sábado, 17 de agosto de 2019

MÉDULA Las comadres callaron Por Jesús Lépez Ochoa



En ese entonces no usaba cachucha. La primera vez que lo ví traía collarín en el cuello y cabrestillo en un brazo a consecuencia de un levantón que le habían dado para que no publicara su libro 100 preguntas sobre el caso Colosio.
Felipe era terco y luego de una charla con mi tío Xavier terminé capturando en la computadora el grueso engargolado que nos llevó a imprimir. A mis 18 años fue mi primer acercamiento con un trabajo periodístico y estaba muy emocionado además por capturar la obra del corresponsal de la revista Quehacer Político.
Años más tarde compartimos micrófonos en el programa Charlemos de mi amigo Jorge Valente Nava. Cuando con Valente lanzamos al aire Tribuna Popular propuse incluir las  famosas comadres de la columna de Felipe y ambos aceptaron. Jigney y Caro, asistentes de Jorge hicieron las voces. Fue fantástico escuchar en la magia de la radio los divertidos textos de sátira política que Felipe publicaba en  su columna Indiscreción entre comadres.
Siempre me llamó la atención que era un hombre sociable, alegre, pero solitario. De su familia hablaba con orgullo de su hija estudiante de cinematografía a la que no conocí.
Pero él vivía solo en Acapulco en un local cercano a la Fiscalía donde las veces que lo visité solo veía un escritorio. Nunca me atreví a preguntarle si no tenía más muebles.
En ese escritorio donde daba vida a sus libros, columnas y últimamente a sus videos para redes sociales murió Felipe Victoria Zepeda.
El escritor, investigador y maestro de la sátira, se fue como suelen irse quienes se dedican a este oficio de locos, solo y en la pobreza.



Descansa en paz Felipe, Proculina y Torturina están de luto y no hablarán más. Los vamos a extrañar.