crítico

Escúchenlo bien, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Somos una nación comprometida, con historia y memoria, con identidad y coraje.
Y no vamos a permitir que nos roben los sueños, la voz, el pulcro sol de la riqueza natural.

Y como estas palabras no son una carta, un manifiesto, ni son nada hasta que no encuentren los ojos, la mente y el corazón que las reciba, y son producto de un hervor de sangre, de un golpe seco en mi espíritu, que es el de todos, y un sueño que se está volviendo realidad.

Lo escribo con la misma fuerza, tensión y poder de los miles de manos de mis dedos, que tengo un sueño.

El mismo que soñara Martin Luther King un día como hoy 28 de agosto pero de 1963 y que pronunció frente al monumento a Abraham Lincoln en Washington, ante miles de afronorteamericanos.

El mismo que soñaron los tlamatime, que armonizaron el universo con la mazorca del maíz. Los mismos que levantaron a los indios en contra del opresor que está de regreso para volvernos a despojar lo que nos robaron: el oro negro por cuentas de vidrio colocadas en las alforjas por los traidores, por los apátridas, por los hombres sin raíz, sin cultura, sin color ni sangre que se rinden al poder imperial del dinero.

El mismo que soñó Morelos y plasmó en  los Sentimientos de la Nación.
El hálito de la espada que impulsó a Vicente Guerrero a exclamar su consigna, la patria es primero
El sueño que no pudo terminar Carmen Serdán antes de ser traspasada por las balas.
El sueño de Francisco Villa y de Madero.
El mismo sueño de Zapata que sembró en el universo a todo galope de su caballo traspasado por las balas traidoras de los asesinos.
El mismo que llevó a Lázaro Cárdenas a dar el paso y expropiar el petróleo a las compañías británicas, gringas y holandesas.
El sueño de José, el tejedor de petates que cruza una y otra vez con sus dedos de tierra la punta de la palma hasta forjar una alfombra con hilos de hambre.
El mismo sueño que me despertó con fiebre el día que mataron a mi padre.

Que estas palabras salgan de la página, que vuelen, crucen la barrea del sonido y lleguen al desierto de Sonora, se instalen en las selvas de Tabasco y corran sobre la aguas del Papaloapan con un ejército de banderas como mariposas.
Que se anclen por un instante en Papantla y recojan el olor de la vainilla en cada piedra tropical que sangra y se estremece con la lluvia.
Que no se detengan hasta subir al Ixtaccihuatl y hablarle de tú a tú a la reina de las nubes blancas que se enseñorea sobre los dos valles que le dieron vida a Guadalupe Tonantzin y a la Puebla de los Ángeles.
Que crucen de un océano a otro en las notas de un son del Pánuco y una chilena de Guerrero y desciendan a sus fondos donde peces de coral y nubes de sal cantan a coro.
Que las silabas galopen sobre un corcel de malaquita y se detengan a platicar sobre la cumbre de Palenque con una flor de verbos en los labios.
Y que la escuche el raramuri, sea presentada al consejo Maya entre atabales astronómicos y misterios de carne y hueso.
Que los niños la escriban con crayones de nardo en las paredes de la Ciudad de México.
En los suburbios incandescentes  de Guadalajara y en las piernas de Villa Hermosa repitan con el Grijalva el discurso por las flores de Pellicer y las coplas del Choco tabasqueño.
Que en el Valle del Mezquital, transformen el pulque en agua y la pobreza en espigas verdes y doradas.
Y que mis hijos se sientan orgullosos de su padre y de sus madres, como todos los hijos de los hombres y mujeres de México.

Y que en cada pueblo, comunidad, ranchería, edificio, tele, ordenador y celular, se escuche como una estrofa violácea el grito de estas palabras escritas con rabia, con desasosiego y esperanza.

Yo tengo un sueño como el que soñaran los hijos del relámpago, los nietos de la luna y del rayo, los hacedores de pájaros, los constructores de pirámides, los nietos del Usumacinta y su torrente.

Si la tierra es para quien la trabaja con sus manos
El petróleo debe ser para los mexicanos

Digamos no a la propuesta privatizadora de PEMEX, que a setenta y cinco años nos quieren imponer a chaleco por encima del más elemental sentido común.
Y vender la casa milenaria, la casa de todos, la casa de la triple dualidad.
Y Abrir las puertas a los nuevos invasores y padecer llanto, crujir de pueblos, dolor de gentes.

Y si yo, tú, él, nosotros lo decimos y escribimos mano a mano, será de tal magnitud el vocerío de sílabas, vocales y signos que en un instante podremos despertar a la nación  mexicana y llevarla por el verdadero sueño de la mano de la realidad, sin violencia y bien despiertos.

Que nadie se quede callado. Que este vocerío se repita como un eco infinito de corazón a corazón de mexicano.

*Título de uno de los memorables discursos de Martin Luther King


28 de agosto en el año del dos mil trece.

En algún lugar del tiempo y del espacio.