Esta es una pregunta que
se hizo, por citar una referencia de praxis sexenal, en los días aciagos de
1985 cuando, pillado su gobierno con ausencia de mecanismos para enfrentar la
crisis provocada por los sismos de septiembre de ese año, al presidente Miguel
de la Madrid Hurtado la crítica social lo hizo trizas.
Los analistas políticos,
incluso aquellos que religiosamente cobraban sus cuotas en Los Pinos y algunas
dependencias públicas, descalificaron al Presidente. De inepto no lo bajaron.
El entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Ramón Aguirre
Velázquez, corrió por los mismos linderos del descrédito.
A la demanda de la
población capitalina de castigo a los culpables de autorizar y construir
edificios con materiales de pésima calidad, que se desplomaron esa mañana del
19 de septiembre de 1985 y cobraron miles de vidas humanas, se sumó la
exigencia nacional e internacional.
El arquitecto Guillermo
Carrillo Arena, entonces secretario de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue),
después de aquella tragedia sobrevivió cinco meses en el cargo, fue destituido
el 17 de febrero de 1986. No fue a prisión, aunque hubo suficientes elementos
para considerar su responsabilidad en la autorización de los proyectos de
construcción del Hospital Juárez y el Centro Médico, que se derrumbaron a
consecuencia del sismo de 1985.
En su destitución pesó la
movilización de las entonces nacientes organizaciones de damnificados que luego
servirían como base para la creación de la Asamblea de Barrios y otras
creaturas usadas por el relevo de Carrillo Arena, Manuel Camacho Solís en su
sueño presidencial.
El caso es que la inmensa
mayoría de los miembros del gabinete de Miguel de la Madrid Hurtado escurrió el
bulto y evitó hacer declaraciones que no fueran las elementales del acto de
contrición mas no en defensa del Presidente, de la figura presidencial
siquiera, que era asediada y responsabilizada de haber actuado tarde en las
tareas de rescate de sobrevivientes de los sismos y la atención a las familias
damnificadas.
De ahí en adelante fue
perseguido y cada acto suyo era contrastado con la situación que enfrentaban
miles de capitalinos que se habían quedado en el desamparo, con el patrimonio
perdido. Paulatinamente amainaron las críticas y descalificaciones, en la
medida en que se anunciaron los programas de ayuda a damnificados. Pero, el
daño estaba hecho.
Así ocurre con Enrique
Peña Nieto. ¿Quién lo defiende frente a la riada de descalificaciones y
acusaciones muy personales que han tomado como base de hostilidades al infortunado
caso de los normalistas desaparecidos? La conseja popular advierte que el que
calla, otorga. Fórmula simplista pero de un alto contenido aleccionador y
dañino. Palo dado ni Dios lo quita.
Por ello, no hay que
perder de vista dos escenarios. Uno es el de la demanda de justicia; otro, es
el de la demanda de apoyo a un movimiento tendente a desprestigiar al
Presidente de la República y, de ahí, seguir la ruta de estos golpes de
violencia que nada tienen de contenido ideológico anarquista ni de justicia a
los padres de los normalistas.
Desgastar a Enrique Peña
Nieto implica desacreditar a la investidura presidencial y concluir que carece
de autoridad jurídica, legal, política y moral para seguir al frente de la
Presidencia de la República. Aunque ésas no son causales de renuncia, salvo que
en conjunto se consideren graves y de alto riesgo para la soberanía nacional.
Pero, por ejemplo, por más
que sea una buena puntada, digna de diploma y medalla, la acción de una niña
que se echó la tarea de recolectar firmas en demanda de que renuncie el
Presidente de la República, es indudablemente eco de corrientes de la más ñoña
concepción de las leyes y el perverso uso de menores de edad con fines
políticos.
O el caso de la dizque
protesta encabezada por Gerardo Fernández Noroña frente al consulado de México
en Chicago, Illinois --reseñada por Rogelio Faz, analista de www.entresemana.mx
que reside en aquella capital estadunidense—, que terminó con discrepancias
entre el puñado de sedicentes demócratas que quizá desconocen el oportunismo
saltimbanqui de Gerardo, quien terminó enfrentado con su tutor ideológico y
material, Andrés Manuel López Obrador.
La sospecha teje versiones
que van desde una crisis artificial, creada y prohijada en áreas del gobierno
federal, mediante golpeadores y porros paramilitares infiltrados en las
movilizaciones que han tomado a Ayotzinapa como pretexto y parapeto para
generar ingobernabilidad, escenario ad hoc para la represión sin medias tintas,
y hasta los tentáculos del crimen organizado que orquesta movilizaciones
violentas e incendiarias, literalmente.
El gobierno, ya lo decía
la semana pasada el coordinador de los diputados federales del PAN, José Isabel
Trejo Reyes, pareciera instalado en el dejar hacer y dejar pasar, lo que genera
la impresión de que se quiere dejar estirar la ligar hasta lo máximo, ésta liga
que se llama tolerancia.
Y junto a esta postura que
se reitera en líneas discursivas desde el pasado fin de semana, primero vía el
secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y luego en el mensaje del
presidente Enrique Peña Nieto, a su retorno de la gira internacional por China
y Australia, se sumó la de la advertencia elemental. A saber.
“(…) El gobierno, no
dejará de agotar toda instancia de diálogo, acercamiento y apertura para evitar
el uso de la fuerza para restablecer el orden. Es el último recurso, pero el
Estado está legítimamente facultado para hacer uso del mismo cuando se ha
agotado cualquier otro mecanismo para restablecer el orden”. ¿Desgastar o
provocar al Presidente de la República, jefe del Estado Mexicano y Comandante
Supremo de las Fuerzas Armadas? ¿El Presidente
se defiende solo? Digo.
LUNES.
Por cierto. En las recientes semanas en que significativamente la figura
presidencial ha caído sin que prácticamente ninguno de los miles de
funcionarios públicos salgan en defensa del Jefe del Ejecutivo Federal, el
jueves de la semana pasada, el subsecretario de Alimentación y Competitividad
de la SAGARPA, Ricardo Aguilar Castillo, alzó la voz en su mensaje inaugural de
una refinería de aceite de palma en Coatzacoalcos, Veracruz.
“Quiero decirles –acotó
Aguilar Castillo-- que estoy muy orgulloso de pertenecer a un gobierno que no
se detiene ante las adversidades, que no se achica, que no se paraliza ante los
problemas, por muy graves que éstos sean. Por el contrario: es un gobierno que
persevera, que tiene rumbo y que precisa una ruta con claridad para reactivar
la economía del país. Por eso, hoy el Presidente Peña Nieto está cumpliendo con
una visita de estado a China y, al mismo tiempo, está atento y presente dando
seguimiento a las decisiones de su Gobierno en todo el país”. Conste.
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