El personal que labora en
los diversos cuerpos de policía en México, ya sea municipal, montada, rural,
estatal, federal o de cualquier tipo, recibe un trato discriminatorio respecto
de muchos actos de su vida.
El policía, igual que el
sacerdote o el abogado, no es bien visto en las empresas que se dedican a
ofrecer dinero, es decir bancos y demás, pues no los consideran dignos de
crédito. Así de fácil.
Luego entonces, un policía
no puede contraer una deuda para adquirir una casa, pues no es sujeto de crédito.
En los bares, cantinas y
muchos otros sitios de servicio al público en general, existen leyendas que
dicen: “Se prohíbe la entrada de policías, curas y personal armado”. Es decir,
ni al sacerdote ni al policía los reciben en lugares que para el común de la
gente sí son accesibles.
En muchas otras ocasiones el
policía es utilizado por el político en turno para que haga las veces de niñera
en su casa, pues a efecto de no pagar quién cuide sus hijos, los endosa al
policía para que éste vaya “teniendo contacto” con la realidad del mundo,
cuando lo cierto es que el funcionario lo que hace, es aprovecharse de su
puesto de labores para dañar a uno menos favorecido que él.
Es decir, para muchos
efectos, el policía aparece en el estrato más bajo de la escala social. Sin
embargo, cuando existe el problema en que alguien debe dar la cara a nombre del
estado, el primer contacto es el policía. Si, ese de mero abajo, es la cara visible
ante el pueblo del gobierno.
Y entonces es cuando la
presencia del policía toma un gran valor. El valor que siempre debió haber
tenido
Hace unos días apareció en
redes sociales el comentario de un policía que, por cierto, fue mi alumno.
Explicaba él que estaba almorzando en un hotel con todo el grupo de la policía
federal y cuando se retiró la mayoría, en especial, lo que llevaban puesto el
uniforme, de una de las mesas surgieron voces criticando que “esos palurdos”
por decir lo menos, se sentaran a comer en el mismo lugar que “la gente
decente”. Las demás transcripciones que hizo mi alumno no las reproduzco por
respeto a usted.
Mi alumno hizo se molestó y
publicó el comentario, mostrando un gran coraje y diciendo lo que la gente
debería de saber: que los policías dejan casa, familia y todo por acudir a
donde los lleva el deber, que para ellos no hay ni jornada máxima ni
condiciones cómodas e higiénicas para laborar, que cada día, al presentarse a
sus labores, rezan pidiendo no ser abatidos en acción y que si sucede, su
familia quede amparada.
Sin embargo y ya lo he dicho
antes, los policías, así como carecen de acceso a créditos, también carecen de
seguridad social. Un obrero de una fábrica o comercio cualquiera, si muere o
queda lastimado en un evento dentro de la empresa o más aún, en tránsito de ida
o vuelta al trabajo, tiene derecho a pensión, a servicio médico, a buenos
tratos y a que todos se preocupen por él.
Un policía que sufre un daño
en acción, generalmente carece de protección de las leyes y muchas veces, si no
muere, el superior se encarga de decir que nada más lo hirieron porque estaba
de acuerdo con los atacantes. Es decir herido, maltratado, ofendido y además,
sin ningún derecho pues es dado de baja sin honores del cuerpo.
Entre la policía aún
persiste la mística del honor. Una palabra empeñada es la mejor garantía de un
policía. El que no cumple su dicho, es atacado por todos.
Un día tomé nota que un
presidente municipal ofreció a la familia de los policías caídos en una
refriega, el equivalente a tres años de salarios para la viuda y la entrega de
útiles escolares a los hijos menores en cuanto siguieran estudiando
Esa es una verdadera ofensa.
Lo cierto es que en adición a lo que dijo el presidente municipal ese, además,
a la familia del policía se le deben otorgar todos y cada uno de los beneficios
que contemple la ley federal del trabajo y, en su caso, si existe legislación
superior, también.
Pero nunca que se le
entreguen prestaciones inferiores a las de la ley que rige a la generalidad de
los mexicanos. Nunca más.
Cuando el policía adquiera
verdadera noción de su importancia, cuando tenga preparación académica e instrucción
para afrontar la vida, con algo más que muchos arrestos, cuando ya no sea el
mandadero del politiquillo en turno, ese día el policía tendrá el nivel que
merece. Y ya no será blanco del ataque ni de la burla de la gente que no
entiende que el control social que nos permite, bien o mal, vivir, lo ejerce el
estado por conducto de las leyes penales y su brazo visible: la policía.
Si usted se hace amigo de un
policía tendrá un amigo leal. Yo he tenido muchos alumnos policías y la mayoría
me ha distinguido con su amistad. Ojalá pudiera usted conocerlos.
jmgomezporchini@gmail.com/ http://mexicodebesaliradelante.blogspot.com