Había una vez un chico tabasqueño que soñó con ser Presidente y
cuando hizo realidad su sueño transitó rumbo a la dictadura, el ejercicio de la
sui generis democracia vertical en la que su voluntad se cumple.
Y ese chico, en ejercicio del poder, quiso tener en el patio de su
palacio un juego de los que en su niñez veía en los libros de texto, éstos en
cuya carátula estaban las imágenes de los héroes patrios.
Y con el poder de decidir lo que le viniera en gana, ordenó se
instalara en el patio frontal de su palacio toda la parafernalia de los
soldados de carne y hueso, caballos de verdad, éstos de raza azteca que son
criados en el rancho militar de Santa Gertrudis, y montados por diestros
dragones y adelitas con bandera tricolor en ristre.
El chico tabasqueño fue atendido, finalmente es el Presidente, por
el secretario de la Defensa Nacional y se desplegó todo el operativo, todo,
para atender el cumplimiento de ese deseo de tener hasta a La Petra, es decir,
la locomotora de vapor que movía lo mismo fuerzas federales que
revolucionarios, según quien tuviera el poder en esos días de la “bola”, del
movimiento revolucionario que había tumbado a Porfirio Díaz y luego sirvió en
el reacomodo de la fuerza política de cada general en turno en el poder.
Quiso también que en su patio, frente a su balcón de pendones
tricolores y sin invitados especiales, salvo su primera dama que se niega a ser
llamada primera dama pero se comporta como primera dama y ejerce el poder
superior de la primera dama, a su izquierda, se desplegara la escenografía hollywoodesca
ora con Francisco I Madero en el brioso corcel que desfila bajando el Castillo
de Chapultepec, ora Emiliano Zapata y Venustiano Carranza…
Se cumplía la voluntad del chico tabasqueño que en el balcón
estaba extasiado, sonriente, dueño de lo que buscó tenazmente y se le cumplió:
el poder.
Dice que no se parece a sus antecesores; toca madera y pide no lo
comparen porque es único, porque es honesto, porque nadie debe saber cómo es
que ha vivido tanto tiempo en campaña por todo el país, si sus ingresos apenas
ascendían a 50 mil pesos, cantidad que le daba, y digo daba porque ahora lo
mantenemos todos los que pagamos impuestos, para pagar los gastos de su señora
esposa y de su pequeño que, ¡fuchi!, estudia en escuela particular.
Y en esa insistencia de parecerse solo a él, termina por verse en
el espejo de los odiados neoliberales, de los conservadores y golpistas, de los
machuchones, porque lo mismo utiliza las camionetotas blindadas en séquito más
que caravana, y sobre todo en las decisiones personalísimas para que nadie lo
incomode, que nadie, nadie, ose molestarlo siquiera con una estúpida pregunta
como aquella de cuánto cuesta el hospedaje del asilado político que es su amigo
el chico boliviano.
Sí, sí, había que desplegar toda esa estructura, la escenografía,
los soldados hechos actores de reparto para representar pasajes de la lucha
revolucionaria. ¡Faltaba más! Cueste lo que cueste y que los incómodos y
chayoteros periodistas se harten de preguntar y conjeturar del gasto para mover
a La Petra y adornar a la peana de la Plaza de la Constitución en la que
desfilaría su sueño de niño.
No importó que el festejo del aniversario del inicio de la
Revolución Mexicana fuera en día laboral y que se desmadrara la actividad en la
zona del Centro Histórico y la periferia en perjuicio de los mexicanos que sí
trabajan y no se la pasan entre el rollo de la mañanera y los actos oficiales
en los que, éste chico tabasqueño, deja el halo del todopoderoso que lo mismo
puede despreciar una comida que abrazar a su ex amigo neoliberal que le ayuda,
empero, en momentos extremos y cuando las fuerzas del mercado amagan con
abandonarlo porque el Presupuesto de Egresos se tambalea con su alfil, Mario
Delgado, titubeante y errático en la negociación con los contrarios en la
Cámara de Diputados.
Pero, bueno, qué importaba ayer, qué diablos le importaría ayer al
chico tabasqueño lo que ocurriera en esas horas del festejo en el Zócalo, más
allá del espectáculo que había soñado en esos días en los rumbos de Macuspana.
¿Y la ley? ¡Ah!, pidió se aplicara la ley a modo contra aquellos
rijosos campesinos y productores del campo, los del FAC y de la UNTA y de
Antorcha Campesina que llevan días en el cerco al Palacio Legislativo de San
Lázaro y que han impedido se discuta y apruebe y, sobre todo, distribuya, la
cobija del Presupuesto de Egresos de la Federación del año entrante.
Porque nada ni nadie le echaría a perder este día de su festejo
personal y menos estos rijosos y negociadores de las necesidades del campo, de
los campesinos, es decir, estos dirigentes que por años han medrado con la
necesidad del agro, que se han alzado con los moches, sí con esos dineros que
se entregan bajo presión social, como a él le entregó un personero de Manuel
Camacho Solís para que levantara su plantón en los tiempos de Carlos Salinas de
Gortari.
Por cierto, el chico tabasqueño no ha explicado qué hizo con los
alrededor de 28 millones de pesos que no repartió con sus huestes, luego de
aquella caminata de la democracia, porque fue el remanente de los 90 millones
prometidos y pagados para que levantara el plantón.
Sí, el chico tabasqueño sabe de estos asuntos y por eso,
importándole un bledo, pidió a su amiga y vecina Claudia Sheinbaum que evitara
que los campesinos salieran del Palacio Legislativo de San Lázaro y le aguaran
la fiesta.
Por eso la coordinadora de los diputados federales del PRD, la jalisciense
Verónica Juárez Piña reclamó:
“Cuando la CNTE bloqueó la Cámara de Diputados, se negaron a garantizar
mínimas condiciones de seguridad y ahora usaron la fuerza pública para evitar
que los campesinos molestaran al Presidente”.
Y parafraseó al chico tabasqueño con aquello de que para los aliados,
abrazos y no balazos y para los opositores y contrapesos institucionales,
presión y desgaste. Prosiguió:
“Cuando la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación realizó
su plantón, la oposición demandó al entonces presidente de la Mesa Directiva,
el diputado Porfirio Muñoz Ledo, garantías para que la Cámara de Diputados
pudiera hacer su trabajo y tanto el Ejecutivo Federal como la Jefa de Gobierno
(Claudia Sheinbaum), se negaron a establecer mínimas condiciones de seguridad
para las diputadas, los diputados, las y los trabajadores”.
Peeero, citó la legisladora perredista, “ahora, como se trata del
presidente, entonces sí se usó la fuerza pública para evitar que las
organizaciones campesinas acudieran al desfile del 20 de Noviembre y pudieran
molestar a Andrés Manuel. De tal manera que es claro que el presidente define
cuándo sí y cuándo no utilizar la fuerza pública y que lo hace a conveniencia y
a partir de sus intereses”.
¡Ay!, el chico tabasqueño y la ley. Porque, por si usted no lo sabe, la
policía de la señora Sheinbaum expulsó de su paraíso de la CDMX al molesto presidente
municipal de Tultepec, Estado de México, Armando Portuguez Fuentes, cuyo delito
fue organizar, junto con otros munícipes, un plantón en San Lázaro en demanda
de mayor presupuesto para municipios.
¿Y el libre tránsito? ¿Y el derecho de libre manifestación? ¿Y el respeto
a la libertad de expresión? ¡Pamplinas! ¡Al diablo con las leyes! Lo primero
fue lo primero: cumplir el sueño del chico tabasqueño. Conste.
@msanchezlimon