Margen aparte del importante papel que ha jugado en la construcción de la democracia en México, el Partido de la Revolución Democrática ha enfrentado una historia propia llena de desencuentros y traiciones, desprendimientos de importantes dirigentes sociales en el ámbito local y la jodida amnesia como motor de la ruptura de hermandades y juradas lealtades.
Los prohombres del perredismo han hecho todo lo posible para destruir al partido que surgió de un parteaguas que vivió el PRI, en un tobogán de pérdida del poder, atomizado en el país hasta la derrota en las urnas en el año 2000.
Pareciera a propósito que, por ejemplo, Porfirio Muñoz Ledo haya abandonado esa alianza que, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Rodolfo González Guevara, Ifigenia Martínez y otros destacados priistas de esos tiempos, provocó el cisma en el tricolor y lo puso en un tris de la derrota –formal—en las urnas con su candidato Carlos Salinas de Gortari.
Unos se han ido al PAN, otros volvieron al priismo, unos incluso al PVEM. Pronto se desgastó la suma de voluntades en el proyecto democrático para constituir a un partido de real fuerza y representación de izquierda, con capitanes del comunismo mexicano que se desgastó cuando la reforma política de 1977 le abrió las puertas del Congreso de la Unión.
Y, como suele ocurrir en estos ríos revueltos, hubo quienes echaron sus redes y pescaron para la alacena personal y de grupo, como René Bejarano y su consorte Dolores Padierna, pero el más beneficiado de esa orfandad en que grupos de izquierda quedaron cuando Jesús Ortega, Porfirio Muñoz Ledo, René Arce, Ruth Zavaleta, Rosario Robles y otros destacados activistas decidieron correr en vías personales acercándose lo mismo al PRI que a la corriente encabezada por Manuel Espino Barrientos, sin duda fue Andrés Manuel López Obrador.
Aunque la operación para hacerse del partido, data del momento en que de la tutela de Enrique González Pedrero salta a la de Cuauhtémoc Cárdenas, para crecer como un dirigente social que, de encabezar marchas de trabajadores de limpia y pescadores tabasqueños, y las agresivas movilizaciones de trabajadores petroleros que cerraban pozos y carreteras para luego viajar al Distrito Federal y echarle la mano a Manuel Camacho Solís, entonces jefe del Departamento del Distrito Federal y fuerte aspirante a la candidatura del PRI a la Presidencia de la República, pasó a ser el líder del PRD y hasta jefe de Gobierno del Distrito Federal.
¿Cuándo los prohombres del PRD se dejaron avasallar por López Obrador? ¿Cuándo acabaron cediéndole poder y representación, tanto como para obtener holgadamente dos intentos por ser Presidente de México?
No cabe duda que ello ocurrió cuando la cúpula perredista comenzó a desgastarse en la lucha por el capital político y económico del partido, en el momento en el que la ambición por el poder pudo más que la sensibilidad política para hacer trabajo de equipo y tener prospectiva de crecimiento real, como partido, como un grupo sólido con capacidad para pelear en las urnas contra el PAN, la derecha, y su eterno contrincante, cual maestro de malas mañas políticas, que fue el PRI de esos años en que se desgastó igual con disputas domésticas de suerte tal que acabó dispersándolo en partiditos, priitos –valga el barbarismo—que lo llevaron a la derrota.
El PRD se dejó avasallar no por una fuerza política constructiva, ideológicamente moderna y dispuesta al diálogo, la tolerancia y la inclusión. No, permitió que un individuo de malas mañas, practicante de la verdad a medias y la mentira echada a rodar mil veces hasta convertirla en verdad maquillada de perversidades, lo convirtiera de su propiedad.
¿Es realmente Andrés Manuel López Obrador la opción del dirigente que requiere la izquierda? ¿Es el Movimiento de Regeneración Nacional, el partido que México necesita en los contrapesos de esta democracia en proceso de construcción y suplirá al PRD?
Formalmente el Morena oficializó su solicitud de registro como partido político ante el IFE. Por citar algunas reacciones, Silvano Aureoles Conejo, coordinador de la diputación federal perredista, insiste en el discurso de la unidad porque, aduce, no está en la lógica de quién se va (al Morena) y quién se queda en el PRD.
Lo cierto es que los focos rojos están encendidos en el PRD. Andrés Manuel desprecia a sus dirigentes y se niega a aceptar la invitación de Cuauhtémoc para sumarse a las movilizaciones contra la Reforma Energética. Hoy, el tabasqueño es como aquellos señoritos que creyó ver en los ciudadanos que le tomaron el Paseo de la Reforma en protestas contra la inseguridad. Es un señorito que no quiere manchar su plumaje.
Sin embargo, en la paráfrasis puede decirse que Andrés Manuel cruzó el pantano y lo manchó con su plumaje. ¿Qué le ven Barbosa y Cárdenas al señorito? ¿Necesitan vejigas para nadar en su izquierda de pedigrí? Digo.