Isaias Alanís |
No estoy orgullo de escribir estas palabras,
son el preludio de la alta traición a la patria que profetizara José Emilio
Pacheco.
Debería darme rabia, ganas de volverme
marciano, piedra de sol, hormiga trabajadora.
Hace 75 años, un mexicano que anduvo en la
revolución y contribuyó a la construcción de este país que se deshace en hilos
y coágulos de sangre, hambre, desempleo y abismo republicano, firmó ante la
exasperación de los sectores industriales del mundo, esquilmadores de la
riqueza de los pueblos en vías en desarrollo, la expropiación petrolera.
La riqueza de la nación es para los
mexicanos, para nadie más.
El petróleo trajo bonanza, desarrollo,
productividad y corrupción.
Los mexicanos abrieron su corazón a la rosa
blanca de sus sueños para salvar la economía mexicana, y contribuyeron con otro
sueño que se convirtió en pesadilla y podría terminar en tragedia.
A setenta y cinco años de ese acto de
valentía, de nacionalismo de gran calado, la riqueza de la nación se haya
repartida en veinte familias.
Pese a que el petróleo le dio un levantón a
la nación, la pobreza se ha magnificado.
La corrupción se ha robado siglos de sangre,
siglos de impunidad cubre con su capa oscura a la nación mexicana.
Es una herencia como red de agujeros, como agua salobre, como voz de los quemados, como estertor de los degollados.
Es una herencia como red de agujeros, como agua salobre, como voz de los quemados, como estertor de los degollados.
A siete décadas y media de ese suceso
extraordinario, el mexicano no tiene pan, las paredes de la patria se han
agrietado. No hay escuelas, agujerados tienen sus muros.
No hay caminos planos. Se ha torcido la ruta.
El tiempo se ha volcado sobre nosotros con su corazón de sangre y
lamentaciones.
Hay lloro en medio de la patria y la primera
generación de extranjeros nacidos en México, lo quieren todo.
En la geografía geológica de México, se roban
la sal, estrangulan sus venas, amasan maíz podrido, agua estancada: cortan los
ríos y envenenan su cauce. Abren las venas de la tierra y nada de esto le queda a sus verdaderos
dueños.
Los políticos de hoy, a diferencia de los que
firmaron el decreto expropiatorio, legítimos formadores y nacionalistas
consumados. Sólo sirven para levantar el dedo.
Los firmantes lo hicieron con el corazón en
la punta de los cinco dedos.
Los que esperan hacerlo y asestarle un golpe
de muerte a la soberanía nacional, setenta
y cinco años después lo hacen para vender la riqueza de la patria, con las
veinte uñas clavadas en su chequera personal.
Y hoy le corresponde a la gente de a pie, a
Juan y Pablo, a María y Elena levantar la voz. Salir a la calle con sus cantos
de guerra florida. Caminar sobre la tierra franca de la libertad, la democracia
y la justicia para que los cantos se escuchen.
Que las voces atruenen el espacio de sur a
norte y de oriente a poniente. Que no haya muro, astro, piedra rodante que no lo
escuche.
Y preguntarle a los sabios, a los
especialistas, a los economistas que defienden la riqueza de la nación, cual es
el camino, y consultar el oráculo popular con los ojos en las manos y la
libertad que sólo da saber que somos los dueños de lo que vuela, se arrastra; cruza
vetas de oro y plata. Lo que se embosca en glóbulos de salitre, en las
profundidades marinas donde un cielo de esperanza danza y canta.
Los políticos sólo buscan hinchar su panza
con las sobras de los hombres del imperio.
Carroñeros sin voz, oscuros personajes que la
historia habrá de castigar con el olvido.
Por eso me escribo estas palabras, ha llegado
el momento, ya es hora, somos mucho más que veinte mil, que cuatro, que cinco,
que tres sombras con garras afiladas que sobrevuelan el horizonte de México.
Hoy es el momento de salir a la calle con un
canto de libertad en cada mano e impedir este acto de suprema crueldad,
injusticia y alta traición a la patria.
Sería imperdonable no actuar y pasar por alto este momento
crucial de México.
Que no decida nadie, ningún partido, ninguna
minoría privilegiada el porvenir de millones de mexicanos.
Que lo decidamos todos, como una hermandad
donde no caben las diferencias ni las clases, ni las etnias, ni las enormes
diferencias que nos separan.
Que la reforma energética amañada no pase. No
habrá de pasar.
Que lo escuchen bien en todos los rincones
planetarios de México.
La reforma energética no pasará si va en
contra del futuro de los mexicanos.
Los mismos enemigos de México, están creando
los cimientos de una nueva nación.
Hoy, nosotros, los de entonces y los de
ahora, ya no somos los mismos.
Ellos quieren ver rojas las calles,
enrojecidos los muros, que brote sangre del manantial de la nación mexicana.
Pero no van a lograrlo. Porque nos honra el
amor a México, a su cultura historia y riqueza natural y su gente.
Una nueva raza de mexicanos está naciendo. La
escucho en cada poro del universo, en el mercado, en la plaza de armas, en el
estallido de los cuetes en las ferias y en el rumor cadencioso de sus mujeres
que entonan cantos de libertad.
