Rogelio Martínez Faz/Ahora que inicia el año nuevo hagamos un análisis ciudadano, no de los documentos que dan ciudadanía o nacionalidad, sino del aspecto cívico. Tomemos como referencia al pasado político y su relación con nuestras actitudes del presente.
ROGELIO MARTINEZ FAZ |
En el caso de México allá por la década de los 70, cuando las crisis llegaban una tras otra, la sociedad de a pie empezó a faltarle el respeto al Presidente de la Republica, cuando éste era considerado una persona casi sagrada, hablar mal de él significaba hablar mal del país.
En aquellos tiempos los analistas de la política mexicana invitaban al ciudadano común a hacer conciencia, entre ellos Luis Pazos con su libro: Devaluación y Estatismo en México –por mencionar uno-. Donde explicaba el a, b, c, de las crisis políticas-económicas con manzanitas y clavitos. Manzanitas que acabaron pudriendo a las otras y clavitos que se nos quedaron en la lengua.
La política mediocre mexicana era medida con las devaluaciones del Peso, responsabilidad de los presidentes --¿de quién más?-- Así que los analistas cuestionaban al padre de la nación en turno y a sus compinches en cómo y porque de las crisis, y señalaban concretamente al mal gasto público, incompetencia y corrupción.
No tanto para identificar a los culpables como parte de la solución, sino para no repetir los resultados, porque de lo contrario como afirmaba Pazos: Si hay responsables directos de las crisis como quizás también todos lo seamos en la medida que lo permitamos.
Pero después de casi cuarenta años como aquel libro, las políticas de Estado, incluidas las de Acción Nacional (PAN) al que pertenece Pazos, es repetir crisis. ¿Entonces cómo entender que las nuevas generaciones de gobernantes, los de hoy, cuando en sus momento de niñez o juventud de hace cuarenta años ya sabían perfectamente de las corruptelas y de las malas prácticas de los padrotes del país?
Ya tratamos con planteamientos razonables y acciones violentas y no se realizan los cambios sustanciales, que no sea la de complicarlas con más agresiones. ¿Entonces qué nos queda por hacer? De seguro algo que no hemos hecho y otras que solemos hacer.
Si es así, en el Pacto por México deberíamos incluir una larga lista de conductas para no repetirlas que se reflejan en la forma en que administramos nuestro civismo que ha dado origen al crimen organizado y a la emigración; nuevas formas de medir las ineptitudes y crisis del Estado mexicano y que ya no solo abarcan al Presidente. Causas y efectos muy ligados a la esencia del mexicano, sea presidente o malandrín, o ambas, o todo lo contrario.
Un comportamiento que va de lo particular a lo público y que hay que cambiar desde abajo. Para empezar: No darle coba al jefe para que no se dé atributos que no tienen nada que ver con el trabajo o sobre nuestra persona. De respetar los derechos y la dignidad de los demás por muy indígena, pobre o vulnerable que sea. No apropiarse de lo que no se ganó por mérito propio.
O sea, que ya no haya más ladysprofecos o ladyspolancos que menosprecian e insultan a los asalariados porque se sienten influyentes o de la “high society”, y respondan de sus desmanes ante la ley. Que alguien de “sangre azul” deje de sentirse superior sobre los menos “racialmente” favorecidos, lo suficiente como para llamarlos plebes. Que alguien no pretenda detener el vuelo de un avión a su capricho tan solo por ser política. Que un contratista deje de aceptar obras de gobierno que no justifica por mucho el valor de la obra, con el que después se mochará con su benefactor.
Denunciar a un político que roba a manos llenas o un solo peso así seamos sus achichincles. Que un representante de la justicia de la nación no meta a la cárcel a la madre de sus hijos para eludir la manutención. Que un procurador de justica ignore la justicia para defender a un familiar agresor de mujeres. Que no se le permita a las instituciones bancarias burlar los derechos laborales de sus empleados amparándose en contratos de servicios en terceros, “outsourcing”.
Que una madre antes de reclamar a los cuatro vientos la desaparición de su hijo menor, primero explique cómo es que permitió que su querubín anduviera metido en tugurios de mala muerte noches enteras. Que un revoltoso social no se haga llamar activista, deje de destruir la propiedad pública y privada, y encima tenga la opción de matar a un uniformado. Que un maestro no trunque el derecho al aprendizaje de su alumno por andar violentando la paz ajena. Que un político no utilice su puesto para delinquir y se someta a juicio junto a familiares y compañeros de partido coludidos. Que un inmigrante deje de culpar del todo a la migra por la separación familiar.
Y una infinidad de circunstancias que van en contra de las lógicas más comunes de responsabilidad, de las leyes naturales del orden y la convivencia. Contrarrestar todo ese cúmulo de actitudes podrían darnos un futuro más certero.
Es probable que así podamos paliar nuestras carencias que se reflejan en la manera de gobernarnos. No seamos las manzanas podridas. Que la única manera de justificarnos ya no sea culpando a los demás escupiendo clavos.