Pudiera darse el caso que
quien los haya enviado buscase precisamente su desaparición y, sobre ella, las
secuelas que tienen a México de un vilo.
Si Usted confía su hijo a
una institución educativa con carácter de internado y luego se entera que su
vástago desapareció, ¿no se preguntaría por la responsabilidad que corresponda
a las autoridades de la escuela a su cuidado?
Hoy sabemos (Salvador
García, El Universal) que de la Normal de Ayotzinapa salieron 120 muchachos en
dos camiones secuestrados. No estamos frente a una actividad extracurricular
normal en sus métodos. No es común, al menos no debiera, que entre las
prácticas de una escuela se incluya el secuestro de vehículos. ¿O sí?
Entre Ayotzinapa e Iguala
median 247 kilómetros y aproximadamente tres horas de carretera. ¿No fue, pues,
una ocurrencia estudiantil en una tarde de tedio, sino una acción concertada
con un objetivo y medios específicos?
Los muchachos no iban a
regresar a dormir. Todo indica que después de Iguala tomarían hacia la Ciudad
de México. ¿Con qué propósito, con qué recursos, por cuánto tiempo? ¿No es esto
algo que debieran preguntarse los padres de los hoy desaparecidos?
Al llegar a Iguala, los
jóvenes se dirigieron primeramente a la Central Camionera a secuestrar otros
cuatro camiones, supuestamente, para continuar su camino a la Ciudad de México.
Ya con ellos, se distribuyeron en dos grupos de tres autobuses cada uno y tomaron
rutas diversas con dirección al evento de la esposa de Abarca. Uno solo de los
convoyes fue el objeto de la desaparición que hoy embarga al país. ¿Por qué uno
solo y no los dos? ¿Qué fue del otro convoy de tres autobuses?
Ahora bien, ¿qué relación
guarda la Normal de Ayotzinapa con Iguala? ¿Cuál es el móvil para que 120
muchachos se desplacen 247 kilómetros y secuestren seis camiones para irle a
aguar un informe a la esposa del Alcalde de Iguala? ¿Qué más les daba a 120
normalistas un acto protocolario y, supuestamente, electorero del matrimonio
Abarca? ¿Qué tiene ello que ver con la formación magisterial y el medio rural?
Peor aún, todo indica que
en Guerrero eran ampliamente conocidas las relaciones familiares de la esposa
de Abarca con el crimen organizado, así como de la pareja en su conjunto con
una de las gavillas en guerra por el control territorial de Guerrero. En ese
tenor, quien orquestó el envío de jóvenes esa infeliz tarde, ¿no sabía el
riesgo que corrían los muchachos enviados? O, precisamente por saberlo, fue que
los envió
Hoy, los familiares de los
43 estudiantes desaparecidos, con una ubicuidad y asiduidad impresionantes,
reclaman se los entreguen vivos. Es entendible su duelo y demanda. Lo que no es
comprensible es que lo reclaman al gobierno federal, específica y personalmente
al presidente Peña Nieto.
A lo imposible nadie está
obligado. Peña Nieto no los envió, no los interceptó, tampoco los recibió de
manos de quienes sí lo hicieron y menos dispuso de ellos. Exigirle que presente
por arte de magia a 43 muchachos desaparecidos en Iguala hace casi dos meses,
es, sin duda, una muy vendible bandera política, pero no una postura racional
de padres en duelo por la desaparición de sus hijos.
Más aún, los padres y
familiares, en lugar de sumarse a la búsqueda febril y denodada de los
muchachos, han optado por recorrer el país en autobuses, también secuestrados,
para encabezar un movimiento nacional de derrocamiento del titular Ejecutivo
Federal, imputándole a él, en exclusiva y personalmente, la responsabilidad de
buscarlos y presentarlos vivos mientras ellos arengan masas, encabezas marchas
y envenenan razonamientos.
¿No hay aquí una
tergiversación de intereses? ¿No pareciera que a los padres y familiares en
duelo les interesa más tumbar a Peña Nieto que encontrar a los muchachos?
¿Tumbando a Peña Nieto aparecerán los chamacos? No es ésta una pregunta
retórica, antes bien pareciera que ése es el razonamiento de los padres y, por
más contritos y enojados que puedan estar (no sabemos por qué contra Peña Nieto
y no contra Abarca o los Guerreros Unidos), no es una conducta de suyo muy
razonable en este tipo de circunstancias.
Lo lógico es que los
padres y familiares trataran de desentrañar los móviles y circunstancias de los
eventos que dieron paso a su desaparición: ¿quién los envió y a qué? ¿Por qué a
Iguala, por qué contra personajes abiertamente ligados a grupos de alta
violencia y peligrosidad?
La cuestión no es menor,
porque pudiera darse el caso que quien los haya enviado buscase precisamente su
desaparición y, sobre ella, las secuelas que tienen a México de un vilo.
Preguntar quién y para qué
los envió no libera de la responsabilidad de su búsqueda y menos de las
sanciones legales correspondientes, ni del análisis de las condiciones
estructurales que permitieron incubar y desarrollar los infiernos de Dante en
el suelo nacional. Pero sí ayudaría a poner algunas cosas en perspectiva.
Empezando por la extraña
omisión de los familiares de estos muchachos en preguntarse qué hicieron con
sus hijos las personas a quienes se los confiaron.
luisfariasmackey.mx 2014
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