En la voz de los jóvenes que haces uso de las
nuevas tecnologías con sabiduría y espíritu libertario y crítico
Escúchenlo bien, nosotros, los de entonces,
ya no somos los mismos.
Somos una nación comprometida, con historia y
memoria, con identidad y coraje.
Y no vamos a permitir que nos roben los
sueños, la voz, el pulcro sol de la riqueza natural.
Y como estas palabras no son una carta, un
manifiesto, ni son nada hasta que no encuentren los ojos, la mente y el corazón
que las reciba, y son producto de un hervor de sangre, de un golpe seco en mi
espíritu, que es el de todos, y un sueño que se está volviendo realidad.
Lo escribo con la misma fuerza, tensión y
poder de los miles de manos de mis dedos, que tengo un sueño.
El mismo que soñara Martin Luther King un día
como hoy 28 de agosto pero de 1963 y que pronunció frente al monumento a
Abraham Lincoln en Washington, ante miles de afronorteamericanos.
El mismo que soñaron los tlamatime, que
armonizaron el universo con la mazorca del maíz. Los mismos que levantaron a
los indios en contra del opresor que está de regreso para volvernos a despojar lo
que nos robaron: el oro negro por cuentas de vidrio colocadas en las alforjas por
los traidores, por los apátridas, por los hombres sin raíz, sin cultura, sin
color ni sangre que se rinden al poder imperial del dinero.
El mismo que soñó Morelos y plasmó en los Sentimientos de la Nación.
El hálito de la espada que impulsó a Vicente
Guerrero a exclamar su consigna, la patria es primero
El sueño que no pudo terminar Carmen Serdán
antes de ser traspasada por las balas.
El sueño de Francisco Villa y de Madero.
El mismo sueño de Zapata que sembró en el
universo a todo galope de su caballo traspasado por las balas traidoras de los
asesinos.
El mismo que llevó a Lázaro Cárdenas a dar el
paso y expropiar el petróleo a las compañías británicas, gringas y holandesas.
El sueño de José, el tejedor de petates que
cruza una y otra vez con sus dedos de tierra la punta de la palma hasta forjar una
alfombra con hilos de hambre.
El mismo sueño que me despertó con fiebre el
día que mataron a mi padre.
Que estas palabras salgan de la página, que
vuelen, crucen la barrea del sonido y lleguen al desierto de Sonora, se
instalen en las selvas de Tabasco y corran sobre la aguas del Papaloapan con un
ejército de banderas como mariposas.
Que se anclen por un instante en Papantla y
recojan el olor de la vainilla en cada piedra tropical que sangra y se
estremece con la lluvia.
Que no se detengan hasta subir al Ixtaccihuatl
y hablarle de tú a tú a la reina de las nubes blancas que se enseñorea sobre
los dos valles que le dieron vida a Guadalupe Tonantzin y a la Puebla de los
Ángeles.
Que crucen de un océano a otro en las notas
de un son del Pánuco y una chilena de Guerrero y desciendan a sus fondos donde
peces de coral y nubes de sal cantan a coro.
Que las silabas galopen sobre un corcel de malaquita
y se detengan a platicar sobre la cumbre de Palenque con una flor de verbos en
los labios.
Y que la escuche el raramuri, sea presentada
al consejo Maya entre atabales astronómicos y misterios de carne y hueso.
Que los niños la escriban con crayones de
nardo en las paredes de la Ciudad de México.
En los suburbios incandescentes de Guadalajara y en las piernas de Villa
Hermosa repitan con el Grijalva el discurso por las flores de Pellicer y las
coplas del Choco tabasqueño.
Que en el Valle del Mezquital, transformen el
pulque en agua y la pobreza en espigas verdes y doradas.
Y que mis hijos se sientan orgullosos de su
padre y de sus madres, como todos los hijos de los hombres y mujeres de México.
Y que en cada pueblo, comunidad, ranchería,
edificio, tele, ordenador y celular, se escuche como una estrofa violácea el
grito de estas palabras escritas con rabia, con desasosiego y esperanza.
Yo tengo un sueño como el que soñaran los
hijos del relámpago, los nietos de la luna y del rayo, los hacedores de
pájaros, los constructores de pirámides, los nietos del Usumacinta y su
torrente.
Si la tierra es para quien la trabaja con sus
manos
El petróleo debe ser para los mexicanos
Digamos no a la propuesta privatizadora de
PEMEX, que a setenta y cinco años nos quieren imponer a chaleco por encima del
más elemental sentido común.
Y vender la casa milenaria, la casa de todos,
la casa de la triple dualidad.
Y Abrir las puertas a los nuevos invasores y
padecer llanto, crujir de pueblos, dolor de gentes.
Y si yo, tú, él, nosotros lo decimos y escribimos
mano a mano, será de tal magnitud el vocerío de sílabas, vocales y signos que
en un instante podremos despertar a la nación
mexicana y llevarla por el verdadero sueño de la mano de la realidad,
sin violencia y bien despiertos.
Que nadie se quede callado. Que este vocerío se
repita como un eco infinito de corazón a corazón de mexicano.
*Título de uno de los memorables discursos de
Martin Luther King
28 de
agosto en el año del dos mil trece.
En
algún lugar del tiempo y del espacio.