La
libertad de expresión forma parte de los Derechos Humanos de las persona; está protegida por la Declaratoria Universal
de 1948 y las leyes de todos los estados democráticos. El derecho a la libertad de expresión está
ligado a la libertad de prensa, que es la garantía de transmitir información a
través de los medios de comunicación social, sin que el Estado pueda ejercer un
control antes de la emisión.
En
mi tenocha país la libertad de expresión se remonta a los tiempos de don Benito
Juárez, quien legisló para que la cuatitud mexicana se pudiera expresar
libremente; pero fue el entonces presidente Miguel Alemán Valdéz, quien
estableció en el año 1951, el 7 de junio como el ‘’Día de la Libertad de
Expresión’’.
Lamentablemente,
en nuestro país, no son pocos los compañeros periodistas que han perdido la
vida al ejercer su derecho a la libertad de expresión. Y por desgracia mi
pozolero estado no es la excepción. Varios compañeros han sufrido a través de
los últimos 15 años, desde intimidación, amenazas, secuestro…¡hasta
asesinatos!. Triste y dolorosa realidad.
Si,
ayer se celebró en mi México lindo y querido, la libertad de expresión, pero
neta, neta, hay muy poco que celebrar…al menos aquí en mi pozolero, chilenero y
mezcalero estado: por un lado está el reciente asesinato de Jorge Torres
Palacios, y por otra, la muerte de Rodrigo Huerta Pegueros, pero si no hubiera
que lamentar la desaparición física de estos destacados comunicadores, tampoco
habría nada que festejar. No es sólo la censura, la persecución, la tortura y
la muerte lo que ha venido lacerando al gremio periodístico guerrerense, sino
el envilecimiento que los mismos periodistas (y aprendices de) hemos venido
haciendo del ejercicio periodístico, al confundir en primer lugar la libertad
de expresión con un incontrolable y cínico libertinaje, escudándonos en nuestra
noble y valiente profesión, para convertirnos en embozados extorsionadores,
rigiéndonos por la chafa premisa del ‘’si no me pagas te pego’’.
Hemos
acorrientado el periodismo al andar mendingando a funcionarios y políticos unas
cualilas, como teporochitos ansiosos por un buche de alcohol del 96, para
curársela. Nos hemos convertido en grotescos pedinches, exigiendo chayos a
diestra y siniestra, so pena de írnosle a la yugular a cualquiera que se no
acepte darnos la mochada exigida. Hemos llenado de verguenza al periodismo, al
comportarnos como winzas de pueblo, prostituyendo nuestra pluma y poniéndola al
servicio del mejor postor. Hemos envilecido al periodismo sin ningún rubor,
manejando la info que nos llega no para bien informar a la sociedad, sino para,
amenazar y chantajear, a
funcionarios, gobernante y sociedad en
general, utilizando las maravillas tecnológicas como los mensajes de texto y
los correos electrónicos, como vía para la intimidación. Nos hemos convertido
en patéticos mercachifles talibanescos, y tantito ‘’pior’’, en enemigos de
nuestros mismos compañeros periodistas, privilegiando la falta de solidaridad,
la envidia, el egoísmo y la desunión entre nosotros.
El
respeto por uno mismo comienza con el respeto a los demás, pero
lamentablemente hemos dejado de respetar
a los demás, enredándonos en la falsa bandera de la libertad de expresión; cuando
hasta los sistemas judiciales y la sociedad, reconocen límites a la libertad de
expresión, particularmente cuando ésta se antepone a otros valores.
Si
bien es cierto que ante la fuerte influencia que el periodismo posee en la sociedad,
se le considera ‘’El Cuarto Poder’’ , no nos da esto el ídem para utilizar un
medio, una credencial, o un chaleco beige, para convertirnos en delincuentes
con cámara y grabadora en mano.
Es tiempo
de reflexionar y retomar valores en el ejercicio del quehacer periodístico. Es
tiempo de dignificar nuestra fuente de trabajo. Pero sobre todo, es tiempo de
asumir nuestra tarea de comunicadores y despojarnos de las prácticas delincuenciales.
¡He dicho!.