miércoles, 17 de julio de 2013

TRAS LAS REJAS DE LA MENTE Por Diego Rabasa

"Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito."  Hamlet

La libertad, aunque sea difícil de definir y mucho más difícil de alcanzar (algunos dirían que imposible), es uno de los bienes más preciados de las sociedades modernas. La capacidad de privar a un hombre o una mujer de ésta es uno de los principios sobre el que el Estado ejerce su supuesta soberanía sobre el uso de la violencia. Dice Foucault en Vigilar y castigar: “Se saben todos los inconvenientes de la prisión, y que es peligrosa cuando no es inútil. Y, no obstante, no se ‘ve’ por qué reemplazarla. Es la detestable solución que no se puede evitar”. Foucault publicó este libro en 1975 y desde entonces los sistemas penitenciarios se han hecho quizá más peligrosos e inútiles sin que nuestros sistemas judiciales hayan encontrado la manera de sustituir estos métodos de “corrección” social. El encierro físico es uno de los estados más brutales a los que se puede ver reducida la vida, aunque no implique necesariamente tener una existencia sedentaria.

Es un lugar común decir que la imaginación (y la lectura para el caso) involucran desplazamientos que no pasan por el tránsito físico del cuerpo. El mayor de los lugares comunes en este sentido son los sueños, pero no es el único. Hay otras formas de desplazarse con la mente permaneciendo en el mismo sitio, incluso encerrado. Para muestra están libros como Viaje alrededor de mi cuarto, de Xavier de Maistre, en el que el autor realiza un verdadero periplo a través de los objetos que hay en el cuarto en el que ha sido confinado por autoridades militares durante cuarenta y dos días por haberse batido en un duelo. Para muestra está también la vida de Robert Walser, uno de los más grandes escritores de la primera mitad del siglo XX que se refugia del mundo, en buena medida para poder seguir escribiendo (viajando con la mente), en un sanatorio mental. Sobre él Elias Canetti habría de escribir que “su experiencia con la ‘lucha por la existencia’ le lleva a la única esfera en que esa lucha no existe, al manicomio, el monasterio de la época moderna”.
Hay, sin embargo, dos tipos de encierro que no implican el confinamiento físico pero que no por ello son menos terribles: la locura y la depresión. La locura, en su estado más acendrado, implica la total alienación de la realidad. Implica habitar un universo donde uno está solo. En su libro Todos los perros son azules, el escritor brasileño Rodrigo de Souza Leão novela los últimos años de su vida (murió en un sanatorio mental) y le da vida a un protagonista que se entiende más con su inseparable perro azul y sus amigos Rimbaud y Baudelaire que con el resto de los seres materiales. En un instante “iluminado” durante una de sus constantes diatribas existenciales, el narrador se da cuenta de que conoce las claves de un lenguaje universal que hablan todos los seres vivos del planeta y logra convencer a otros tantos alienados del mundo de unirse a su gran movimiento reivindicador del lenguaje como una forma innata del ser humano: el movimiento Todog (Godot invertido). A través de un lenguaje que no se puede aprender (y que por lo pronto es único en cada persona), De Souza Leão hace una analogía acerca de la locura: un lugar en el que nadie habla tu lengua, en el que estás confinado y encerrado a merced de tus propias palabras y tus propios pensamientos por siempre.

Un gran ejemplo para abordar la otra forma de encierro mental que propongo (la depresión) es la reciente novela gráfica que publicó la editorial Impedimenta: Virginia Woolf. Como su nombre sugiere de manera poco esquiva, la obra cuenta los pasajes claves de la vida de la escritora británica: una mujer con una sensibilidad y una inteligencia superdotadas que nació en una época demasiado aprensiva para su espíritu inquebrantable. La muerte de sus seres queridos (su madre primero, su padre después, su hermano más adelante) la fue orillando a un mundo cada vez más indescifrable. Ni siquiera la empresa editorial que fundó con su marido, el escritor Leonard Woolf, o el éxito que comenzaron a tener sus libros le parecían motivos suficientes para existir. Poco a poco el contacto con el mundo se fue haciendo más y más distante hasta que un día decidió meterse a un río con las bolsas de su suéter cargadas de piedras.

La libertad en sentido físico es un bien que nos puede ser arrancado justa o injustamente. La libertad mental es un espacio al que sólo podemos renunciar nosotros mismos (justificada o injustificadamente) a través de nuestra incapacidad o nuestra falta de voluntad para obviar que éste es un mundo que jamás podremos comprender a cabalidad.  +

Imagen: Pac Man Foucault