Cuando el 7 de noviembre de 2014 la conferencia de prensa que ofrecía el entonces procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, caía en preguntas reiteradas y respuestas en similar sentido, una frase devino en escándalo y desgarramiento de vestimentas.
¡Quémenlo en leña verde!
¡Sí, a la Plaza Mayor!, pudo interpretarse a la reacción de esa pléyade que ya
había calificado a Enrique Peña Nieto como genocida. Sí, sí, Peña Nieto
responsable de la desaparición de 43 normalistas en la fatal noche madrugada
del 24 al 25 de septiembre de 2014.
Vaya, vaya…
Un ayuno en la Columna de la
Independencia y el linchamiento en redes sociales y anodinas declaraciones y
opinadores dizque de izquierda censuraban y exigían la renuncia de Murillo
Karam, porque el caso de los estudiantes de Ayotzinapa ya era espacio sacro,
como suele convertir la oposición política y el oportunismo carroñero que hace
negocio de casos de esta naturaleza.
De eso hace ya 7 años y el
caso está empantanado. Nombres de importantes personajes de la política
nacional han bordado ese inacabado telar de sospechas y verdades y mentiras a
medias. ¿Quién o quiénes los responsables intelectuales?
Entonces el licenciado
Andrés Manuel andaba, ¿y cómo no?, en campaña y cuando aparecieron fotos de él con
el llamado matrimonio imperial, es decir, del presidente municipal de Iguala,
José Luis Abarca Velázquez, y María de los Ángeles Pineda Villa, cuya familia
fue vinculada con el crimen organizado en Guerrero, más rápido que pronto se le
echó tierra al asunto.
Y se volteó la mirada hacia
el gobierno de Peña Nieto. Pepe Luis y María de los Ángeles están en prisión y
se sabe que tienen posibilidades de ser excarcelados. Ese es tema interesante,
harto interesante. ¿Le parece?
Pero, bueno, estábamos en el
caso del licenciado Murillo Karam, en aquella conferencia de prensa del 7 de
noviembre de 2014.
“No más preguntas, ya me
cansé”, dijo el entonces procurador, aunque el audio abierto sólo permitió
escuchar “ya me cansé”.
Y todo el mundo se
sorprendió y se encabronó porque, cómo, un funcionario de ese nivel y además
responsable de investigar la desaparición de estudiantes de la escuela Normal
Rural de Ayotzinapa, Isidro Burgos, no podía darse el lujo de cansarse.
¡Caray!, dirían los fundamentalistas, para eso le pagaban y bastante bien.
Nadie registró ni quiso
registrar la explicación de Murillo Karam, hecha dos o tres días después del
desaguisado, porque fue de botepronto y sin medir las consecuencias, pero en
abono del ex gobernador de Hidalgo, debe admitirse que 40 horas de insomnio no
son cualquier cosa y, enfrentar a reporteros que van por la nota y les importa
un pito preguntar lo mismo que el colega de al lado, es un escenario que puede
sacar de sus casillas al más pintado funcionario oferente de la conferencia.
Por ejemplo, Su Alteza
Serenísima ya llegó a ese nivel de molestarse y demostrarlo en la conferencias
mañaneras incluso con las “preguntas” pésimamente leídas por los mercenarios
dizque periodistas, porque ya no da declaraciones banqueteras como le gustaba
en los días de vino y rosas en que todo le parecía mal y traía a Peña Nieto
como el villano favorito, bueno, también a Felipe Calderón.
Y mire usted, si el entonces
procurador Murillo Karam no había dormido 40 horas y dijo que estaba cansado,
el licenciado presidente está en todo su derecho no sólo de decir que ya se
cansó, sino que está harto, hasta la madre de endulzar el oído a sus simpatizantes,
seguidores, fanáticos y todo aquel quiera escuchar la batería de mentiras que
se despacha cada mañana de lunes a viernes en los canales de la tele pública
que presume millones y millones de televidentes. ¿O no?
Porque, estará usted de
acuerdo en que esa cantaleta de que si el pueblo --¿el bueno?—lo decide se irá
el año entrante o cuando “el Creador” quiera.
¿Ya se cansó? Pues que se
aguante. Más de 30 millones de mexicanos lo eligieron depositario del Poder
Ejecutivo Federal durante seis años. ¿Por qué se quiere ir? ¿Por qué no dice,
con la misma convicción que lo dijo Murillo Karam, que ya se cansó?
No, no es una lucubración
personal ni ganas de joder al Duce, pero, en palabras de éste, vale exclamar:
¡ya chole!
Y es que, apenas comienza la
semana y un asistente, no puedo asegurar que sea periodistas, como sin querer
queriendo le trajo a colación el tema. Lea usted.
“(…) Bajo esta premisa, me
permitiría preguntarle, presidente, ¿cuál sería el legado que usted le gustaría
dejar para todas y todos los mexicanos, ya sea la Cuarta Transformación del
país?, ¿y cómo le gustaría ser recordado en la memoria de los libros de
historia.
Un ejemplo, Benito Juárez es
recordado por las Leyes de Reforma, Venustiano Carranza en su momento en la
reforma a la Constitución, Lázaro Cárdenas con la expropiación petrolera. Con
base en su libro A la mitad del camino, presidente, ¿cuál le gustaría que fuera
su legado?
Y que Su Alteza Serenísima
responde:
“No puedo hablar sobre eso,
eso lo dirá la historia. Yo quiero terminar bien, seguir sirviendo al pueblo de
México y cuando pase el tiempo la gente va a juzgarnos, ahora sí que la
historia nos juzgará, y hay que esperarnos porque falta mucho.
“En la política se le juzga
a un dirigente hasta sus últimos días, hasta que muere, porque puede ser que se
actúe de manera consecuente en un largo tiempo y luego se claudique al final de
la vida, y lo importante es ser consecuente todo el tiempo, no claudicar nunca.
“Entonces, falta tiempo, en
mi caso me faltan tres años, si así lo decide el pueblo, la naturaleza, la
ciencia y el Creador, tres años, y hasta ahí llegué porque -ya lo he dicho
varias veces- me voy a retirar, me jubilo y no vuelvo a participar en política,
en nada, ni a opinar de nada, ya termino mi ciclo”.
Ya se quiere ir, ¿ya se
cansó, o sus médicos le dieron plazo a su salud? Está despidiéndose.
¿Comenzamos a cooperar con llaves y monedas para su escultura e instalarla en
el centro del Zócalo? Aunque pareciera broma mañanera, el tema no es trivial.
Conste.
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