Andrés Manuel López Obrador ha incorporado a su campaña la queja, el reproche, la tendencia de la victimización, una estrategia harto conocida en busca del apoyo solidario con el débil, el vapuleado, el cuestionado y criticado por ofrecer el Maná.
Sostiene, y apuntalan sus operadores en las redes sociales, que lo atacan porque va arriba en las encuestas, porque, aduce, después del debate del domingo último, el primero de tres, se alzó como ganador y lo quieren tumbar.
Y pretendió descalificar y ridiculizar a José Antonio Meade, llamándolo “ternurita” y asegurándole que se quedó con las ganas de tener los dos departamentos que, dice, jura y perjura, no son suyos porque los heredó a sus hijos, aunque el Registro Público de la Propiedad lo tiene en sus archivos como el actual, actual, propietario.
¿En serio cree Andrés Manuel que sus enemigos están enfrente? No, como ha ocurrido en las otras campañas, en esa insistente y obsesiva pretensión de ser Presidente de México, López Obrador se alza como el principal enemigo de López Obrador.
Y es que, ahí están los registros en audio y video, suele contradecirse, recular en ofertas estridentes y poco serias, como ha ocurrido con el tema de la obra del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, del que primero dijo que la cancelaría, después que la analizaría incluso en una mesa empresarios, luego refirió que si lo convencen daría marcha atrás, pero finalmente dijo que de plano lo cancelará.
Mire usted, siempre en el riesgo de que las hueste tuiteras lopezbradoristas me acusen de servir a intereses de la mafia del poder descalificándome con lo más nutrido de su lenguaje barroco, no se puede soslayar ese transitar del candidato presidencial de Morena con el discurso que ofende al sentido común, con esa recurrente postura de echar a andar mentiras y acusar a sus contrincantes de mentirosos que se escudan en una guerra sucia.
Bien que sus seguidores, esa base electoral del voto duro que lo respalda, crea a pie juntillas todos lo que Andrés Manuel dice y ofrece. Bien que sus simpatizantes lo defiendan, así es esto de las campañas, de la lucha por el poder. Mal, empero, que en ese ánimo de defensa enderecen, en las redes sociales, una cacería de brujas para echar a la hoguera a quienes disienten de su candidato.
¿Qué ocurre? ¿Hay miedo por Andrés Manuel? ¿Es una amenaza para México?
Bueno, ayer Ricardo Anaya le dijo a López Obrador que tiene miedo y que anda muy enojado y agresivo; le recomendó tomar un té de tila. Y es que, sin duda el candidato de Morena, no acaba de digerir la consecuencia de la embestida que le llegó en el debate del domingo en el Palacio de Minería.
Insiste en que tiene la razón, que, incluso, Meade desconoce las leyes y no sabe distinguir la figura de un juicio testamentario y un documento del Registro Público de la Propiedad, al que descalificó y le resto autoridad y validez a sus archivos.
Por eso, José Antonio Meade le dijo que está distrayendo la atención de lo que no ha podido explicar y miente. Incluso, sin ánimo de entrar en una discusión hueca, Margarita Zavala pidió a Andrés Manuel aclarar su situación patrimonial.
Y la respuesta del candidato de Morena fue en términos de que “están muy nerviosos los de la mafia del poder, a punto de la crisis de nervios”; los acusó de emprender en su contra la guerra sucia, calumnias, ofensas.
Pero luego pidió que para evitar que trascienda el miedo, el terror de la polarización, de la violencia, en las redes sociales, sin perder la cordura, “hagamos otra campaña”, que al contestar, mandar información, memes, sea un debate político, de ideas que tienen que ver con la rectitud. ¿Será?
El caso es que, como lo ha demostrado, sin duda durará poco esa postura, porque ha sido contradictorio que invoca al amor y paz e insiste en que no caerá en provocaciones, pero en su mensaje cotidiano está presente la descalificación, la ironía y la acusación desbocada contra quienes idéntica como servidores de la mafia del poder.
¿Hay miedo porque López Obrador pueda ganar la elección? Tal vez suene a un exceso propagandístico, pero lo cierto es que más vale ser precavidos en esto de elegir al sucesor de Enrique Peña Nieto. Y no, no se puede dejar de seguir al candidato de Morena, soslayar su campaña y no analizar fríamente sus discursos, sería un acto de complicidad con alguien que despierta pasiones políticas y polariza opiniones y a la sociedad misma. Digo.
@msanchezlimon