Durante las fiestas
del Carnaval en el Pueblo Mágico de Tepoztlán, Morelos, este personaje luce sus
originales máscaras mientras danza al compás de la música. ¡Sé testigo del
brinco del chinelo!
El pueblo de
Tepoztlán rebosa de tradiciones, fiestas y leyendas que se pavonean bajo la
noble mirada del Tepozteco y sus acólitos, el Tlahuitépec (cerro del Tesoro),
el Hecatépetl (los Corredores) y el Cematzin (cerro de la Manita). Sus
habitantes se enorgullecen del renombre casi místico que posee esta región, y
aquellos que conozcan el lugar sabrán que bien se lo ha ganado.
Los visitantes
encontrarán el “Lugar de las piedras quebradas” (Tepoztlán, en lengua náhuatl)
a 74 km al sur de la Ciudad de México, en el estado de Morelos. Su atracción
más famosa es sin duda alguna el Templo de Tepuchtécatl, erigido en lo más alto
del Tepozteco, en honor del dios Ometochtli (Dos Conejo).
El ascenso al
Tepozteco es intrincado y dura alrededor de una hora, pero al llegar, la
majestuosa vista del pueblo de Tepoztlán hace que el esfuerzo bien valga la
pena.
Entre las numerosas
fiestas tradicionales de Tepoztlán se encuentra “el Brinco del Chinelo”, un
baile que ha logrado mantenerse con pocos cambios desde hace más de un siglo, y
que se ejecuta en varias ocasiones durante todo el año, aunque la fiesta de
donde se originó y la más popular es el Carnaval (que este año se celebrará del
18 al 21 de febrero).
Para poder recibir a
los miles de visitantes, Tepoztlán cambia de sitio su famoso tianguis, ubicado
en la calle principal, y dedica ese espacio a “la feria”. Cientos de puestos
multicolores invaden las calles, ofreciendo todo lo necesario para divertirse
en grande. El domingo de Carnaval por la mañana, ya que todo se encuentra listo
para la fiesta, los rostros de los habitantes reflejan un aire solemne, pues
aquí las festividades se llevan a cabo siempre respetando las tradiciones de
convivencia.
El día del baile
Ya amanece sobre el
Tepozteco, pero en este domingo de Carnaval los participantes le ganaron al
sol. El mayordomo de la comparsa Anáhuac da de comer y beber a sus bailarines,
mientras que los músicos amenizan el momento con animadas piezas. Él nos
muestra con orgullo el estandarte de la banda del barrio de Santo Domingo, que
iniciará la marcha ritual por las calles del pueblo. Es el turno de los músicos
para sentarse a comer, mientras que poco a poco los danzantes ultiman algunos
detalles de sus trajes.
“Hace algunos años
habían muchos más danzantes, pero es tan alto el costo de los trajes de chinelo
y tan difícil la situación económica pero no nos rendimos, hay que conservar
las tradiciones”, nos comenta el mayordomo, no sin antes entrar a su casa y
sacar su traje: primero un paliacate para cubrir la cabeza, otro para los
hombros, luego un sombrero de palma cubierto de terciopelo que se ensancha
hacia lo alto, con bordados aztecas y pompones que se moverán durante el baile.
Un hiladillo con perlas de plástico, pegadas unas con otras, cuelga alrededor
del sombrero.
Ahora saca el
vestido, hecho de terciopelo negro, largo hasta los pies, con un borde de
blondas de seda en la orilla de las mangas y alrededor del cuello,
complementado con una ancha capa bordeada que cubre la espalda; este volantón,
confeccionado casi siempre por el mismo danzante, muestra una faceta de la
personalidad del que lo porta. Luego el mayordomo nos muestra un par de largos
guantes blancos, y finalmente aparece la máscara, que le dará un toque cómico
al personaje. Es la cara de un hombre blanco, con las mejillas exageradamente
sonrosadas, con grandes ojos azules y una larga barba puntiaguda hacia arriba
que le hace parecer un moderno Don Quijote.
Son casi las cuatro
de la tarde. La comparsa está lista y la energía inunda el ambiente; dos chinelos
elevan la bandera: es la señal. Da inicio entonces la célebre procesión. Los
músicos comienzan a tocar sus instrumentos de aire y de percusión al ritmo de
la marcha, levantando así los ánimos a lo largo del trayecto hasta la plaza
principal del pueblo, donde los espera una multitud expectante. Mientras más se
acercan a su destino, más crece la cantidad de participantes.
