Pido comprensión a mis
--¡diez!—lectores.
En esta ocasión no me
referiré a la 4T ni al licenciado López Obrador menos a sus defensores
oficiosos, dizque “periodistas” que llevan la pregunta sembrada a las mañaneras
de la mano de Chucho Ramírez, el vocero gris Oxford que no vio nada malo en
echar de Palacio a los alcaldes mediante inocentes rociadas de gas pimienta, y
todos los etcéteras que han influido en esta nueva y tenebrosa época del México
en el que --paráfrasis de la señora Cristina Pacheco de todos mis respetos--
aquí nos tocó vivir.
Y es que, usted dirá qué
diablos le interesa, pero ayer 23 de octubre cumplí años; he llegado al piso
6.5 y, caray, cuando desperté lo primero que hice fue pellizcarme y exclamé a
media voz ¡estoy vivo!
Porque soy modelo 54 de
manufactura nacional, irreverente e incalumniable –todo lo que se diga de mí es
cierto--; soy de esa generación que creció en aquellos días cuando llegar a los
cuarenta años traía implícita la reverencia familiar que se otorga a quien iba
rumbo a la vejez porque, diez años después sería tratado como un
quincuagenario, es decir, un viejito.
Y luego, recuerdo las
notas policiacas que redactábamos, en las que se aludía a los sexagenarios y es
que ya eran viejitos; ni qué decir de los mayorcitos.
Pero todo ha cambiado,
todo. Reporteros y reporteras que hemos superado el medio siglo de vida estamos
en activo, seguimos en la brecha, aunque la mayoría de las redacciones y las
fuentes están llenas de millenials, de jóvenes periodistas que se quemaron las
pestañas y los hay hasta con doctorado.
Y son éstos colegas a
quienes no les dice nada el nombre de Carlos Denegri y que se dejan llevar por
esa jauría que, azuzada por ya saben quién, ha incorporado a su diccionario de
sinónimos el de chayotero como corrupto, cuasi criminal de la tecla.
Pero, vaya, el punto es
cómo los de mi generación y los mayorcitos estamos, por lo menos yo sí,
orgullosos de haber sido testigos de esta dinámica del desarrollo tecnológico
que le ha dado otra cara a los medios de comunicación.
Tal vez el colega de al
lado en la sala de prensa, metido en su celular, en las redes en la lap top no
sepa qué diablos era una calandria en el área de linotipos, la base para
capturar las notas y que estas se integraran en cajas que eran la forma casi
artesanal y nieta inmediata del formato de la época de la colonia cuando se
imprimían los libros con absoluta fuerza humana.
En fin, llegar a esta edad
y pertenecer a una familia de suyo dispersa, dispareja, discordante y diversa
pero al mismo tiempo unida cuando la maledicencia cae desde el poder fáctico, o
éste que se asume legalmente constituido
Y, hoy, a la distancia de
esos días en que se ganaba la nota en el auténtico chacaleo en los actos
públicos, a los que se ha generalizado como eventos, y sin celular ni
computadora portátil a la mano, sólo la caseta telefónica que requería monedas
de 20 centavos, para mandar la exclusiva a los meridianos o los vespertinos.
El Universal Gráfico, las
dos ediciones de las Últimas Noticias de Excélsior, El Sol del Mediodía, y
luego Fotopres y El Diario de la Tarde y…
¡Ah!, los colegas y, como
hoy se aplica, las colegas, ellos y ellas que nos encontrábamos en losm
desayunos o en las giras en la reducida fuente presidencial con don Pepe López
Portillo, hasta que creció en el sexenio de Miguel de la Madrid y después fue
de tal naturaleza que se le destinó un área especial en el avión presidencial.
Sesenta y cinco años y
agradezco las llamadas, correos, mensajes vía WhatsApp, antes llegaban en
telegrama por la vía rápida, o un telefonazo a la casa o la redacción y después
a festejar en Las Américas, en El Chapultepec o el Ambassadeur cuando había un
poco de recurso.
Y los presentes que
enviaban de las fuentes y no se le llamaba chayos porque era un detalle normal,
nadie cuestionaba, nadie criticaba. Había sí, sorpresa por el tipo de regalo.
Pero, bueno, todo ha cambiado menos el espíritu de ser parte de esta familia,
la gran familia solidaria de los periodistas, reporteros de las fuentes
informativas, colegas que en algunos casos han llegado a los compadrazgos.
Sí, hoy somos dueños de
nuestros espacios, libres y soberanos de nuestro albedrío periodístico. No
solemos hablar de nosotros, quizá porque la tarea nuestra es hablar de otros,
cuestionar, informar, analizar, reportear… pero no hablamos en primera persona
en nuestras notas ni aplicamos de pronto la autocrítica salvo cuando nos
encontramos en esos lugares de sano esparcimiento, centros culturales que nos
hermanan. ¡Salud!
¡Ah!, cómo ha pasado el
tiempo. Hoy reflexiono en estos tantos años en el medio periodístico, reportero
que he de despedirme en la práctica de este oficio que apasiona y es ingrato y
amante amorosa y despechada cuando no se cumple o se olvida su principio cuasi
romántico.
Alberto Cortés tiene un
enorme poema que se refiere al amigo que se va. Y en este oficio ha comenzado a
desgranarse esta rica mazorca de amigos reporteros que se han adelantado hacia
la conferencia a la que todos estamos convocados. ¿Quiénes se han ido? Los
nombres están ahí, en la memoria periodística. Y duelen, duelen en verdad
porque son familia.
Y nuestras familias, mi
familia, mis hijos que crecieron al amparo de mi oficio profesión, como los
hijos de mis amigos colegas, de mis amigas que hoy son abuelas y de las que
recién irrumpen tempestuosas con esa juventud que se come el mundo a puños,
como en su momento me lo quise comer y hoy disfruto de algunos bocados para no
molestar al alma.
En esta tarea vi cómo mis
hijos pasaron de garabatear en mis libros y usar mis periódicos de archivo en
trabajos escolares a jóvenes adultos amorosos y positivos. Seis hijos.
En alguna ocasión le dije
a una colega que era muy trabajadora y se había dedicado a hacer dinero en su
carrera, me respondió que yo me dediqué a hacer hijos. Bueno, seis hijos me han
acompañado en este trayecto, profesionistas que no suelo presumir en redes
porque los presumo en mi diario trajinar; una, Yaz, se me adelantó y para ella
está dedicado este espacio que solía compartir en redes.
¡Ah!, la vida de
reportero. Gracias reiteradas por recordar mi cumpleaños. Gracias por ser
ustedes colegas y amigos ex compañeros del CCH Naucalpan, de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales, de los medios en los que me he ganado la chuleta
y de las fuentes y redacciones que he pisado.
No escribo tu nombre
porque sabes que te tengo un especial afecto y tu amistad, mostrada en esta
fecha, me enriquece. Disculpe usted haber abusado de este espacio pero, si no
es hoy ¿cuándo? Digo.
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