La
ajetreada vida política de nuestro país se ve constantemente estigmatizada
por toda una serie de circunstancias que
ensombrecen su imagen y ponen en entredicho la actividad democrática nacional:
comicios electorales cuyos resultados son rechazados por los candidatos
derrotados, reformas estructurales que no llegan concretarse entre los estira y
afloja de las legislaturas o que si lo hacen se erigen como un monumento a la
ineficacia de nuestra clase gobernante y que distan de cumplir con las
expectativas que de ellas tenían un electorado que, carente de vocación
democrática y política viven en el equivoco de que el único derecho se
manifiesta en el acto de ir a la casilla y muere cuando la papeleta es
depositada en ese útero electoral que es la urna.
Y en
el medio de todo este drama, tragicomedia y sátira que es la política mexicana
se encuentran los partidos, esos entes omnipresentes que no solo son instrumento
de la democracia representativa, sino que son parte medular de ella. En el inconsciente
colectivo del pueblo ha llegado a formarse el supuesto de que sin partidos no
hay política. Pero ¿Qué exactamente son estos institutos? Son acaso, como dicen
los que han sido utilizados, lastimados o segregados por ellos, mafias
burocráticas cuyo único interés primordial descansa en la obtención del poder y
el saqueo de los recursos públicos o todavía puede llegar considerarse bajo el
supuesto romántico de que, los partidos existen para defender las ideas y los
intereses del pueblo.
En
las palabras de Maurice Duverger, “existe una necesidad apremiante en la
actualidad que termina por caer en una contradicción” y es que es necesario
definir correctamente el funcionamiento en los mecanismos de los partidos, y
sin embargo es una empresa que cae en lo imposible, pues la información
necesaria para un análisis de esta naturaleza descansa en panfletos
propagandísticos y discursos hechos a la medida de las hambrientas masas que
expectantes esperan, como lo han hecho desde el final de la revolución mexicana
de un “caudillo maestro” que los conduzca con eficacia al progreso y a la
abundancia. Pero nada de las acciones de nuestros órganos políticos denota una
ideología clara. Tomemos como ejemplo al PRI, ese partido monolítico sucesor de
aquel legendario Partido Nacional Revolucionario (PNR) que debía sanar las
heridas que diez años de guerra civil habían abierto en México, pero que a
final de cuentas termino por volverse una “dictadura perfecta” que duraría mas de
ocho décadas en la presidencia y por la
cual desfilarían no pocos personajes de
intenciones rapaces y actos autoritarios.
Si
volvemos la mirada hacia el PRD, órgano que se engalana en autoproclamarse como
la izquierda democrática y renovadora,
percibimos una historia que no va acorde con los dorados ideales que declaran,
pese a ser el partido de la Revolución Democrática,
no titubeo en desconocer a las instituciones cuando en 2006 los números no le
fueron favorables, andando el tiempo, nos percatamos que en la bancada del Sol
Azteca, nunca hay una elección interna donde no haya un enfrentamiento interno de proporciones épicas pues
regularmente, las elecciones de este partido se manchan con evidentes
violaciones a las leyes electorales rectoras.
Los
ejemplos abundan y las ironías no escasean, el PAN que se decanta como un
partido laico surge de los bloques mas conservadores de la elite católica, el
Verde Ecologista, que debe defender la vida, aboga por una mano dura e incluso
llego a pedir por la pena de muerte y Nueva Alianza que es un partido que tiene
su génesis en los grupos magisteriales esta eternamente cobijado por la
maquiavélica líder del movimiento sindical siempre identificada con la actual
situación del atraso educativo en México, los partidos pues tienen un proyecto
que puede estar sustentado por la obtención de poder pero no para su uso
ideológicamente responsable.
El
filosofo Benjamín Constant dijo, en 1856 que un partido político es “una
agrupación de personas que comparten la misma ideología” pero como mantener en
validez esa afirmación cuando en 2005 hizo su aparición el partido Alternativa Socialdemócrata
y Campesina, un órgano que pretendía abanderar a dos sectores ideológicos
históricamente contrarios y antagónicos. Si pretendemos llegar a consolidar una
verdadera democracia después de los comicios electorales de 2012, tenemos que
tener partidos mas honestos y no solo conteos mas fiables, es, como dijo
Duverger una cuestión que puede ser aplazada.