Dijo Octavio Paz que una
nación sin crítica es una nación ciega. Lo cita el politólogo José Antonio
Crespo en su libro: Contra la historia oficial.
En esa obra, Crespo
derriba algunos mitos de la llamada “historia de bronce” que destaca las
virtudes de los héroes y oculta sus muy humanas debilidades, bajo la premisa de
que “una visión de la historia que refleje lo que hemos sido, y no lo que
hubiéramos querido ser” contribuye a la construcción de un país más democrático
y más justo.
Con un caudal de citas de
historiadores, pedagogos y politólogos, fundamenta la necesidad de los países,
no sólo de México, por convertir a los héroes en figuras morales para promover
el nacionalismo como una forma de
generar lealtad hacia el régimen.
Lo que propone es inculcar
una visión de la historia que promueva los valores de transparencia y reflexión
crítica del ejercicio de la democracia, y por lo tanto –agregaría yo- del
ejercicio del poder.
Hasta aquí comento el
excelente libro de Crespo y continúo. Los gobernantes con su necesidad de
popularidad aspiran a emular a los héroes, no por sus hazañas que difícilmente
harían, sino por pasar a la historia con una imagen inmaculada que oculte sus
yerros y destaque los logros que dicen tener, aun cuando la mayor parte de las
veces estos no existan por ningún lado.
Para lograrlo propagan
falacias en los medios de comunicación. ¿Un ejemplo doméstico en Guerrero? La
reiterada afirmación de que todo aquel que critique al alcalde perredista
Evodio Velázquez Aguirre le hace -según sus replicadores- mucho daño a
Acapulco, municipio turístico por excelencia que gobierna desde hace ya siete
meses sin haberse dado cuenta.
Ese pretendido blindaje
“anticrítica” no es nuevo. Recuerdo haberlo escuchado hace algunos años en la
administración del priista Manuel Añorve Baños. Evidencia de la falta de
identidad ideológica de Evodio, ya que el PRD promueve los valores democráticos
que no se entienden sin la crítica al poder.
En las sesiones de Cabildo
la fracción perredista suele reaccionar de manera iracunda cuando a algún
regidor se le ocurre mencionar la mínima falla. No es lo mismo señalar a los
gobiernos, a que te señalen cuando eres gobierno.
Al interpretar cualquier
comentario incómodo como un ataque, a
los ediles perredistas se les olvida que los parlamentos –el Cabildo lo es a
nivel municipal- son órganos deliberativos en los que se discuten los asuntos
que afectan a los ciudadanos, y que las políticas públicas parten de la
identificación de problemas. No de los halagos y los aplausos.
Desde la postura adoptada
por este gobierno del sol azteca, no se podría cuestionar tampoco a los 81
alcaldes de Guerrero sin hacerle “daño” al estado.
Ninguno de ellos ha
presentado su declaración 3 de 3 para dar a conocer sus bienes, su situación
fiscal y sus conflictos de intereses, incluido el propio Velázquez Aguirre que
en abril dijo que todo su gabinete la presentaría y no ha puesto el ejemplo.
¿Debemos ocultar su opacidad para no ser catalogados como enemigos de sus
municipios si son tocados con el pétalo de una crítica?
Tampoco se podría criticar
a Enrique Peña Nieto porque estaríamos afectando la imagen turística de México;
mucho menos al secretario general de la ONU porque lastimaríamos la imagen
interplanetaria del mundo. ¡Imagine usted! ¡Ya no nos van a visitar los
marcianos!
Todo esto por criticones
tercos como usted y como yo, que no entendemos que los gobernantes están ahí
para ser aplaudidos aunque sean ineficaces, corruptos y mentirosos, para que
puedan escribir su propia “historia de bronce”, a modo de su egolatría.
Concluyo con una cita de
Tácito: “Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas”.
jalepezochoa@gmail.com