viernes, 6 de junio de 2014

ESCLAVOS DE GALERÍA., POR AVELINA LÉSPER




Nos dirigimos a las personas de igual forma que a las máquinas, preguntamos qué hacen. Esto significa que el trabajo da sentido a la persona, y su valor social está comprometido a lo que hace. El trabajo artístico durante siglos libró una lucha por la valoración de la autoría. Firmar cada obra la une de forma indisoluble al responsable de esa creación. El arte exige de un compromiso creativo que dignifica al individuo, lo separa del trabajo automatizado que disminuye al ser para potenciar a la producción. Un artista hace una obra, un obrero hace miles de objetos. La desvalorización actual del trabajo artístico regresó como un sentimiento revanchista, las obras del arte contemporáneo VIP retroceden a la manufactura sin creación, a la línea de producción sin autoría, a borrar el concepto de individuo. El ars mecánica vuelve a ser una actividad inferior o degradante para esclavos como en la Edad Media. Estas obras representan un trabajo repetitivo, carente de sentido artístico, que exigen de una gran dedicación y que sin embargo sus resultados no son estéticos, ni inteligentes, son piezas que podrían estar realizadas por cualquier persona, porque carecen de unicidad y originalidad.  Aunque sean obras realizadas por sus autores, evitan la presencia de la autoría. El objeto resultado del trabajo que carece de intención no es capaz de decirnos algo del ser que lo realizó.
Reproducir páginas enteras de los periódicos, letra por letra, incluidas las fotografías, es una actividad que comparten William Powhida, Kenneth Goldsmith. Tejidos kilométricos, cobertores tipo quilt, bordados de las afanosas Vadis Turner, Joana Vasconcelos, Tracy Emin, Linda MacDonald, Jean Ray Laury, y la inmensa lista de artistas feministas.  La actividad maniaca y degradante redime la pieza, sublima su vulgaridad y la pone en el nivel de arte. El trabajo, aunque someta o explote al individuo, es axiológico: es redentor, define a la existencia, castiga y purga culpas. Un desempleado es alguien que no le sirve a la sociedad, estorba. Los campos de reeducación comunistas están sostenidos en el trabajo, la actividad sistemática suprime la disidencia intelectual, “trasforma al individuo” y lo incorpora a la colectividad.

¿Por qué el arte VIP navega en los extremos de no hacer a la obra o llevarla a un trabajo enajenante? Porque las dos vertientes denigran al artista y al trabajo creador. La labor intensa, automatizada o sin aportación está despojada de las exigencias creativas, oculta las capacidades y disminuye la responsabilidad hacia la obra. Si el artista hace una “mandala” con tapas de refresco, arma una inmensa cortina con etiquetas de botellas, hace un edificio de cerillos, un tapete con aserrín de colores, imita, repite y no piensa, no toma riesgos, no es creativo, no manifiesta su poder de artifex, existe y sin embargo es invisible. Estas manualidades casi tortuosas, justificables en una prisión, un campo de reeducación o en un centro psiquiátrico, redimen al artista, le otorga un perdón público por su incapacidad de crear, su falta de talento, lo salvan de ver el vacío de su obra. Los artistas argumentan el gran sacrificio que les implica hacer estas piezas.