Exhaustiva y extenuante –para el autor y el lector-, resulta la búsqueda de James Ellroy del asesino de su madre, en Mis rincones oscuros.
Igual sucede con el pueblo mexicano tratando de dilucidar los oscuros recovecos que nos dejó el año viejo.
¿Qué pasó, por ejemplo, en Ayotzinapa llevados de la mano de los nuevos aportes de la periodista Anabel Hernández, publicados en Proceso? ¿Quién ordenó los crímenes de Tlatlaya? ¿Qué sucedió en Michoacán en el enfrentamiento de Hipólito Mora y Simón El americano; fue la gendarmería la que disparó? ¿Qué destino les espera a los negros rincones de la llamada casa blanca?
En este último caso ¿se pondrán en el nivel de la discusión los derechos que tienen los parientes políticos de un funcionario público, en el uso de bienes, -aviones, locales - y personal pagado por el erario, etcétera?
Los nuevos aumentos a la gasolina que se dejan entrever pese a la promesa de un solo aumento anual, ¿serán destinados por el secretario de Hacienda para ampliar sus bienes en el campo de golf de Malinalco?
Son solo unos poquitos rincones oscuros, pero cada quien le puede aumentar los suyos, que en 2014 fueron infinitos. Los negros pájaros del adiós, diría el dramaturgo Oscar Liera, a quien por cierto su natal Sinaloa le dedicará el año que está corriendo.
James Ellroy, dentro de la línea novela negra tiende a los betsellers, aunque no deja de ser un gran novelista. Para muestra están L.A. Confidential, La Dalia Negra, América, los dos primeros llevados al cine. En Mis rincones oscuros (Ediciones B S.A. para el sello Zeta de Barcelona 2008) Ellroy, que ha participado en la solución de crímenes reales, busca desesperado a la persona que mató a su madre, la bella pelirroja Jean Ellroy y de pronto descubre una fascinación edípica sobre ella a la que creía despreciar.
Cuando James queda huérfano, se precipita en una devastación tan angustiosa, que se vuelve drogadicto, ladrón de casas, hazmerreír en su colegio de ricos, un desenfrenado que duerme en la calle y finalmente carne de reformatorios.
Lo que lo llevó a la literatura fue que dentro de esa vorágine, siempre se preocupó por comprar libros. O robarlos. La autobiografía novelada también nos mete en esa vorágine, pero de pronto, como el autor sabe que no va satisfacer del todo la curiosidad del lector, da un largo rodeo, con centenares de personas investigadas- junto con un detective retirado-, llamadas interminables, revisiones farragosas de documentos, y un resultado que no consuela, pero que al menos lo reconcilia con la existencia.
Y con el recuerdo, ahora más amoroso, de su madre. La complejidad de los crímenes, la impunidad reinante en todas partes, la ineptitud y la corrupción de las autoridades, nos hace pensar en los casos mencionados arriba, pero más, en ese peregrinar sin resultados de los padres de los 43. Sumidos, con solo su indignación y dolor, en los rincones oscuros de la justicia mexicana.