François
de la Rochefoucauld escribió alguna vez
que la libre comunicación de los pensamientos y las opiniones es uno de los
derechos más preciados por el hombre. Toda la realidad, vista a través de las
pantallas electrónicas, es algo tan inestable que puede ser fácilmente
manipulado por aquellos que en teoría tienen la responsabilidad de darnos a conocer
el acontecer de los hechos de manera veraz y objetiva. Hoy en día, en cuanto encendemos
la televisión nos topamos con una camada de periodistas que aspiran convertirse
en líderes de opinión, en intelectuales iluminados, poseedores de la verdad
suprema. Vociferando de manera irresponsable opiniones tendenciosas, siempre
sirviendo a los intereses de las distintas elites, políticas, económicas o de
cualquier índole.
Los
comunicadores de la actualidad, ataviados con ropas costosas, abusando hasta el
cansancio de alguna frasecilla reciclada, para volverla su firma personal, ya
que dicen los asesores de imagen que todos necesitan algo que los diferencie
del resto de la manada; esos comunicadores concentran la aclamación popular, no
por la capacidad de emitir un juicio de valor, sustentado en evidencias
fidedignas y fuentes
confiables, sino porque la cámara los convierte en la mentira que se repite
siete veces al día, siete días a la semana, para convertirse en una verdad
nebulosa, que en nada disuelve la incertidumbre que a la multitud aqueja.
En
un país donde los gobernantes gastan en un solo dia, lo que los ciudadanos
gastan en un año. Donde los funcionarios públicos de todos los niveles viven
una vida extravagante solo comparable a los de los sultanes del medio oriente
gracias al dinero de los contribuyentes, es cuando una prensa imparcial, sin
vínculos con la clase gobernante, es indispensable para el sano desarrollo del
país. El periodismo existió mucho antes que los periodistas, se gestó en las
universidades, entre literatos y filósofos; las ideas, las teorías y los
manifiestos eran su materia prima, el cambio social era su objetivo, en algún
punto del tiempo, eso cambio y los charlatanes tomaron la batuta. Si de verdad
queremos una sociedad de primer mundo, la prensa debe comprometerse con la
verdad, cruda y objetiva. De lo contrario, caminaremos a ciegas, pensando que
vivimos en un mundo real, tan solo de apariencias.