Cuando los mexicanos nos
enteramos de posturas como la de Donald Trump hacía nuestra soberanía nacional
y nuestros paisanos, con toda razón nos enojamos.
En ese enojo colectivo
surgen desde los recordatorios maternos hasta el nacionalismo mal entendido, y
en consecuencia, llamados a realizar acciones que tal vez nos llenarían de
orgullo pero que serían inconvenientes.
¿Quién se enorgullecería
de darse un balazo en el pie?
Lo digo por quienes
promueven boicotear a empresas estadounidenses en nuestro territorio nacional.
Me parece perfecto
consumir productos mexicanos. Lo que no me parece es que se hable de paralizar
a las trasnacionales porque equivale a afectar a cientos de miles de
trabajadores mexicanos y sus familias.
Comenzando porque algunas
de esas empresas serán las más afectadas con la insistencia de su gobierno en
llevarse los empleos de regreso a los Estados Unidos, cuando México es su principal
mercado en algunos casos.
En ese entendido,
boicotear a las empresas o marcas estadounidenses significa hacer precisamente
lo que Trump desea, y de paso contribuir a agravar la situación generando el
desempleo de trabajadores que no hay que obviarlo, tienen familias que
estaríamos revictimizando, porque son mexicanos enojados igual que nosotros,
pero además, se enfrentan a que sus connacionales pidan afectar a sus fuentes
de ingreso.
Esto además de llevar a la
quiebra a franquiciatarios nacionales de las marcas de ese país hacia las que
sin sentido se orienta la indignación cuando también están sufriendo los
embates del presidente de su país.
Quienes plantean combatir
nacionalismo con nacionalismo, deben recordar que el modelo de sustitución de
importaciones que implementó México el siglo pasado, aunque tuvo un periodo de
desarrollo estabilizador con buen crecimiento económico al que se llegó a
llamar “el milagro mexicano”, terminó en crisis, devaluación, desigualdad y
abandono del campo.
Si Trump quiere
incursionar en el nacionalismo proteccionista México no tiene por qué seguir
esa misma ruta por la que ya anduvo. Por el contrario, debe mantener aliados
entre el poderoso empresariado que puede hacerle contrapeso del otro lado de la
frontera, y ampliar sus relaciones comerciales con otras potencias.
A quien se debe presionar
para ello es a los responsables de las relaciones internacionales y económicas,
léase el poder Ejecutivo, al propio Senado de la República que es el que
legisla al respecto, y no a los inversionistas extranjeros que bien o mal
pagados, generan empleos.
Y no sólo presionar, si no
asumir, ahí sí, una postura de unidad nacional, condicionada a que nos den
resultados.
¿Cómo queremos defender a
nuestros paisanos de las deportaciones y contradictoriamente convocamos a
llevar a la quiebra las fuentes de empleo de muchos compatriotas?
Debemos meter la cabeza en
un balde de agua fría para evitar convocatorias radicales a las que ningún
actor político relevante se ha sumado. Por el contrario, han manifestado
solidaridad, incluso desde la oposición.
jalepezochoa@gmail.com