Al llegar a la plaza,
las comparsas, que representan a cada barrio, luchan por aparecer en primer
lugar frente a un público que brinca de impaciencia. Al ritmo de la música y
siempre alineados, los chinelos intentan ejecutar con todo orden y al unísono
una serie de pasos, a pesar de la multitud. Dan una o dos vueltas a la plaza,
en espera de que las últimas comparsas se unan al círculo, lo que provoca una
verdadera cacofonía. Posteriormente surge el silencio y los músicos interpretan
piezas más dulces que sirven a los hombres como excusa para invitar a bailar a
las mujeres más bellas del pueblo.
Pero cuando explotan
varios cohetes es hora de iniciar la tradicional danza que durará largas horas.
El “brinco” consiste en saltar ágilmente con la punta de los pies,
desencadenándose ligeramente para dar la impresión de ser títeres manipulados
por hilos. Los danzantes saltan con energía y avanzan dando vueltas con
lentitud, a la manera de los incansables brincadores chinelos, que resisten al
calor y aguantan sus pesados sombreros desde ya hace largas horas.
Si el lector tiene
ánimos de fiesta y quiere desahogarse bailando durante el próximo Carnaval, le
sugerimos unirse a este baile de ilimitado placer.
El “brinco” sirve
para sacar las tensiones y escaparse. Los chinelos bailan en grupo, cerca uno
del otro, se dan energía entre ellos. Cada uno tiene un estilo propio que
desarrolla desde su niñez, y cada día de Carnaval aumenta su intensidad en el
baile, entrando cada vez más en el juego.
El origen del chinelo
Se dice que el
chinelo es el símbolo de la identidad morelense. Aunque es en el pueblo de
Tepoztlán donde existe mayor oportunidad de encontrarlo, el chinelo está
presente en muchos otros pueblos de Morelos, como Yautepec, Oacalco,
Cualtlixco, Atlahuahuacán, Oaxtepec, Jojutla y Totolapan, así como en ciertos
pueblos del estado de Puebla. No obstante, se sabe que surgió en el pueblo montañoso
de Tlayacapan.
Según la Casa de la
Cultura de Tlayacapan, fue en 1870 cuando un grupo de jóvenes nativos del
lugar, cansados de verse excluidos de las fiestas de Carnaval, ya que ellos
mismos debían respetar el ayuno de cuaresma, organizaron una cuadrilla, se
disfrazaron con ropa vieja tapándose la cara con un pañuelo (o pedazo de manta)
y empezaron a gritar, a chiflar y a brincar por las calles del pueblo,
burlándose de los españoles. Esta improvisación tuvo gran éxito, se rieron y
hablaron mucho de ella, tanto que al año siguiente se organizó de nueva cuenta.
Es así como tomó
forma el personaje de los “huehuetzin”, palabra náhuatl que significa “persona
que se viste de ropas viejas” (todavía algunos chinelos usan esta palabra para
llamarse entre ellos). Año tras año, a medida que se hacía más popular, la
fiesta se ritualizaba y el personaje evolucionaba gradualmente. Para
representar a los españoles se les añadieron barbas a las máscaras y apareció
el nombre de chinelo.
Quién sabe realmente
cómo se construyó la indumentaria del chinelo, pero en la forma del atavío y
del “brinco” mismo se advierte el sincretismo de la vieja danza de moros y
cristianos, con los “axcatzitzintin” (axcatzitzintin: rito prehispánico que
significa “brincar a gusto”). Sabemos también que la palabra chinelo viene de
la palabra náhuatl “tzineloa”, que quiere decir “meneo de cadera”.
Algunos dicen que la
danza de los chinelos y el recorrido que hacen las comparsas al principio del
rito representan la peregrinación de los aztecas antes de fundar la ciudad de
Tenochtitlan. Durante su peregrinación los aztecas tenían que cargar sobre la
espalda el maíz y otras mercancías hasta Tenochtitlan. Por ello para
representarlos casi no movían la parte superior del cuerpo y sí los pies y las
caderas.
Antes de escenificar
la peregrinación con el chinelo, los indígenas la hacían con el rito de los
“axcatzitzintin”, que consistía en ir de pueblo en pueblo cosechando granos y
flores y capturando mariposas, para posteriormente utilizarlos como adornos en
sus disfraces, y al llegar al pueblo se ponían a bailar o a brincar. De esta
manera se difundió el paso de “el brinco”, hasta llegar finalmente a la forma
que ahora conocemos.