MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN |
En días recientes, la versión de que José Antonio Meade ha crecido exponencialmente en la preferencia del voto, no ha sido cuestionada. Y, sin duda, en el equipo de Andrés Manuel López Obrador se ha pulsado la estrategia para cuidar el voto que considera tiene en la bolsa.
Mire usted, incluso, de pronto el enfrentamiento entre Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador se ha recrudecido en la descalificación, especialmente ñoña y simplista del lado del tabasqueño y de corte irónico pero igual fatuo de Anaya contra el abanderado de Morena.
Ambos, en ese periplo en busca del voto, generan sueños porque sólo en sueños podrían cumplir las promesas y ofertas de campaña. Olvidan que de lo que hoy disfrutamos como ciudadanos de esta nación, costó generaciones, consumió décadas e incluso muchas de las obras fueron de carácter transexenal.
Por ejemplo, esa oferta de acabar con un plumazo con lo que se ha hecho en materia de educación, tiene un sustento demagógico.
Andrés Manuel López Obrador miente cuando ofrece que ningún estudiante se quedará sin escuela en el nivel superior, porque ello implica una inversión multimillonaria en la ampliación de la infraestructura en la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Politécnico Nacional, a menos que obligue a las universidades privadas a ampliar sus campus, no hay elementos para sustentar esa oferta simplista y fácil.
Incluso, aun cuando cuente con una mayoría en la LXIV Legislatura Federal que le apruebe recursos presupuestales extraordinarios, estos no alcanzarían para dar abrigo a los miles de jóvenes que son rechazados en los niveles medio superior y superior en las universidades públicas e institutos tecnológicos de todo el país.
En la administración de Ernesto Zedillo se impulsó la construcción de tecnológicos y universidades tecnológica en el país; con ello se atendió parte de esa inevitable y creciente demanda de espacios educativos de los jóvenes. En 18 años no se ha crecido con la celeridad requerida.
Por eso, llama la atención que Andrés Manuel López Obrador haya rechazado la invitación que le hicieron estudiantes de la Universidad Iberoamericana y de otras universidades, incluso de organizaciones empresariales y de la sociedad civil, de la que ha dicho que desconfía.
Con ese simplismo que le caracteriza, el candidato de Morena ofreció disculpas y argumentó que no puede asistir a reuniones con ellos porque está recorriendo todos los distritos del país y tiene que recorrer muchas regiones. Pero no hay que olvidar que presume que es el único de los candidatos presidenciales que ha recorrido varias veces todo el territorio nacional y que no hay municipio que no haya visitado, aunque desconoce cuántos hay en México. ¡Ja!
¿Teme López Obrador que en la Ibero tenga su Waterloo? ¿Por qué no reunirse con estudiantes de otras universidades? ¿Por qué rechazar encontrarse con organizaciones de la sociedad civil?
No hay duda, en el equipo del tabasqueño se ha echado a andar la estrategia para cuidar el voto. Y evitarán riesgos innecesarios, desde su óptica por supuesto, lo que terminará por evidenciar que la llamada ola pro AMLO es de suyo terreno resbaladizo.
Porque en los espacios abiertos, en las plazas públicas, el primer círculo es de incondicionales que no le cuestionarán el discurso ni le echarán a perder la fiesta.
Es evidente que esa versión del crecimiento exponencial de José Antonio Meade, en la preferencia del voto, es una realidad que echa por tierra a las contradictorias y discrepantes encuestas.
Y, bueno, ni qué decir de lo que, en San Felipe del Progreso, Estado de México, dijo López Obrador, por cuanto a que modera su discurso contra el presidente Enrique Peña Nieto.
“No quiero ya hablar mal del presidente Peña porque no soy hipócrita”, dijo López Obrador. Interesante cambio de estrategia, pero ¿a qué le teme? Digo.
@msanchezlimon